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Resistencia y creatividad – EL TOPO
nº29 | construyendo posibles

Resistencia y creatividad

Impresiones de un viaje a Palestina

Visitas a diferentes colectivos, charlas con jóvenes, familias, campesinado a quienes destrozan sus cultivos… Y ningún discurso de odio. A nosotras, como dice la poeta palestina Raffeef Ziadah, lxs palestinxs nos enseñaron vida. Eso podría resumir nuestra experiencia en los escasos once días que pasamos en Palestina. La propaganda israelí, junto con los discursos de sus aliados en Europa y EE UU, nos insta a creer que entre lxs palestinxs el terrorismo y el odio campan a sus anchas. Sin embargo, si queremos hacer de altavoces para ellxs (petición recurrente, encargo que aceptamos) debemos hablar de un pueblo que lucha de forma continua por la vida y su belleza. Quizás por ello han conseguido resistir setenta años de ocupación y apartheid.

Nos enseñaron cómo son sus vidas en medio del hostigamiento continuo, sin olvidar nunca poner acento también en lo bello. Nos mostraron sus paisajes, sus placeres y sus dificultades diarias. A hacer humor sobre asuntos lacerantes. Nos enseñaron gastronomía, arte e historia. Sus estrategias para gestionar la pérdida o el encarcelamiento de un ser querido, o para soportar la escasez de agua que les impone Israel o el dolor de una bala de caucho clavada en el cuerpo. Y, por supuesto, nos mostraron su capacidad de lucha, resistencia y creatividad en un entorno tan hostil, donde la violencia y el odio del ejército invasor y de lxs colonxs se respiran veinticuatro horas.

Youth Against Settlements (Jóvenes contra los asentamientos)

Nuestro primer destino fue Hebrón, una ciudad que en 1997 fue dividida en dos: H1, bajo la Autoridad Palestina (AP), y H2 bajo el control israelí. Como resultado sobrevive atravesada por checkpoints donde se humilla y se limita la vida del pueblo. Su zona comercial fue destruida y ocupada por colonxs, y su casco histórico está bajo presencia militar constante que a punta de fusil impide el paso a palestinxs.

En la zona H2 nos reunimos con la YAS (Youth Against Settlements), grupo de acción cuya finalidad es terminar con la expansión de los asentamientos israelís a través de la lucha y resistencia popular.

La sede está rodeada de familias de colonxs y militares 24 horas. Este edificio y el descampado donde se sitúa, resisten y sirven de espacio para reuniones, talleres y juegos infantiles, a pesar del hostigamiento, los ataques por parte de colonxs y soldadxs y las detenciones arbitrarias. La YAS, y de forma más concreta Issa Amro, su fundador, se movilizó tanto en los tribunales como a través de la resistencia en la zona, hasta conseguir recuperar lo que era y sigue siendo la sede de este colectivo. Esta es una de sus victorias.

La YAS lleva adelante un buen número de iniciativas en línea con uno de los lemas que se reproducen en las paredes de Hebrón: «existir es resistir». Samidon Campaign es uno de estos proyectos, basado en la creación de redes de apoyo para estas familias que viven en H2. Vivir aquí supone dificultad o incluso imposibilidad de acceso a servicios o recursos necesarios para la vida diaria. Con esta red se atienden sus necesidades, sobre todo en cuando al mantenimiento de hogares, construcción, etc., facilitando así su derecho a permanecer en la zona.

También se organizan en torno a la campaña de recogida de aceitunas, uno de los momentos más importantes del año para la comunidad palestina. El aceite de oliva está en la base de la economía de muchas familias. Además, los olivos, cuidados y heredados de generación en generación, son un símbolo de su identidad como pueblo. Israel suele dificultar o directamente impedir la cosecha, por ello la recogida debe de ser rápida y suele estar acompañada de vigilancia, día y noche, de los olivares para que no sean destrozados por lxs colonxs. Es usual que durante la campaña haya presencia de activistas internacionales, especialmente sirviendo de escudo humano, para intentar evitar las agresiones físicas y abusos por parte de colonxs y soldadxs.

Además, la violencia y los ataques sufridos diariamente requieren de acompañamiento, información y denuncia que desde el colectivo también se proporciona. Una de las herramientas que utilizan es la grabación de todos los abusos. Y para ello realizan talleres en los que enseñan a la población a usar cámaras y proteger los dispositivos y las tarjetas de memoria de los soldados en los momentos de tensión.

