Quedamos en Tramallol, el espacio que alberga a Lanónima en la actualidad. Ponemos la grabadora con muchos sonidos de fondo, gente que pasa y saluda, una asamblea de Cactus, un taller, alguien que discute por teléfono... Jaleos, como no podía ser de otra manera si vamos a entrevistar a Fernando, metido en casi todos los movimientos sociales de la ciudad. «De Sevilla de toda la vida, de aquí de Marteles, el pasaje peatonal entre Enladrillada y Sol.» Sus padres se unen en el año 40 y se van a vivir a la Corza, donde vive un hermano de su padre (de la Corza conoce a Antonio Buenavida, de una ocupación vecinal muy buena que se dio en los 80 y que nos daría para otra entrevista). Se refugian allí, nacen sus primeros hermanos y, después, consiguen una vivienda de alquiler en Marteles, y nace la otra mitad. Son ocho. Años después, se van a San José Obrero. «La familia de mi padre era republicana, tenía hermanos en prisión —condenados a muerte, aunque al final no los mataron— y mi madre que también fue rapada en su pueblo, preparada para la muerte».
El Topo (ET): ¿Cómo es Fernando visto por Fernando?
Fernando (F): Un tío bastante nervioso, muy activo, necesito estar haciendo algo, maquinando algo, por eso estoy en todos los movimientos sociales. Como me gusta lo que se va a hacer, me lo tomo muy como si fuera mi casa. No sé eso por qué será, si huyo de algo, como un tiempo que no quiero ver, a lo mejor se me ha quedado la costumbre…
He sido un tipo que he tenido mis problemas de comunicación en relación al cómo soy, quién soy y, a lo mejor, por ahí viene ese estar siempre activo, para no ver esa parte de mí que no encaja en ningún sitio. Aunque ya está todo encajado. Me estoy refiriendo al tema de la sexualidad. Desde pequeño veo que soy distinto al resto de los amigos. Soy igual que todos, pero distinto, en la medida en que algunos de mis amigos me despiertan deseos.
Con 17 años empiezo a tocar el tema de la revolución por fuera, y eso me lleva a la revolución por dentro, quién soy, cómo soy, qué pasa conmigo. Dentro de la organización política en la que me integro, Juventudes Comunistas, voy viendo como también hay compañeros como yo, pero no se puede hablar del tema, somos gente normal con vidas normales.
En una ocasión, en una asamblea clandestina del Partido Comunista a las afueras de Sevilla, se plantea que hay compañeros que quieren pasar a la organización y que son homosexuales. Se dice que son buena gente pero que no nos podíamos arriesgar, en una situación de detenciones, torturas e interrogatorios, eran débiles y podrían no aguantar. Era el año 1969.
ET: Hubo también tiempo de prisión…
F: Me metieron en la cárcel porque nos cogieron haciendo pintadas con las consignas de aquel tiempo: «Libertad sindical derecho de huelga» y «salario mínimo 300 pesetas». Como éramos de Juventudes, teníamos consignas sindicales, fuera de la legalidad, pero más suaves. «Libertad presos políticos», era una consigna más grave para miembros del PC, no para los jóvenes. En la célula de mi barrio, San José Obrero, éramos unos 15 y un compañero al que cogieron pintando dio el nombre del resto.
Estuve tres meses en la cárcel. Los presos políticos (por pertenecer a organizaciones políticas que buscaban la destrucción del Estado, nos decían) estábamos aparte de los presos comunes.
La organización funcionaba como organización política también dentro de la cárcel, con sus responsables, vínculos con la calle, bolsa común, comíamos juntos, paseábamos juntos. Te das cuenta de que hay compañeros que sienten como tú. Vemos cómo los presos comunes se enrollan entre ellos, se emparejan para evitar violaciones, para protegerse y nosotros teníamos que ser los más puros, no hablar con nadie. Los mismos funcionarios de la cárcel participaban de esto, tenían sus ligues, pero nosotros no podíamos. La disciplina del partido no permitía relacionarnos. El régimen nos separaba, pero la organización también: era un doble aislamiento. Yo veo a amigos míos de la calle entre los comunes y los saludo y hablo, y ya ahí había ciertas disidencias y no estábamos de acuerdo con aquellas cosas. Éramos disidentes. Los comunes se divertían y desde luego que éramos los más tontos del mundo. Seguíamos muy reprimidos, tenía mi novia y lo otro estaba ahí, sin haber tenido nunca una experiencia.
