Desde hace algunos años me defino como genderqueer, una identidad de género no binaria: ni hombre, ni mujer, ni —en mi caso— tampoco en algún punto entre ambos extremos. He llegado a definirme así después de un proceso de muchos años. Fui asignado hombre al nacer; fui criade y educade como chico. En este proceso me he beneficiado de los privilegios que el patriarcado asigna a los chicos, pero también he sufrido mucho y sigo viviendo con mis heridas y cicatrices. Tenía una relación bastante conflictiva con mi/la masculinidad, habiendo intentado encajar en varias masculinidades (hetero, gay…), cada vez con menos éxito. Llegué a un punto en el que dije «¡ya basta!», estaba cansade de ser definide como hombre, y de la presión de cumplir con (o resistir a) lo que significa ser hombre en nuestra sociedad.
Definirme como genderqueer es una forma de romper las normas del género. El binarismo es un sistema tan hegemónico que es difícil salir de él. No solo soy yo quien define mi identidad, sino que estoy definide en casi cualquier encuentro social. Me niegan cada día mi existencia, y la verdad es que estoy harte, harte de esta negación de mi identidad como persona genderqueer, harte de que la gente me ubique a la fuerza en sus cajas binarias sin que nadie me pregunte dónde me sitúo yo. No sé cuántas veces me ha ocurrido que, cuando una persona me saluda en el supermercado como caballero, me gustaría responder «¡Jódete!, no soy hombre, ¡no me niegues mi identidad!». Pero no lo hago. No tengo la fuerza para corregir a cada una de las personas que me lee (sin preguntarme).
Definirme como genderqueer también ha sido una liberación, un acto político, mi rechazo al patriarcado, a los privilegios masculinos que este me ofrece (y que algunos todavía me otorgan cuando me leen como hombre). Desde entonces, ya no estoy luchando contra mi/la masculinidad, ni intentando encajar en nada.
Queerear mi cuerpo
Pese a ello, la invisibilidad continúa, y esto me ha llevado a plantearme cambiar mi cuerpo, empezando un tratamiento hormonal para demasculinizarlo, siempre con la idea de transitar hacia ningún lugar específico, sobre todo no hacia un género opuesto (¿opuesto a qué?). Mi objetivo es quizás un cuerpo más raro, más queer; es decir, salir de lo normal y con esto hacer más difícil ser leíde socialmente como hombre.
En un principio no ha sido fácil conseguir el tratamiento. El sistema de salud de Andalucía se queda en el binarismo y solo encontré incomprensión en la Unidad de Atención a Personas Transexuales (!) en el hospital Virgen de Rocío en Sevilla. La guía de buenas prácticas del Servicio Andaluz de Salud se limita a recomendaciones para la transición de hombre a mujer o viceversa. Lo queer, lo no binario, no está previsto. Finalmente he conseguido tratamiento con el apoyo de Transit, en Barcelona, donde respondieron a todas mis preguntas y dudas, y me ayudaron a conseguir las hormonas a través de mi centro de salud en Sevilla.
Un cuerpo en transición
He optado por tomar solo estrógenos y no tomar antiandrógenos, algo que normalmente también se toman en un proceso de transición de hombre a mujer para bloquear la testosterona. Los estrógenos, pese a que también bloqueen un poco la producción de testosterona, inician principalmente el desarrollo de aspectos sexuales secundarios femeninos. Finalmente, después de casi un año de tratamiento, puedo contar algunos cambios:
- Los pechos están creciendo, también noto un aumento de los pezones y más sensibilidad tanto en los pezones como de los pechos en general.
- Una disminución de la libido y también de la respuesta sexual. La respuesta sexual me había preocupado bastante antes del inicio del tratamiento, pero ahora me da realmente igual. Eran los restos de un miedo masculino que se ha evaporado. También la producción de semen ha disminuido. Me da igual, pues no quiero reproducirme: ¿infertilidad?, ¿y qué? No hay cosa menos relevante en mi vida que mi fertilidad.
- Las primeras dos analíticas de seguimiento muestran un nivel de testosterona muy bajo, dentro de los niveles típicos femeninos. Esta bajada sorprendió tanto a Transit como a mí, ya que no estoy tomando antiandrógenos. Por otro lado, los niveles de estrógeno están ahora dentro los niveles típicos femeninos.
Más allá de los cambios físicos, es difícil atribuir los cambios emocionales directamente al tratamiento hormonal, pues el inicio del tratamiento coincidió con otros cambios en mi vida. Me siento más equilibrade, más cómode dentro de mi cuerpo cambiante, llene de curiosidad en relación al proceso de cambio.
Más allá de esto, con un cuerpo cada vez más queer vienen otros problemas. Para comprar ropa hay tiendas y secciones masculinas o femeninas (la ropa es ropa, ¡la ropa masculina o femenina no existe!) y, además, ¿a dónde voy?, ¿a un baño público? Hombre o mujer, no hay otras opciones. Si voy al baño de mujeres y me leen como hombre podría tener problemas. En el baño de hombres es peor, ya que las personas trans o queer no son bien vistes y el riesgo de acoso es alto, especialmente en bares. Prefiero evadir los baños públicos siempre que puedo. ¿Qué pasa con los vestuarios en la piscina pública?, ¿O qué pasaría en caso de una detención en una acción directa no violenta?
Hacia un mundo sin género
¿Podría haberme planteado cambiar mi cuerpo en otro contexto, en una sociedad post-género, es decir, sin género? Es poco probable. La decisión de hormonarme tiene mucho que ver con cómo esta sociedad cisheteropatriarcal niega mi existencia y me impone su sistema binario. Un cuerpo —mi cuerpo— es tan socialmente construido como el género. En cada encuentro se lee a mi cuerpo dentro de un marco binario, y aunque los cambios resultantes de la hormonación no pueden evitarlo por completo, al menos lo hacen más difícil.
A veces sueño con un mundo sin género. ¿Qué significaría un mundo sin género? Para mí, si el género no importara, nos permitiría más diversidad; la no necesidad de adaptarnos a normas (escritas o no), y la no necesidad de cambiar el cuerpo. En un mundo sin género las personas podrían elegir una profesión, el modo de vestirse (solo habría secciones de ropa para todes) y comportarse libremente. Además, podrían expresar, sentir, amar y desear a quien quisieran y como quisieran y, en definitiva, elegir de manera propia todo lo que el género construye y atribuye. Y, por último, lo más importante: un mundo sin género sería un mundo que no asume la dominación masculina sobre lo femenino. Un mundo sin género sería un mundo sin privilegios masculinos.