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La memoria invertebrada. Hacia la reinterpretación conjunta de la huella memorialista en Sevilla – EL TOPO
nº40 | política local

La memoria invertebrada. Hacia la reinterpretación conjunta de la huella memorialista en Sevilla

La activación de la memoria histórica de una ciudad pasa por tener un conocimiento interrelacionado de los lugares en los que ocurrieron hechos del pasado que no conviene olvidar. Sevilla ha avanzado poco a poco respecto a la recuperación de su memoria histórica, especialmente en los últimos diez años, pero adolece aún de una interpretación adecuada de lo que significa esa memoria en su escenario urbano.

Durante decenios, la principal acción llevada a cabo por el Ayuntamiento de Sevilla en relación con la memoria histórica fue la sustitución de nombres franquistas en calles y plazas, pero esta eliminación fue lenta y asistemática. Sin embargo, y sobre todo en el último lustro, la corporación ha diversificado sus acciones: creó la Oficina de la Memoria Histórica; ofrece subvenciones para la investigación y difusión de estudios memorialistas; facilita trabajos de exhumación, conservación y tutela de restos; convoca homenajes a las víctimas y coordina una mesa de participación de la que forman parte asociaciones, sindicatos y grupos municipales. Sin embargo, el mapa de la memoria histórica de Sevilla está por hacer.

La recuperación y vertebración de esta memoria va más allá de un callejero renovado y de acciones que, aunque necesarias, carecen de un plan global que permita la interpretación conjunta, profunda y veraz sobre el período que medió entre el 14 de abril de 1931, advenimiento de la Segunda República, y el 11 de enero de 1982, entrada en vigor del primer estatuto de autonomía de Andalucía (fechas en las que se enmarca el lapso objeto de la Ley de Memoria Histórica y Democrática de Andalucía de 2017). Para implementar medidas que establezcan una lectura justa, actualizada y divulgativa de esta memoria, se propone realizar un mapa de la memoria histórica de Sevilla basado en tres pilares.

a) Ad memoriam. Cómo y quién mantienen la memoria

El adjetivo histórico/a está maldito, fundamentalmente porque el pasado es un lugar que, desaparecidos sus protagonistas, solo se conoce a través de las miradas de otros. Al pasado real no se regresa nunca. La historia no deja de ser una apropiación presente de un pasado del que, además, se criba aquello que no encaja con nuestros intereses y creencias. A este respecto, la memoria histórica, y en España más, es un campo sin vallar. Un enfrentamiento civil cruel; una larga postguerra llena de necesidades físicas y espirituales; un desarrollismo autista y, finalmente, una transición que precisó (¿precisó?) hacer oídos sordos para volver a un contexto democrático normalizado como el de los países vecinos cerraron en falso deudas sociales que, como costuras que revientan, han dado la cara a finales del siglo XX y lo que llevamos del XXI.

La emergencia de la memoria histórica en España ha sido asimétrica dadas las diferencias entre los territorios, grupos sociales y partidos políticos. Los agentes memorialistas (sobre todo asociaciones, sindicatos, partidos políticos, municipios y particulares) se han organizado, empoderado y han creado plataformas dinámicas para la consecución de sus objetivos. El resultado ha sido una demanda vibrante y sonora, pero no siempre sistemática con la memoria de todos los territorios. Sevilla es un buen ejemplo.

b) Ad locum. La necesidad de aferrarse a los lugares

Todas las memorias se anclan a sitios, pero la memoria histórica más aún. Si del tiempo es algo de lo que no podemos fiarnos por los motivos antes aludidos, ¿podemos hacerlo de los espacios? ¿Son tan veleidosos y sometidos a la manipulación como la historia? Sin duda, pueden serlo, pero hay una objetividad que marca la diferencia respecto al tiempo: al espacio siempre se puede volver físicamente. El espacio, aun en sus inseguridades y cambios, también proporciona certezas. En el lugar entendemos mejor lo que se nos explica, lo que queremos recordar y lo que somos. No es de extrañar, pues, que los lugares de la memoria sean un aspecto recurrente en los textos legales que pretenden recuperar y dignificar el pasado oscuro de la historia, también por supuesto de la sevillana. Desde este punto de vista del reconocimiento legal, existen siete lugares memorialistas en Sevilla: cuatro de ellos declarados Lugares de Memoria Histórica por el Decreto 264/2011 (Cárcel de Ranilla, Canal de los Presos, la antigua Comisaría de Investigación y Vigilancia —residencia de padres jesuitas en calle Jesús del Gran Poder— y el lugar de fusilamiento de Blas Infante —en la intersección de la SE-30 con el final de Kansas City—) y tres incoados como Lugares de Memoria Democrática (Jefatura Superior de Policía de la Gavidia, antigua Capitanía General —hoy Consejería de Cultura— y lugar del asesinato de Francisco Rodríguez Ledesma —en el Cerro del Águila—), pero la interpretación conjunta de estos lugares con los espacios que ocupan y entre sí es, o es muy deficiente, o no existe.

c) Ad agendum. Gestionar la memoria histórica

Parece que hablar de la gestión de la memoria la hace más frágil frente a la manipulación, pero precisamente para evitarlo deben prevalecer planteamientos razonados que permitan, desde el consenso, establecer protocolos de ineludible omisión. Una de las primeras herramientas con las que se debe contar es un mapa de la memoria local que interprete la historia de forma dinámica, que relacione los espacios y sitios que fueron escenario de hechos significativos y que sirva de referente a las actividades memorialistas (planes, programas, acciones específicas). Especial importancia tendrá como instrumento de difusión (señalética, carteles, placas, etc.) para informar desde los espacios públicos sobre su significado en la historia. Por eso, disponer del mapa memorialista de Sevilla es una tarea urgente que, uniendo conocimiento histórico y reivindicaciones de las asociaciones concernidas, ofrecerá una visión poliédrica y compleja de lo que significó el período que media entre la Segunda República y la transición democrática y que, al ser más el todo que la suma de las partes, aportará un instrumento de conocimiento y difusión que merece la aún no del todo conocida, ni mucho menos reconocida, historia de los peores decenios del siglo XX en la ciudad.

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