El capitalismo esculpe nuestros cuerpos y condiciona nuestras maneras de ser, estar y habitar. Lo más doloroso es cuando descubres como sus efectos se transmiten a través del tiempo. De manera muy sutil, pero más precisa que el propio ADN.
Yo nací en Sevilla. Mi bisabuela Antonia Sánchez era de Fuentes de Andalucía, pueblo de la campiña sevillana. Mi bisabuelo era pastor trashumante y Antonia completaba el salario ejerciendo de droguera clandestina: vendía colonias y brillantinas de la capital. Era la madre de María León Sánchez, mi abuela, que a principio de los años 30 migró a Sevilla. La versión oficial cuenta que fue por el éxodo rural. En el campo sobraba mano de obra con la incipiente tecnificación y las ciudades, focos industriales, suponían la promesa de empleo para la gente joven. Aterrizaron en la zona de la calle de la Feria. Allí nació mi madre, en una casa de vecinxs, y allí se crió y vivió hasta que se casó y se fue a San Jerónimo, barrio en el que se había criado mi padre que era la puerta de entrada a Sevilla de la gente que venía de Extremadura, entre otros sitios.
Mi abuela vivió en la zona de la «calle de la Feria» hasta mediado de los 70. Fue la última de su edificio porque el propietario ya no renovaba alquileres y ya no arreglaba sus propiedades. Terminó yéndose al barrio de Alcosa, en la zona este de Sevilla, donde no había ni línea de autobuses. Será que por aquel entonces comenzó el proceso de expulsión de las clases humildes del centro, aún no se llamaba gentrificación porque no estaba inventao el término, pero las características del proceso tenían mucho en común con el término posteriormente acuñado. Al llegar los años noventa, la zona estaba habitada por una población envejecida, con muchos de sus patios y casas de vecinxs deteriorados, una gran proporción del parque de viviendas abandonado por sus propietarios y un alto porcentaje de población marginal y marginada. Esta situación sirvió como caldo de cultivo perfecto para el lavado de cara que le dieron a la zona en los años previos y posteriores a la Expo 92.
Fue en ese momento cuando llegué yo al barrio, procedente de los barrios periféricos donde me crie.
Recuerdo por aquellos años escuchar hablar del Plan Urban a los Trillo (padre e hijo) muy preocupados por lo que estaba pasando. Yo reconozco que no me enteraba de nada. Con los años comprendí lo que el plan Urban supuso. Lejos de favorecer el fortalecimiento del tejido urbano existente y apoyar a las clases desfavorecidas se realizaron remodelaciones y construcciones que atrajeron principalmente al sector privado y provocaron un aumento loco de los alquileres. Esto potenció aún más que fueran sustituidas las clases más humildes por gente con mayores ingresos o por jóvenes atraídxs por las posibilidades de ocio, culturales y políticas que la zona procuraba. Y en ese barrio y alrededores llevo viviendo los últimos 25 años. Así que he sido gentrificadora y ahora estoy siendo turistificada camino de transformarme en resistencia.
¿Qué sucede ahora?
El turismo es una de las actividades capitalistas que ha sufrido mayor expansión en las últimas décadas y en la que la crisis se notó más bien poco. Incluso se habla de un boom turístico mundial. Es el cuarto sector económico del mundo y subiendo, genera más del 10% del PIB planetario…
Claro que esto tiene muchas lecturas y a nosotras nos interesa ver como se materializa en el territorio y en nuestros cuerpos y sus posibilidades. Ni siquiera para las mentes más convencionales puede o más bien debería ser un indicador de bonanza.
El turismo «mueve mucho dinero y crea mucho empleo», pero el movimiento de dinero no repercute en la ciudad y el empleo tiende a ser estacional, temporal y precario.
Empresas multinacionales compran viviendas para transformarlas en apartamentos turísticos.
Una gran parte de las viviendas en alquiler son de unas pocas familias que mantienen el oligopodio, casatenientes que acumulan gran cantidad de los supuestos beneficios.
Existen muchas personas con una o dos propiedades que participan de este modelo especulativo expulsando a sus inquilinxs para transformarlos en apartamentos turísticos o con subidas infames del alquiler de la vivienda para sacar más beneficio de sus propiedades sin atender a las consecuencias.
¿En qué se traduce?
A las arrendadas nos están expulsando del barrio. Para las propietarias el barrio está cambiando de paisaje humano. Al desaparecer las vecinas, desaparece la confianza creada que no se tiene con quien está de paso.
Y detrás de todo esto, cuerpos con nombres y apellidos que tienen que abandonar sus hogares porque no se pueden permitir vivir en el barrio que llevan décadas habitando.
Esto va acompañado de un cambio de uso de los barrios, ya que lxs turistas no necesitan escuelas, centros sociales, talleres… Ellxs utilizan el espacio público y la propia vivienda de forma diferente. Están de vacaciones y tienen otros ritmos, lo que complica la vida de lxs residentes de los edificios mixtos, que necesitan dormir y deben madrugar para ir al trabajo. Y, por supuesto, sin entender ni atender a la ecología cotidiana para hacer un uso eficiente de la energía, del agua, etc.
Los intereses divergentes dificultan la convivencia también en el exterior. La mayor disponibilidad económica de lxs turistas supone un incentivo para el recambio de la estructura urbana. Aparecen nuevos establecimientos, bares y comercios más caros, dirigidos a ellxs.
No, el turismo no mejora la calidad de vida de lxs vecinxs.
Buscando indicadores legítimos que permitan analizar las repercusiones del proceso, veo como ha disminuido drásticamente el número de tiendas pequeñas destinadas a satisfacer los bienes precisos para desarrollar las necesidades básicas y han sido sustituidos por bares u otro tipo de negocio que responden a las demandas de lxs visitantes. También veo como va disminuyendo drásticamente el número de personas que me dan los buenos días o me preguntan como estoy y se preocupan por mi bienestar, siendo sustituidos por personas de paso que vienen a consumir experiencias… las mismas experiencias que generamos las gentes que habitamos los barrios y que estamos teniéndolos que abandonar.
Y al final me veo como mis antecesoras. Por motivos ajenos a mi voluntad, y que responden a los intereses económicos de unos pocos, tengo que abandonar el territorio donde he desarrollado mis lazos de comunidad y apoyo mutuo. Habrá que seguir resistiendo.