Salí con libertad provisional con el dinero que dieron mis padres y la caja de resistencia del partido. Nos defendió Manuel del Valle, el que fue alcalde de Sevilla. Salimos absueltos y a la calle otra vez.
ET: ¿Cómo fue la lucha en la clandestinidad desde el Corte Inglés?
F: Mientras estaba en libertad provisional entré a trabajar como vendedor en moda joven de El Corte Inglés. Junto a compañeros que trabajaba en las calles comerciales y grandes almacenes, Puente y Pellón, Sierpes, Vilima… pretendíamos crear las Comisiones Obreras del comercio. Se estableció una reivindicación que era la del sábado por la tarde sin trabajar. Nos concentrábamos en el Duque, tirábamos octavillas desde la azotea del Corte Inglés y el día de la concentración me detuvieron por segunda vez. «No te muevas y sigue para adelante», me encañonaron y para la comisaría de la Gavidia.
Sabía a lo que estaba expuesto. Pasaba miedo cuando estaba en el calabozo y decían mi nombre. Arriba no sabía lo que me esperaba. Qué tipo de guantá, de patá, y la cara de odio y las ganas de comerte vivo. Abajo, en los calabozos, descansaba.
Si estabas arriba no te daban agua, si te estabas meando te meabas encima. Formaba parte de la tortura. Agáchate, pero no te apoyes, patadas en el lado de la pierna con palos, duele mucho la pierna, cabezazos contra la pared… pero lo que más me imponía eran las caras. «Te voy a matar, me pones de los nervios, me voy que te voy a matar», para ver si firmabas la declaración que ellos querían. Como no se podía estar más de 72 horas, aguantábamos y para la cárcel. Mi familia necesitaba mi sueldo y a mí me despidieron sin derecho a nada. Era 1972. Paso cuatro meses, una navidad, un fin de año. Los abogados que nos llevaron fueron Aurora León, Adolfo Cuéllar y José Julio Ruíz Moreno, los abogados de temas políticos del momento.
En el PC nos indicaban qué libro había que leer, estaba mal visto el tema porros, qué tipo de música escuchar, qué amistades tenías, y cada vez estábamos más incómodos. La segunda vez en prisión conozco a gente que piensa de otra manera: gente de la CNT, gente del Partido Comunista Internacional, que eran maoístas, relacionados con lucha armada, y me abren la mente a otras realidades. En el 1972, cuando salgo para ir a la mili, pierdo el vínculo con el PC.
ET: ¿La mili era peor que la prisión?
F: Salgo en libertad provisional porque me iba a la mili. El capitán tiene la lista de los reclutas señalados y ahí estamos unos cuantos a los que nos mandan a la oficina del capitán y nos advierten: «a la más mínima que ocurra aquí algo, sois los culpables. No quiero ver libro, papelito ni nada, y de aquí vais a un consejo militar, estáis vigilados, ya lo sabéis».
A los señalados nos mandaron como castigo a un destacamento en la sierra de Córdoba, un polvorín de municiones viejas. Nuestro trabajo era quemar una montaña de balas, un peligro. Estábamos en un barracón de chapa, en colchonetas llenas de chinches. Comíamos de un rancho que subía un burro del cuartel más cercano: comíamos frío y mal, y mientras olíamos el asado de los militares. Hacíamos turnos de 2 horas, cama y garita. Así estuvimos, con una calor tremenda, 6 meses. Eso no había cuerpo que lo aguantara. Cuando nos licenciamos, en la cartilla te ponían «persona que no merece ninguna confianza», para futuros trabajos. Uno de los chatarreros que va al Pelícano era compañero mío allí, Antonio Coronilla, sería interesante hablar también con él.
ET: Muere Franco y, ¿qué pasa contigo?
F: Después de la mili yo seguía teniendo el juicio pendiente y mi novia y yo nos fuimos, antes de que me mandaran otra vez a la cárcel. Íbamos en tren camino de Francia, pero paramos en Barcelona y allí nos quedamos en casa de compañeros de la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), previo al PT.
En Barcelona empiezo a ver que hay mucha gente que se ha quedado igual que nosotros, sin papeles, y nos quedamos 8 años, hasta que muere Franco y con la ley de Amnistía volvemos a Sevilla, y obligan a El Corte Inglés a reincorporarme. Era 1979. La gente del PT ocupamos una barriada entera en Virgen de los Reyes en el Cerro del Águila (allí conocí a José Ignacio) y nos metimos mi mujer y yo en una casa.
ET: El feminismo, ¿cómo lo ves y lo vives?
