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¿Por qué se ríen cuando digo que me gusta veranear en Matalascañas? – EL TOPO
nº30 | ¿hay gente que piensa?

¿Por qué se ríen cuando digo que me gusta veranear en Matalascañas?

—A mí donde más me gusta veranear es en Matalascañas.

—¡Venga ya! Jajaja. Pero hija, ¡qué horteridad de Matalascañas!

Cada vez que digo la frase, siempre hay alguien que suelta un chiste para decir que ir a Matalascañas está pasado de moda. Parece lo adecuado es decir que te gusta el Palmar, Conil o el Cabo de Gata. 

En Matalascañas no hay ni un solo guiri. Se fueron. En los años 60 lxs alemanxs descubrieron aquel paraje donde había poco más que las casitas de los pescadores y pensaron lo mismo que yo, que es el mejor sitio para veranear. Y se hicieron sus hoteles con vistas. A partir de los años 90, el boom de la agricultura intensiva elevó considerablemente el nivel de renta de la población del Condado de Huelva. Las familias de pequeños campesinxs e incluso de jornalerxs autóctonxs pudieron veranear. Se empezaron a reconvertir hoteles en pequeños apartamentos para su venta. Y aquellxs, a lxs que los invernaderos se lo permitían, se hicieron el chalet.

El Hotel del Fidalgo fue sufriendo un cambio paulatino a medida que la población autóctona adquiría los apartamentos en los que se iba reconvirtiendo. Donde lxs turistas alemanxs tenían el restaurante, ahora es el local social de la asociación de vecinxs; el gimnasio se convirtió en el cuarto de las calderas; la recepción en una pollería y en la piscina del hotel, ahora piscina comunitaria, se construyó un pozo con un azulejo de la Virgen del Rocío vestida de Pastora en señal del triunfo de la reconquista indígena. Conocí a la última alemana que vivió en uno de los apartamentos. Lxs alemanxs se fueron buscando seguramente una forma de turismo más parecida a sus formas de ser y estar.

Allí veranean principalmente la población autóctona del Condado de Huelva y las familias sevillanas que pudieron adquirir su segunda vivienda en los tiempos en que en diez años se terminaba de pagar una hipoteca. Esos pisos comprados entonces quitan mucho calor a hijxs y nietxs que en la vida tendrán una casa en la playa porque para cuando terminen de pagar la hipoteca de la vivienda principal tendrán setenta años.

Después de mucho chascarrillo sobre mi gusto por Matalascañas, he pensado que la broma encierra cierto clasismo y una idea del mito de la modernidad donde lo autóctono y lo de barrio se considera en un nivel inferior en la escala del desarrollo social. Quizás esté en nuestro inconsciente colectivo, pero las batas, las reuniones cantando fandangos y lxs dominguerxs no son el pasado subdesarrollado; más bien, son la única salida digna a un futuro anti-moderno.

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