«Arsa, miarma, arriquitaun… Cuéntame un chiste, anda, que lxs andaluces tenéis una jartá de gracia». De gracia, y de paciencia, añadiría yo.
Como si no fuera suficiente con el pastiche étnico-cultural que significa confundir lo andaluz con el flamenco y compactarlo todo en la idea de que todxs lxs andaluces hablan en sevillano, encima hay que aguantar que te tomen por embajadora del El club de la comedia. Mucha paciencia. Adivinen quienes no la hayan visto a qué se dedica y de dónde es el protagonista masculino de Ocho apellidos vascos.
Aunque los estereotipos nos tocan a todxs, he de reconocer que, en los diez años que llevo viviendo en Andalucía, tan solo una vez se ha mencionado que mi chulería se deba a mi origen mesetero.
En todo este tiempo, he conocido a gente graciosa, a personas tímidas y taciturnas, a poetas y camarerxs que me han dado lecciones de fonética. Curiosamente, nunca me he encontrado con unx de esos famosos vagxs que al parecer emergen como setas al atravesar el túnel de Despeñaperros.
Aunque tengamos una pantalla plana, nadie se resiste a poner en su filo a una flamenca.
Lugares comunes o el campo de batalla
Dice el profesor de comunicación Rafael González Galiana1 que rebatir el estereotipo del andaluz graciosx o el de la vagueza es inútil.
Intentar aplicar argumentos lógicos para demostrar la falsedad de un estereotipo produce el efecto contrario: ayuda a reforzarlo. Los estereotipos son universos de sentidos carentes de todo razonamiento, pero que ayudan a mantener la cohesión de un grupo. Un espacio discursivo en el que sentirse segurx colocando a cada cual en su lugar.
Los estereotipos reducen la heterogeneidad al convertir una realidad compleja en una imagen fija y unívoca. Según Galiana, «no vale la pena rebatirlos, so pena de darnos de bruces con las costumbres, con la historia, con los usos y con la identidad del grupo social que los usa».
Estudiar, analizar y trazar el origen de los estereotipos es la mejor forma de combatirlos. Como elementos de discurso, son portadores de un puñado de valores que nos ayudan a definir las relaciones de poder que se dan entre los grupos sociales que luchan a ambos lados del campo de batalla.
Un poco de caspa, basta de folclóricas, bandoleros y destape
Los primeros estereotipos sobre Andalucía nacen al compás de la restauración monárquica a mediados del siglo XIX.
Este proceso de formación nacional fue un intento de homogenización (castellanización) cuyo objetivo era reducir al máximo la diversidad de los pueblos para mantener el orden social. No es casual que esto se produzca con el auge de las luchas obreras y del movimiento campesino en Andalucía.
Tanto la literatura costumbrista2 como la prensa nacional ayudaron a fijar los «tipos» sociales, entre los que el del andaluz primitivo y salvaje fue el que cristalizó con mayor fuerza. Esta idea fue reforzada por escritores como Mérimée o Washington Irving que hicieron de Andalucía un escenario exótico y misterioso.
Lo «típicamente andaluz» ha sido muy rentable. Se ha utilizado como instrumento para la formación de la identidad nacional y como anclaje para el desarrollo del mercado capitalista.
Durante la II República y el primer franquismo3, el estereotipo de la folclórica (generalmente gitana y andaluza) fue utilizado a través del cine, pero con fines bien distintos. En el primer caso, fue un intento de acercarse a las clases populares y de mostrar una identidad nacional diversa y plural. En el segundo, sirvió como herramienta de negociación entre clases sociales, en un modelo de gobierno totalitario y vertical. De cine popular a cine populista. Y como protagonistas, pares antagónicos: la gitana/el señorito, el bandolero/la duquesa. Mientras tanto, esta misma negociación se producía en grandes ciudades como Madrid, Bilbao y Barcelona a las que muchxs andaluces sin recursos acudían en masa a trabajar en sus fábricas o como servicio doméstico.
En el segundo franquismo, convertida la Costa del Sol en el primer laboratorio de la cultura del ladrillo, Andalucía pasa a ser el escenario del destape y de la fiesta, del turismo de suecas en bikini perseguidas por el galán casposo de la capital. Un reclamo idílico para los sueños de una clase media emergente y el mejor destino para el turismo internacional.
Versiones, revisiones y transgresiones del estereotipo andaluz
Andalucía, discursivamente, es un espacio colonizado. Es el escenario de las relaciones de poder de este país.
Sobre ella, hay desplegado un imaginario que la convierte en espacio de tránsito, de vacaciones, pero nunca un sitio en el que prosperar, en el que quedarse.
Para las noticias es Semana Santa, la Feria y el Rocío, es el caso de los ERE y de la estafa de los cursos de formación. Es donde celebras tu despedida de soltera vestida de flamenca o pillas coca al bandolero más guapo de toda la bahía. No es el lugar en el que hacer una entrevista de trabajo, invertir o conseguir una beca de investigación.
Pero lxs andaluces han sabido rentabilizar y subvertir estas imágenes llevando al extremo la imagen del vagx, o graciosx. Humoristas como Los Morancos, el Culebra y el Cabesa o artistas como Martirio y la gran Carmina Barrios (Carmina o revienta) ponen en evidencia lo teatral y ridículo de estas imágenes. Lo peligroso no son los personajes, sino quiénes y con qué fines se usan en los relatos.
Los estereotipos son como una máscara que unx se pone para tapar la cara que se te queda cuando alguien te contesta: «…que te cuente un chiste tu puta mare…».
1 González Galiana, Rafael, La construcción de estereotipos andaluces por los medios, Revista Comunicar nº 12 (pp. 101-106), 1999, Sevilla.
2 Veánse como ejemplo las Escenas andaluzas de Estébanez Calderón.
3 Labanyi, Jo, Lo andaluz en el cine del franquismo: los estereotipos como estrategia para manejar la contradicción, Instituto de Estudios Andaluces, abril de 2003, Sevilla.