Laylac

Desde Hebrón nos fuimos a Belén, concretamente al campo de refugiados Dheisheh. En este lugar las calles se estrechan, se apilan casas que crecen en vertical y las paredes se llenan de grafitis con las caras, cuerpos y nombres de mártires y presos. En este laberinto sin espacios libres de 1 km2 donde viven alrededor de 17 000 personas, las tiendas de campaña se sustituyeron por casas, porque el «Derecho al Retorno» de las personas refugiadas es, además del eslogan de las banderas negras que vemos en los campamentos, el eterno tema pendiente. La UNRWA es el organismo encargado de proveer de recursos a las personas refugiadas, recogida de basuras, tendido eléctrico, escuela, etc., pero la «seguridad» sigue en manos del ejército de Israel, ayudado por la Autoridad Palestina (PA). La población de Dheisheh (al igual que la de los demás campos de refugiadxs de Palestina) ha tenido que aprender a naturalizar que las fuerzas militares entren habitualmente en el campo, de madrugada. Estas incursiones, que se hacen en busca de alguien o simplemente como entrenamiento, siempre están acompañadas de bombas de sonido, gas, balas de caucho y también munición real. Son imprevisibles, nadie sabe cuándo, por qué o cómo terminarán, lo cual aumenta la tensión y el nivel de sufrimiento y frustración de la población. Toda familia tiene al menos una historia marcada por la violencia de Israel, un hermano preso sin cargos ni fecha de liberación, una hija que no puede caminar tras recibir un estratégico balazo en la rodilla o un amigo directamente asesinado.

Laylac nació dentro del campo con el objetivo de empoderar a este grupo humano invisibilizado y maltratado, intentando contrarrestar los efectos del individualismo, de las normas del patriarcado y del sistema opresor y capitalista que les rodea. Oponiéndose a la sistematizada educación formal, este centro de activismo social y político se fundó bajo los principios de la educación popular y confía en la propia comunidad como agente de cambio. La clave aquí es la independencia social, económica y política. Nadie implanta proyectos para la comunidad, sino que todos nacen de ella. Todo el trabajo es voluntario y se escoge muy bien con qué otras organizaciones colaborar; por ejemplo, rechazan cualquier acercamiento con la AP, proyectos que traten de normalizar la situación con Israel o cualquier financiación supeditada a condiciones. Practican la autogestión y un nivel de compromiso muy alto por parte de las personas voluntarias: así obtienen su libertad de acción. En Laylac funcionan diferentes departamentos que fluyen en función de las necesidades de la comunidad: arte, ocio, teatro, trabajo social… Los tiempos se marcan a diario. Las decisiones son consensuadas desde abajo hacia arriba; las responsabilidades son compartidas. El último éxito de este centro fue el proyecto In & Out, continuación de In Between; proyecto artístico que a través de la pintura y la música denuncia y canaliza las emociones sobre la situación de las personas presas políticas en Palestina y en Israel. Este centro está abierto a cualquier tipo de individualidad o colectivo que llegue con ganas de observar, aprender y compartir experiencias, ya que es así como se nutren y es en ese tipo de redes en las que confían.

Tent of Nations (Carpa de las naciones)

Desde Belén nos acercamos, hacia el sur, a la finca donde la familia Nassar desarrolla su proyecto Tent of nations. Lo primero que observamos es un cartel en el que se lee el lema que sirve de base a su proyecto: «nos negamos a ser el enemigo».

Esta finca ecológica de unas cuarenta hectáreas que los Nassar trabajan desde 1916 se encuentra rodeada y asediada por cinco asentamientos de colonxs e incomunicada de la carretera principal, la cual lxs colonxs bloquearon hace ya quince años, en un intento de dificultar la vida de la familia e impedir que lxs voluntarixs internacionales llegasen al terreno.

En 1991 sus tierras fueron clasificadas como «tierra del Estado de Israel» y, ante la amenaza de confiscación, la familia decidió comenzar un proceso judicial para reclamar ante los tribunales la propiedad del terreno. Saben que estos procesos son muy lentos y prácticamente imposibles de ganar. Pero ellxs, convencidxs de que la única opción es seguir construyendo, mientras optaban por la vía judicial seguían trabajando y transformando su finca. Un lugar que no solo es una granja ecológica, sino que alberga otros proyectos como campamentos de verano para menores o talleres de género.

