En pleno debate sobre reformas laborales, parece oportuno poner sobre la mesa una breve guía para entender el trasvase y la sofisticación del trabajo esclavo y servil hacia el modelo asalariado actual. Desde las subastas de esclavos a Infojobs, súbase a este ameno viaje por la cultura de la explotación, la violencia y la paga extra.
No cabe duda de que en materia laboral hemos avanzado en un par de siglos de conquistas de derechos laborales en un entorno de prosperidad. De esclavos y siervos a asalariados. De amo y señor a empresario de éxito. Desde el punto de vista del trabajador parece más agradable cumplir con un horario y cobrar un salario al mes que estar a merced de tu amo o señor expuesto siempre a sus caprichos. También para el empleador es más apetecible, en lugar de comprar a una persona y hacerse cargo de su manutención, comprar su tiempo y sus servicios, pagarle una cantidad determinada y que se mantenga por su cuenta. Se pierde un esclavo, pero se gana un consumidor. En el mercado laboral, difícil y competitivo, hay que saber venderse bien. ¿Somos acaso productos de una subasta?
Hay un sketch de Key and Peele, este último director de joyitas como Get Out o Nosotros, en el que la pareja de cómicos afroamericanos interpreta el papel de un par de esclavos a punto de ser vendidos en una subasta de la Georgia de 1848. A medida que los dueños de las plantaciones van pujando, comienzan a preguntarse por qué ninguno los escoge a ellos. La subasta termina, los amos se dispersan y los dos esclavos se quedan allí clavados tratando de convencerles de su valía: «¡Soy muy fuerte y puedo dormir en una cubeta!»; «tengo energía y sé de magia»; «mi peor cualidad es que soy perfeccionista»; «señores, ¿lo he mencionado?, ¡soy dócil!». Con un espíritu humillante similar nos ofrecemos cuando rellenamos un currículum o asistimos a una entrevista de trabajo. ¿No es así, entusiastas y productivos, como nos tenemos que comportar para ser el empleado del mes?
La prensa, hasta finales del siglo XIX, desde Kentucky hasta Cádiz, publicaba con naturalidad anuncios de venta de esclavos que incluían las características de la mercancía: «macho, 20 años, fuerte, capacitado»; «negra, recién parida, abundante leche, excelente lavandera y planchadora, con principios de cocina»; «negra criolla, joven sana y sin tacha, humilde y fiel, buena cocinera con alguna inteligencia en lavado y plancha». Son sutiles las diferencias con los anuncios de hoy: «Se ofrece conductor profesional, 35 años, con experiencia, disponibilidad total; chica para trabajar de dependienta, responsable, muy trabajadora.»
En la Grecia antigua, los filósofos criticaban que estos asalariados equiparables a esclavos gozaran de derechos y que se «comportaban en la asamblea como una masa indisciplinada». El trabajo asalariado se define como ‘esclavitud mercancía’, según cuenta el historiador Domingo Plácido. El ciudadano pobre es considerado esclavo potencial y, por tanto, roza los límites de la ciudadanía. ¿Nos suena? También en la vecina Esparta, una, grande y libre, idealizada por los neonazis, tenían a los ilotas, que eran dependientes (empleados) poseídos colectivamente por el Estado. La posesión individual de esclavos era ilegal. No sabemos qué pensará la derecha liberal de todo este despilfarro público y esta obstaculización del emprendedor. Tampoco qué pensará la intelectualidad comunista sobre esta colectivización del mal. ¡Qué poco sabemos, pardiez!
Para entender el trasvase y la sofisticación del trabajo esclavo hacia el asalariado, hay que subrayar el cambio conceptual del Imperio británico, que se convirtió, de pronto, en adalid de la abolición de la esclavitud al considerarla onerosa e improductiva frente a las relaciones salariales emergentes de la revolución industrial. Pensaron: el amo goza de la propiedad del esclavo, dispone de su vida y su libertad; pero, al mismo tiempo, tiene la obligación de vestirlo, alimentarlo y mantenerlo apto para las labores físicas, así como vigilarlo para que no escape. Querido amo: ¿preferirías tener a un preso a tu cargo o a un empleado libre? Adivina qué sale más rentable.
El antiguo esclavo Thomas Hall lo explicó así: «Lincoln se llevó las alabanzas por liberarnos, pero ¿lo hizo? Nos dio libertad sin darnos ninguna oportunidad de vivir por nuestros medios y todavía teníamos que depender del blanco sureño para nuestro trabajo, nuestra comida y nuestra ropa, y nos mantuvo según su necesidad y deseo en un estado de servilismo que apenas era mejor que la esclavitud». Al dueño de la plantación se les escapaban sus trabajadores. Sin embargo, el patrón capitalista tiene a las puertas de su empresa una fila de trabajadores de los que disponer.
Cabe pensar que la única diferencia entre aquella forma y la actual es la violencia física, el castigo a latigazos, las cadenas, la hambruna y la sed. Quizás, pero, sin llegar a la demagogia (o sí) nos preguntamos: ¿madrugar supone violencia simbólica ejercida desde el poder? Y el síndrome del burnout, la ansiedad, la depresión, el estrés laboral: ¿qué es?, ¿no es violencia? Salarios de risa, jornadas interminables, contratos de mentira… Chomsky explicó que los esclavistas de antaño no eran, per se, malvados carentes de empatía. De hecho, muchos de ellos serían padres atentos, buenos vecinos, ciudadanos, incluso buenos amos. El caso es que percibían la esclavitud como una práctica socialmente legítima y no veían ningún problema ético o legal en ello. Y ahora bendecimos al jefe o jefa cuando, oh, qué bien, nos regala una cesta por navidad o nos concede un día libre.
El trabajo asalariado es una deriva, transformación y sofisticación del trabajo esclavo o servil. Solo había que disfrazar lo feo bajo términos como libertad, oportunidad y éxito. Desde un punto de vista práctico y económico, el trabajo asalariado parece más rentable y provechoso que el trabajo esclavo. Quitarse las cadenas es solo para poder gastarte el dinero en lo que te digan y cuando te digan.