A pocos días de entregar el artículo he decidido borrarlo y empezar de nuevo, porque la rabia y la impotencia se me acumulan y me revuelven la úlcera y las entrañas. A estas alturas se habrá escrito y dicho todo sobre el tema, incluso se habrá olvidado como pasa siempre, pero o vomito o reviento por colmatación.
Y no puedo más porque es asqueroso y rastrero que entre nuestras muertas haya asesinadas de primera y asesinadas de segunda. Me duele la muerte de Laura Luelmo, como la de cualquiera de las casi mil asesinadas por el terrorismo machista que llevamos en s filas desde que se hacen «recuentos». Pero también me siento manipulada y estafada por este sistema patriarcal, por la justicia machista, por los políticos, por los miserables medios de desinformación y por tanto machunos que instrumentalizan a nuestras muertas. Aquellos que hace unos días celebraban que se archivara la denuncia por acoso sexual a las «moras de las fresas». Los que jalean a una justicia indecente que ni las ha escuchado, que se les llena la boca con las denuncias falsas. Son los mismos que hoy aprovechan para pedir la cadena perpetua para los locos pervertidos que secuestran y matan a una chica joven, mientras se regodean en el morbo del secuestro y la violación, como si fuera algo aislado, fruto de una mente enferma y no de un sistema que ha normalizado la violencia hacia las mujeres. Una violencia agravada en muchos casos por la raza o la clase, como si no pasara a diario. Invisibilizan una vez más que quienes nos asesinan, nos acosan, nos violan y nos ningunean son nuestras parejas, nuestros padres, tíos, vecinos o compañeros; y despolitizan una lucha que nos está costando tantas bajas, tanto dolor y tanta rabia que no nos deja respirar.
Nos duele el alma de gritar que no queremos tener miedo, que queremos ser libres y vivir tranquilas sin tener que estar alerta todo el tiempo; porque no todos los hombres serán violentos, pero, a estas alturas, nosotras de eso no podemos estar seguras.