nº8 | otras

Realismo mágico

(o la historia de Antonio II)

Esta es la historia de OTRO ANTONIO. Uno que ahora tendría ciento y pico años. Para ser de un pueblo de la Murcia profunda y de procedencia humilde, Antonio tenía la ventaja de LEER Y ESCRIBIR. De manera imprecisa, me contaron que había aprendido en el convento donde su madre limpiaba. Pasó largas temporadas de su vida trabajando en Barcelona y, de hecho, su hija —que es mi abuela— nació allí, en el Hospital de Sant Pau. Cuando llegó la Segunda República, «le escribieron para que volviera al pueblo porque habían ganado los republicanos y se precisaban ROJOS que supieran leer y escribir». «Pero no hizo mal, nena, nunca hizo mal». PERO-NUNCA-HIZO-MAL. He escuchado tantas veces esa frase, como si las víctimas tuvieran que pedir perdón a sus verdugos.

Cuando cayó la República, como tantos otros, fue detenido y liberado por un conocido que debía tenerle cierto aprecio. Pero la represión no era solo el fusilamiento, la tortura. Era el no poder trabajar y comer, el estar señalado, el exilio interior. Y así llegó mi bisabuelo Antonio a nuestras vidas. Recuerdo a ese hombre arrugado, las arrugas profundas del sufrimiento de aquellas gentes, su aspecto digno, sabio y austero. De su MEMORIA nos llegaron historias INCREÍBLES. Para poneros en situación: estando mi abuelo en la guerra de Marruecos, en las montañas del Rif, días y días pasando hambre, frío y enfermedad en las trincheras… Mi abuelo veía llegar las bandadas de pájaros que migraban desde África camino de Europa. Y estos pájaros se posaban sobre los árboles a descansar y reponer alimento. Entonces, cuando echaban a volar hacia su próximo destino más allá del Estrecho… los pájaros arrancaban los árboles del suelo y, raíces al aire, se los llevaban volando. Y LOS ÁRBOLES VOLABAN SOBRE EL HORIZONTE camino de nuestra tierra. «—¿De verdad era así, abuelo? —Así era, nenes…».

Hace tiempo que pienso que la memoria de nuestros abuelos ha marcado definitivamente nuestras vidas. Pero no solo la memoria del silencio, el hambre y el dolor. La memoria de mi abuelo era la del REALISMO MÁGICO, una lente desde la que aprendimos a ver la vida: porque incluso en circunstancias de desesperación aprendimos a ver la esperanza, la chispa del sentido del humor, la imaginación de lo imposible.

Como decía Lezama Lima, lo IMPOSIBLE al actuar sobre lo POSIBLE crea posibles en el horizonte…

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