El plan para proteger a la industria de la automoción va contra toda lógica de lucha contra el cambio climático y de los deseos de la transformación de las ciudades de la población. Pedimos aire limpio y espacio para las personas y el gobierno responde con más coches.
Mauna Loa es un volcán hawaiano, que es considerado como el más grande de la Tierra en términos de volumen y superficie. Pero para las personas que seguimos las noticias sobre la emergencia climática, es más conocido por ser la ubicación del observatorio que recoge datos sobre cambios atmosféricos desde los años cincuenta. El observatorio tiene una ubicación privilegiada: está situado a 3 397 metros en lugar remoto, donde la influencia humana o de la vegetación son mínimas.
Pero los datos que nos llegan desde este paraíso volcánico son siempre demoledores. Un máximo histórico de concentración de CO2 que siempre es superado por el siguiente. El último fue el del pasado mes de mayo. Nuevo récord de concentración de CO2 en la atmósfera de 417,1 partes por millón (ppm). La concentración de CO2 previa a la revolución industrial era de 280 ppm. La primera medida de Mauna Loa fue de 315 ppm en 1958. En 1986 se superaron las 350 ppm y en 2013 se alcanzaron las 400 ppm.
Los datos del aumento de CO2 son tan transcendentes para nuestras vidas que deberían abrir los telediarios, ser trending topic en Twitter y ocupar los grandes titulares, tal como pasó con las cifras de contagios y pérdidas en los días más duros de la pandemia de la covid-19. Y como para aplanar la curva de la covid, las medidas para impedir un nuevo máximo histórico deberían tomarse poniendo la salud y la supervivencia por encima de todo.
La realidad es bien diferente. En los primeros días de junio, solo unos pocos medios recogían la nueva superación de concentración de CO2 recogida en Hawái. Sucedía en el momento en el que Europa empieza a trabajar para salir de la crisis económica, con poca atención a la emergencia climática. Y pocos días después el Gobierno de España anuncia su plan para la automoción. Un plan que supone un total de 3 750 millones, de los cuales 515 serán de inversión directa de fondos públicos.
El Plan de la Automoción pretende, básicamente, dar continuidad al mismo modelo de transporte. Esto a pesar de que se trata del sector con más emisiones en el Estado español, donde supone un 27% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Del total de emisiones del transporte, el 60 % las producen los automóviles. Está claro que para reducir estas emisiones hay que reducir dramáticamente el número de coches. Pero por el momento, se anuncia a bombo y platillo el plan para salvar al automóvil. Incluidos los coches de combustión interna, que si necesitan una política de incentivo es una que acelere su desaparición.
El plan, no obstante, hace un guiño a la transición ecológica. Pero a base de apoyos al automóvil eléctrico. Bien es cierto que el automóvil eléctrico reduce significativamente las emisiones de GEI. Y es previsible que en los próximos años disminuyan aún más, con la introducción de más energía renovable. Pero la sustitución de la flota de vehículos de combustión por vehículos eléctricos no es la respuesta.
Hay de hecho un impacto que comparten el coche eléctrico y el de combustión interna que ha sido particularmente visible en las últimas semanas: la ocupación del espacio. El coche ocupa más de un 60% del espacio urbano y deja a viandantes, bicicletas, patinetes y toda persona que se aventure a salir de casa sin conducir un automóvil relegada a pelear por los escasos centímetros cuadrados que quedan libres. Y no hay que olvidar el constante peligro de accidentes y atropellos a los que nos expone el tráfico.
Una encuesta reciente encontró que más del 70% de la ciudadanía no quiere volver a los niveles de contaminación previos al confinamiento. Y más del 80% de las personas a las que encuestaron afirmaron estar dispuestas a asumir sacrificios como que se restructure el espacio urbano, dando más peso a viandantes y bicicletas o se implanten medidas de restricción de los automóviles como zonas de cero emisiones. Los datos son muy contundentes y hablan de un deseo de un cambio profundo.
Este cambio profundo debe comenzar por las inversiones que se realicen en la recuperación. Si la prioridad debe ser ir caminando, en bicicleta o en transporte público, se debería traducir en una mayor inversión en este campo. Todo lo contrario a lo que propone el Plan de Automoción. Este plan es a la vez una apuesta por seguir con el mismo modelo: una industria que concentra importantes cantidades de empleos en torno a fábricas que más pronto que tarde dejarán de ser importantes y cuya toma de decisiones se realiza en otros países y sobre las que no hay mucha capacidad de influencia. Solo hay que recordar lo sucedido con Nissan para ver por qué deberíamos pensar en transformar completamente esa industria.
Si incluye el plan propuestas para la transformación de la industria. Pero esta transformación se limita a cambiar una tecnología por otra: de los coches de combustión a los eléctricos. Es deseable que en el futuro existan solo automóviles eléctricos, pero deberán ser muchos menos de los actuales. Es además lo que vaticinan en muchos foros, y la industria debería prepararse para este previsible decrecimiento.
El IPCC lo dice, para afrontar la crisis climática se necesitan cambios sin precedentes. Estos cambios no son sencillos, por eso no se han realizado hasta ahora. Pero tampoco era sencillo aceptar que teníamos que quedarnos en nuestra casa durante semanas y lo hemos hecho porque se nos iba la vida en ello. Lo mismo sucede con la transición ecológica. No hay una opción B porque no hay planeta B. Pero, cuanto antes se tomen las medidas, menos drásticas tendrán que ser y mejores serán los resultados. Y como en la covid-19, no asumimos lo que se nos viene encima y todo apunta a que actuaremos demasiado tarde.