Los Nassar resisten negándose tanto a huir como a sentarse «a esperar y llorar»; no quieren ser víctimas. Y eligen además no vivir en el odio, porque saben que eso puede consumirte hasta destruirte. Por lo tanto, optan por construir. Creen firmemente que el futuro de su pueblo está en el campo, en las tierras de cultivo palestinas, pues consideran que en las ciudades el asedio militar y la falta de oportunidades hacen que la situación sea insostenible. Por ello, a pesar de la prohibición de construir en su propio terreno, de la falta de agua y de las continuas amenazas, apuestan por la agricultura sostenible y el empoderamiento de la comunidad como opción de vida. Como nos contaba, Daoud Nassar, uno de los hermanos de la familia, sortear los obstáculos que les pone el Estado israelí es solo un desafío más a su creatividad y capacidad de trabajo, no un freno. Un buen ejemplo de esto es el hecho de que construyan y vivan en cuevas, ante las órdenes de demolición que reciben cuando construyen hacia arriba.

Daoud apuesta más por la acción que por la reacción. No cree que la solución pase por defenderse una vez que el ataque ya ha sido producido. Sino por trabajar con determinación, creando a pesar de las dificultades. Tienen de su parte la calma que da el saber que lo que haces es legítimo, pues responde a la verdad de la historia.

Al finalizar la jornada, los Nassar nos invitaron a volver para echar una mano en las labores del campo y en la defensa del territorio (desde que acogen a voluntarixs internacionales, los ataques violentos de los colonxs prácticamente han desaparecido).

Jordan Valley Solidarity (Solidaridad con el valle del Jordán)

El último día en el campo de refugiados Dheisheh (Belén), recibimos una llamada de la organización Jordan Valley Solidarity. Nos pedían estar al día siguiente en Bardala, pequeño pueblo del valle del río Jordan, a primera hora de la mañana. Más de 300 olivos habían sido cortados y arrancados.

Esa noche no hizo falta que sonara el despertador, los militares hicieron su tarea realizando una de tantas incursiones al campo, arrojando explosivos y gas lacrimógeno. Así comenzamos nuestro viaje hasta Bardala, donde gracias a la Unión de Campesinos Palestinos y la ayuda voluntaria de vecinxs se pudo llevar a cabo la replantación de nuevos olivos.

La situación del valle del Jordán es especialmente difícil debido a que el 95% está en zona C, es decir, bajo el control total de Israel. Por lo que existen pueblos enteros casi sin servicios, puesto que Israel solo los proporciona a los más de 37 asentamientos para colonxs construidos en tierra de palestinxs.

Una de las estrategias del Estado para despoblar el valle es usar el territorio como zona militar para el entrenamiento de los soldados, lo que conlleva confiscación de tierras, e incluso desalojo forzoso de pueblos enteros durante tiempos indeterminados. Otra de las amenazas constante es el robo de agua en el valle, que poco a poco está siendo desertificado. Secan sus pozos y cortan sus tuberías, incluso les confiscan los camiones cisternas que alquilan para poder comprar agua de otras zonas. El acoso continuo conlleva también la destrucción de sus tierras y casas, y la confiscación de herramientas, maquinaria y ganado.

Ante el asedio continuo, las comunidades se organizaron en una red de municipios, junto con simpatizantes y activistas internacionales, y crearon Jordan Valley Solidarity.

Esta organización se centra en la colaboración y el apoyo mutuo para posibilitar la vida de estas comunidades palestinas y mantener su presencia en el valle. El trabajo varía según las necesidades: arreglo de caminos, reconstrucción de casas y escuelas, lucha por el agua. Además de denuncia y sensibilización acerca de la situación y la necesidad de apoyo a nivel nacional e internacional. Como en otros colectivos que visitamos, la prioridad aquí es avanzar y construir a pesar de los obstáculos. Rashid, uno de los integrantes, nos contaba que lo que prima es la idea, el proyecto que han imaginado. No importa si faltan recursos o conocimientos para llevarlo a cabo. Investigan, aprenden, trabajan y finalmente consiguen aquello que se han propuesto.

De nuevo, la determinación y el convencimiento como base de la resistencia palestina. De nuevo, el pueblo palestino enseñándonos creatividad y arrojo.

Por ello, tras estas visitas y alguna más, llenas de experiencias enriquecedoras a nivel político y personal, volvimos a Sevilla con el convencimiento de haber aprendido vida, resistencia y dignidad. Y con la silueta de una cometa palestina grabada en nuestra retina, símbolo todo en uno de libertad, lucha, placer y futuro.

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