F: Gracias a esta forma de ver el mundo, la vida, nos relacionamos mejor y detectamos al enemigo mejor. Antes era el capitalista, ahora también es el machista. Te sirve para entender la revolución, tus errores; nos faltaba esta manera más completa de ver la vida. Conozco este movimiento cuando vuelvo a El Corte Inglés con la amnistía y tengo un primer contacto con compañeras. Las más luchadoras dentro de El Corte Inglés son mujeres. Nos conocemos y me enseñan otras maneras, viven de otra manera, son lesbianas algunas, me coge en la época del MHLA, Movimiento Homosexual por la Liberación de Andalucía.
Siento que tengo que abrirme y hablo con mi mujer, le digo que quiero conocer todo esto, sacarlo, probar. Mi mujer considera que es la influencia de estas mujeres, un capricho pasajero, pero no es así, yo soy el mismo, pero más completo. Esto supone un escándalo en la familia y al final nos tenemos que separar. Ella quiere que continuemos juntos, pero yo no quiero una doble vida. Me reconozco bisexual. Tengo treinta y tantos. Los compañeros del PT con los que milito en la ocupación ya lo saben, en el trabajo también se enteran.
Tengo mi primera relación con un hombre: visibilizábamos mucho nuestra relación pero, cuando se rompe, llego a creer que las relaciones de pareja, entre hombres, no son posibles.
ET: En los 80 vino la heroína…
F: Probé la heroína al poco tiempo de volver a El Corte Inglés, en 1978. Un compañero del MHLA tenía un bar gay, el Charlotte, y lo quería dejar. Con mi compañero de entonces montamos Sangre Española (en relación a la sangre derramada en la Guerra Civil). Después vendría otro bar, el Bourbon. Entrábamos en el momento punk, en una fase musical diferente (yo venía de Joan Baez, Víctor Jara, Bob Dylan… y nos metemos con David Bowie, Lou Red, Iggy Pop). La clientela era muy contestataria, muy punk y eso iba asociado a la heroína. Estaba en pleno corazón del activismo y con el tiempo llegaron las primeras víctimas.
Yo quiero dejarlo y me fui a Cuba, el único país donde no había, en el resto de sitios encontrábamos por todos lados. Estuve casi un año sin consumir. Allí en Cuba conozco a la madre de mis hijos, no le oculto nada y se viene conmigo para España. Conseguí dejar la heroína con su ayuda en 1995.
ET: ¿Cómo te reincorporas a la movida política?
F: Me reincorporo al movimiento político sevillano después de todo eso. Me buscaba la vida haciendo figuras de papel, hasta que una antigua amiga de la CNT me consiguió un trabajo fijo en el mantenimiento de un edificio en Sevilla Este. Mis manos me gustan, creo que son muy habilidosas. Yo no sé hacer nada, son las cosas que responden bien a mis manos.
Del 15M me entero por las redes sociales, voy viendo que está la cosa calentita y quiero volver a integrarme. En el 1 de mayo de 2011 me encuentro a muchos antiguos compañeros y les hablo de la convocatoria del 15M y me dicen que son contrarrevolucionarios, burgueses. De ahí a la acampada de las Setas y me encantó lo que estaba pasando, se abre otra puerta y a partir de ahí llega otro cambio. Le digo a mi pareja, la madre de mis hijos, que quiero tener otras relaciones, aunque seguimos viviendo juntos, cada uno a su bola. Lo hicimos así unos pocos de años, hasta Lanónima, cuando decidimos dejar de convivir.
Después colaboro con casi todas las corralas, estoy en la intercomisión de vivienda, paso por Andanza, Lanónima, que es el punto de encuentro de todos los movimientos libertarios, autónomos. Me siento realizado en la asamblea de Lanónima y es necesaria, tiene que existir. Con los institucionalistas solo no podemos vivir, no vamos a demasiados sitios, no son de gran utilidad, y el movimiento libertario sí tira del carro e insufla una mirada más crítica.
ET: Para terminar, recomiéndanos un vinilo que te guste mucho
F: He mojado en todo y también en la música de ese tiempo, el rock and roll prohibido. En los registros que hacía la policía en mi casa, se llevaba discos como prueba, discos y libros. Discos que no se vendían aquí, que entraban por la base de Rota y por la base de San Pablo.
Un disco revolucionario para mí fue el del plátano de la Velvet Underground, el London Calling de los Clash o el God Save the Queen de los Sex Pistols.
ET: ¿Tienes esperanza?
F: Sí, mucha. Cada vez tenemos mas identificado al enemigo.