Antes de nada, quisiera darle las gracias, en mi nombre y en el de mi marido, por publicarnos esta carta. Quizás ni siquiera la lea, pero al menos, su secretaria ha tenido a bien darle un espacio en su dinámica y heterogénea publicación.
El origen de esta misiva es que mi marido —el pobre, es que ya no puede ni escribir— no para de hablarme de cómo su periódico arrevistado podría mejorar en calidad y, cómo no, aumentar sus cuentas, que supongo estarán mustias por razones obvias. Inicialmente, he dicho secretaria, cuando, quién sabe, si es un secretario lo que tiene usted en la mesa de al lado de su despacho. Hoy día ya no se puede dar por sentado nada. Discúlpeme si peco de antigua. Como decía, somos conscientes de las dificultades económicas por las que pasa su sector. Referentes de la comunicación seria y objetiva como Vocento, Prisa y Unidad Editorial han dejado de ingresar durante el pasado año unos 130 millones de euros. Pobrecitos. Es posible que, en nuestro caso, nos considere, por nuestra edad y posición, un sector minoritario o marginal dentro de su público, pero le aseguro que tenemos pensiones dignas, tan dignas, como para poder suscribirnos al periódico e ir poco a poco reflotando los medios de comunicación que sois, como todo el mundo sabe, el alma de la democracia. Y, como nosotros, muchas personas de nuestra generación estarían encantadas de contribuir con la suscripción si tuvieran a bien apartarse de algunos discursos radicales. Compartimos su perspectiva social y su preocupación por nuestro semejantes, especialmente los desfavorecidos, pero quizás entre su elenco de redactores haya capacidad para ensalzar otros sectores más atractivos de la capital y cubrir algunas de las convocatorias del Club Antares, Los Lebreros, los desayunos del Ateneo de Sevilla y alguna entrevista a artistas locales muy desprestigiados hoy día por la corrección política reinante como José Manuel Soto o Fran Rivera.
Mi marido —el pobre, es que ya no puede— cada vez que abre sus páginas, sentado en su sofá, comienza a recordar sus tiempos mozos, cuando vestía chupa hasta las rodillas como los de Quadrophenia. Gracias a los reportajes de El Topo, mi marido rejuvenece y se toma el Cinzano con mucha alegría. No tengo palabras siquiera para describirle la angustia que le entra cuando su suscripción se retrasa dos o tres días en llegar.
Discúlpeme, que me ando por las ramas. Mi marido siempre me lo dice: «al grano, Charito, al grano.» Y así haré. Las mejoras que mi marido sugiere para la publicación que usted dirige con gran desenvoltura buscan, sobre todo, ampliar contenidos con nuevas secciones.
En primer lugar, se hace muy necesaria una sección importante como, por ejemplo, Deportes. ¿Sería poca cosa para usted incluir una breve columna con las últimas novedades de los principales clubes o, al menos, del Real Madrid? Otros deportes, como caza o esquí, también llamarían la atención de un público esencial. O la sección de noticias taurinas, tanto que hablan y dicen defender la cultura y el medio ambiente.
Aunque la actualidad de eso que ustedes llaman movimientos sociales está muy bien, algunas «noticias del corazón», o del mundo de las socialités sevillanas, también serían muy necesarias, dado el esfuerzo que ponen ustedes en los temas de interés para el público femenino.
Igualmente, a mi marido —que ya no puede— le resulta un tanto chocante la ausencia de una sección de horóscopos o de un consultorio sentimental que nos ayude a orientarnos en el día a día, igual que un horario de misas. Se agradecería en ese caso información detallada de su correspondiente párroco, pues a mi marido no le gusta cualquier homilía, tiene preferencia por las incendiarias, y no estaría de más un apartado que destaque algún salmo, frases o consejos en el día del señor. Lo mismo ocurre con las esquelas, mucha gente de nuestra edad se suscribiría a su periódico en caso de tenerlas, aunque sea en una esquinita, junto al espacio ese tan raro llamado «Lisergia». Que, por cierto, a La Cúpula esa no hay quien la entienda. Debe usted obligar a quien se esconda bajo ese pseudónimo a escribir de un modo más llano, más del pueblo, como es mi marido. Porque bien es cierto que, si de humor se trata, gracia no tiene ninguna. ¿Han pensado ustedes en publicar alguna viñeta cómica a lo Chummy Chúmez o Mingote? Ahora todos son monólogos y memes de esos de internet con muy poco ingenio y a los que la gente responde todo el rato LOL y XD.
Y volviendo a la cosa económica, hablando de publicidad, mi esposo les aconseja reconsiderar su gestión comercial y abrir las puertas a nuevos actores empresariales alineados con los intereses de España. No va a pasar nada por incluir en sus páginas anuncios de BBVA, Movistar o Endesa. Ustedes ganarán más dinero y así podrían, incluso, organizar galas solidarias para ayudar a los pobres y desamparados de los que tanto les gusta hablar. Como gancho comercial, ¿por qué El Topo Tabernario no trata de seducir a su potencial audiencia con coleccionables? Por ejemplo, unas miniaturas de imágenes cofrades, una colección de estampas antiguas a todo color o regalar, por entregas, un reloj de carrillón.
Por otro lado, ¿por qué no tienen sección de «Contactos»? Sabemos que existe el Dinter y el Baloo y otras aplicaciones para los teléfonos portátiles, pero creemos que eso va más encaminado a la cópula y las relaciones extramatrimoniales. Quizás un apartado a lo «Consultorio de Elena Francis» tampoco vendría mal, que está el país que se cae por la tasa de natalidad y, como dice mi marido, con esto del poliamor nunca se sabe quién es el padre. Nosotros no tuvimos descendencia, bien sabe dios que quisimos; pero claro, quién se iba a poder centrar entonces en cuerpo y alma en el pobrecito de mi marido.
Bueno, aquí dejo mi carta —nuestra carta—, pues tengo que irme a la piscina. Últimamente tengo las cervicales bastante mal. Desde que la monitora de yoga se dio de baja por haber encontrado un trabajo de lo suyo, no logro ponerme en forma. Muchas gracias por su atención. Dios le bendiga; o el dios en quien crea usted. Porque como ya habrá podido comprobar, tanto mi marido como yo somos gente avanzada y tolerante, sobre todo él, lo que pasa que el pobrecito ya no puede.