Recuerdo que en mi infancia, antes incluso de tener cualquier contacto con el personaje literario a través de funciones teatrales o lecturas escolares obligatorias, conocí el mito del Don Juan Tenorio a través de una particular versión que siempre se recitaba en mi casa, heredada de mi bisabuela: «¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor, que en esta apartada orilla te has lavado la almejilla y ahora huele mejor?».
Yo no podía contener la risa imaginando a esa monja de moral incuestionable levantando su hábito presurosa para lavar sus partes pudendas y siendo descubierta por un señor que ponía en evidencia su higiene íntima.
Así fueron pasando los años, escuchando sin cuestionarme que este o tal otro señor era calificado de donjuán. El primer impacto vino al comprobar que este mito, sin embargo, no era reversible. Las chicas de mi colegio que más conquistas acumulaban eran etiquetadas simplemente como «putas», haciendo honor a la idea de que «en colegio de monjas, o todas putas, o todas monjas».
El mito del donjuán es, pues, un arquetipo literario lleno de luces y sombras que ha evolucionado a lo largo de los siglos y que ha servido para modelar los comportamientos sexuales de uno y otro género, haciéndonos creer que el hombre es infiel por naturaleza y que las mujeres somos todas doñas ineses que esperamos en la otra orilla del río (con la almeja bien lavada) a redimir a ese hombre libertino y canalla por el que todas sin excepción nos sentimos atraídas.
Y esto, señores y señoras, se parece mucho al trasfondo de esa novela tan macabra como exitosa que es 50 sombras de Grey. Sin haber pasado por el suplicio de leerla, me consta que la virginal e inocente Anastasia Steele (la mujer cuya voluntad de hierro la lleva hasta la veintena sin ni siquiera haberse masturbado) obtiene su recompensa tras años de sumisión y sacrificio, domesticando al señor Grey y convirtiéndole en su esposo. Hombre de una sola y única mujer que abandona su oscura afición por el bondage gracias a la dulzura de una mema sin redención posible.
Pero, ¿qué conexión existe realmente entre el primer Don Juan de Tirso y la frivolización del mito como modelo de sexualidad masculina del hombre con éxito y poder?
Don Juan, burlador de normas y principios patriarcales
Más allá de la dimensión heroica del donjuán como hombre que responde tan solo a sus impulsos y necesidades sexuales sin tener que dar explicaciones a nadie, el personaje fue creado, precisamente, para sancionar las conductas lascivas de aquellos que se enfrentasen a la moral ultraconservadora del Barroco.
De este modo, Tirso concibe al protagonista de El burlador de Sevilla como un personaje deleznable que desafía la autoridad divina mediante el pecado de la lujuria atentando contra el máximo valor de la época: la honra.
Pero no vayamos a pensar que lo que le importa realmente al Don Juan es mancillar el honor de las mujeres; bien al contrario, este oscuro libertino a quien desafía, en realidad, es al conjunto de hombres que se erigen como guardianes de la sexualidad de sus mujeres: padres, maridos o hermanos que mantienen intacta la honra de sus féminas para poder casarlas con un hombre rico en un matrimonio de conveniencia. He aquí lo revolucionario del personaje: evidenciar lo ridículo de este sistema de control de género.
Lo que excita realmente a Don Juan, no es tanto la acumulación de conquistas como el sentir que es capaz de transgredir las normas sociales basadas en el orden patriarcal. De este modo, y como Coral Herrera afirma en su Rincón de Haika, se nos hace creer que estas mujeres son «burladas », y que no poseen deseo sexual, sino únicamente, sentido del honor. La realidad es otra bien distinta, ya que las mujeres del Don Juan quieren vivir la vida tan intensamente como él y gozar de lo prohibido de igual modo.
La intención inicial de Tirso, por tanto, era sancionar un comportamiento negativo que ponía en cuestión el orden social de la época. El dramaturgo pretendía mostrarnos cómo, en la batalla entre el Bien y el Mal, nadie puede «burlar» la autoridad divina. Un hombre para el que la moral de la Iglesia y la justicia de los hombres no tienen valor alguno debe someterse al castigo que merece por su conducta errónea y libertina.
Molière, por su parte, en una de las más de cien versiones que existen del mito, dibuja un Don Juan que, más que un pecador, es un rebelde social, un ateo, un poeta librepensador que representaba al humanista que comenzaba a nacer en la Francia del siglo XVII.
Tras varios siglos prohibido en España, es Zorrilla quien decide redimir a este pobre diablo, transformando al «burlador» en un hombre arrepentido y redimido por el amor. El amor de la dama más virtuosa que pueda existir en el imaginario: la monja doña Inés. Zorrilla libera al Tenorio de su destino trágico pereciendo en las llamas del fuego purificador del amor romántico. Del mismo modo que Christian Grey acaba asando chuletas en la barbacoa junto a sus preciosos niños y su ya desflorada esposa.
La construcción de la masculinidad a través del donjuanismo
«El Don Juan que finalmente se enamora es el mito más dañino para el imaginario femenino, porque fantasea con la posibilidad de la rendición final del cazador, que se convierte en el cazador cazado. Es decir, anima a las mujeres a enamorarse de hombres inmaduros cuya posesión es difícil o imposible». Coral Herrera Gómez describe de este modo lo perverso de la transformación que se opera en Don Juan Tenorio.
La frivolización del mito ha permitido utilizar el arquetipo del donjuán como un modelo, no solo no sancionable, sino exitoso, de lo que debería ser la sexualidad masculina.
Bajo la falsa creencia de que los hombres tienen necesidades sexuales diferentes a las de las mujeres, se sustenta la idea de lo masculino por oposición. Hombre es aquel que ni es mujer ni es homosexual. La demostración pública y constante de la hombría a través de las conquistas femeninas aleja cualquier sospecha de «falta de virilidad». El verdadero macho es aquel capaz de ser impasible emocionalmente ante las necesidades y deseos de los otros. Por tanto, el Don Juan que acumula conquistas a las que abandona sin miramiento es simplemente un héroe, «un hombre de verdad». Además, el sentirse deseado por un número infinito de mujeres valida su condición de macho heterosexual, que alardea de su potencia sexual como garantía de que ni es mujer ni mucho menos, marica. Personajes como Berlusconi o Hugh Hefner serían ejemplos extremos del pánico que deben de sentir algunos hombres a que su sexualidad sea cuestionada. Señores que, a pesar de su avanzado estado de descomposición se empeñan en demostrar al mundo que su poder reside en el número de tetas que han tocado. Y es que, en este juego de los géneros, la masculinidad también está llena de sombras. Ojalá solo fueran cincuenta.