Desde los Estados occidentales, la relación entre Israel y Palestina se conceptualiza como conflicto1, con unos actores —Israel y Palestina— y una solución basada en el diálogo y las negociaciones —dirigidas desde Estados Unidos con la colaboración de Europa—, y en nombre de la «paz». Marco que en los últimos 20 años ha permitido que Israel aumente aún más su poder, mientras que Palestina en general, y Gaza en particular, ha sido oprimida hasta dejarla al borde del colapso.
Sin embargo, desde la psicología, el análisis de la relación entre Israel y Palestina nunca puede ser entendida como «conflicto». Cuando en una relación una parte siempre gana y la otra siempre pierde, cuando hay desequilibrio entre las partes, y cuando además las agresiones tienen lugar con la total intención de hacer daño, se llama violencia, no conflicto.
El análisis de la violencia incluye tres tipos de actores: el agresor, que se acompaña de ayudantes y de animadores; la víctima, que en situación de vulnerabilidad es atacada constantemente, de manera intencional y desde el desequilibrio de poder; y los ausentes o espectadores, que saben lo que está pasando, no tienen una participación activa y, justamente, su implicación es la clave para que termine esta violencia.
En la relación Israel-Palestina el agresor es el sionismo, representado por Israel; sus ayudantes le proporcionan privilegios (Reino Unido y EE. UU.), apoyados por Europa y algunos países árabes; las víctimas han sido los palestinos, con tragedias como la Nakba y un genocidio permanente; mientras, el mundo espectador mira y calla (la ONU).
Gaza resiste
El penúltimo capítulo de esta narrativa de violencia son los 51 días que ha vivido Gaza de bombardeos continuos por aire, mar y tierra. Nunca un territorio tan pequeño y con tanta población ha sido sometido a un bombardeo tan cruelmente intenso y, además, bajo asedio.
El esquema seguido en esta Operación Margen Protector sigue siendo el mismo: se inicia con una operación de falsa bandera para «justificar» el ataque (desaparición de tres jóvenes colonos), bombardean masivamente infraestructuras y población civil (aplicación de la doctrina Dahiya), debilitan sistemáticamente a la víctima (bloqueo de Gaza), impiden su recuperación (bombardean hospitales, escuelas refugios, ambulancias, etc.), la culpabilizan de sus desgracias y niegan su colaboración con investigaciones sobre posibles crímenes de lesa humanidad. Al mismo tiempo, se despliega todo un aparato mediático diseñado para confundir y engañar. El objetivo sigue siendo el mismo que en 1948: la colonización del territorio sin su población. Ahora, en concreto, animados por el gas2 y el petróleo que hay en el mar de Gaza, y que no será explotado por Israel si Hamás sigue gobernando la franja.
En esta «operación» se utilizaron armas de destrucción masiva en tal cantidad que cuando el Pentágono fue informado de las bombas usadas en Shuja’eya, dijeron que eso «craterizaba»3 la zona causando el mayor daño posible a los civiles. El tipo de munición usada —DIME, bombas termobáricas y misiles GU-58— constituye otro crimen más.
Sin embargo, a pesar del poderío de esa máquina de matar (más de 2000 asesinados y más de 10 000 heridos), la resistencia de Gaza ha ganado el combate. Hay rumores que hablan de más de 800 bajas del ejército israelí. Aunque sigan ocupados, sin control de fronteras y sin nada, la resistencia ejerce su legítimo derecho a defenderse, reconocido en el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas a todo Estado o entidad que esté bajo ocupación.
Israel, un Estado criminal desde su existencia
El Estado de Israel fue creado por una ideología racista y etnoconfesionista, el sionismo, que fue condenado por la ONU en 1975 por equipararse al apartheid surafricano. Esta estructura de poder permite el uso de toda estrategia, arma y artimaña para garantizar la seguridad del Estado ocupante, e ir debilitando, fracturando y oprimiendo al ocupado (recordemos, la víctima). Se crea todo un entorno diseñado con dicha intención: las colonias, el muro, sistemas de vigilancia, secuestros, demolición de casas, asesinatos, torturas, bombardeos masivos y hasta destrucción total. A pesar de la repetición de los crímenes, el Estado sionista de Israel nunca ha sido juzgado por ninguno de sus delitos, teniendo cientos de resoluciones de la ONU sin cumplir.
La razón de su existencia y de su impunidad la tienen sus ayudantes (EE. UU.) y sus incondicionales seguidores (Europa), que a su vez controlan la ONU, y consecuentemente al mundo. EE. UU. ha sido y es el gran ayudante de Israel, el que suministra todas las armas necesarias para cometer crímenes. Europa —súbdita de EE. UU.— considera a Israel como un socio privilegiado y miembro preferente de cualquier acuerdo y convocatoria. España (gobierne quien gobierne) cumple su papel de súbdita de Europa, repitiendo las consignas dadas: llamarle «conflicto» y, por ende, culpar a ambas partes equiparando a ocupante y ocupado, defender una solución de dos Estados4 que solo contempla la seguridad de Israel y reclama el desarme de la resistencia. El papel de algunos países árabes, incluida la propia Autoridad Palestina, también es de apoyo a Israel y sus aliados; Egipto, Arabia Saudí y Jordania son los Estados más sumisos a los deseos occidentales, y aunque tienen un discurso de apoyo a Palestina, por sus actos demuestran que su prioridad es mantener el statu quo del Occidente dominante. Mientras estas «pacíficas» soluciones occidentales se implementan, Israel controla-ocupa a todo el pueblo palestino en todas sus dimensiones (qué comen, si tienen agua, si pueden pescar, si pueden vivir) y continúa robando más y más territorios.
El mundo empieza a actuar
Parece que el patrón de asesinar, engañar y ser impune está perdiendo apoyos, y en la ONU se observa esta evolución. En la última reunión del 6 de agosto del Consejo de Seguridad, 31 Estados condenaron totalmente al agresor, mientras que solo 11 siguieron con la perspectiva de «conflicto». A pesar de esta condena apoyada por el 80% de los Estados, su secretario general Ban Ki Moon permanece en silencio.
La clave para cambiar una relación de violencia es detenerla y juzgar a los agresores. Los espectadores son quienes tienen el rol para hacerlo. A pesar de los engaños de los medios de comunicación y del silencio del secretario de la ONU, la humanidad se ha movilizado. Con ayuda de las redes sociales se ha denunciado el genocidio que se comete contra un pueblo, exponiendo las mentiras de Israel y las relaciones de complicidad de sus aliados. El movimiento de Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS5) está llegando al punto de inflexión: de llamarle conflicto a denominarlo genocidio, lo que conlleva que son los pueblos quienes toman la iniciativa y presionarán hasta que Israel (1) termine la ocupación (2), reconozca los derechos de los palestinos y (3) los refugiados vuelvan a su tierra (resolución 194). Además de llevar a Israel y a sus colaboradores ante el Tribunal Penal Internacional.
1 http://www.rebelion.org/noticia.php?id=116067
2 http://www.voltairenet.org/article184782.html
3 http://america.aljazeera.com/articles/2014/8/26/israel-bombing-stunsusofficers.html