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¡Las cuevas resisten! – EL TOPO
nº37 | construyendo posibles

¡Las cuevas resisten!

Casas cueva de Granada. Contra la uniformización de las formas de vida

Las cuevas utilizadas como vivienda son una de las características más personales del paisaje urbano granadino. Excavadas sobre los cerros y barrancos del cinturón montañoso que rodea Granada, las cuevas aparecen en los límites de la ciudad edificada pero integradas en ella. El contraste que suponen se convierte casi en desafío. Las cuevas frente a los edificios; lo horizontal frente a lo vertical; lo orgánico frente a la cuadrícula; lo espontáneo frente a la planificación… A nivel social, el desafío es aún mayor si cabe. Moriscos entre cristianos; gitanos entre payos; anarquistas entre fascistas; los malditos entre la gente de bien.

A lo largo de la historia los barrios de cuevas de Granada han sido el contenedor de excluidos y el  refugio de minorías difíciles de someter. De una población que, por sus formas de vida diferentes y por su actitud, ha llegado a suponer una auténtica amenaza para el orden establecido y su dominación. Desde los moriscos levantiscos hasta la guerrilla antifranquista, cuando las tensiones se han agudizado, las cuevas han salido de su silencio habitual para jugar un papel protagonista, convirtiéndose en el escenario de conflictos religiosos, sociales y políticos.

En el recuerdo colectivo, las cuevas se configuran como territorio resistente. Pero, invariablemente, también se han convertido en cementerio y tumba. Cuando las tensiones han estallado por los aires, las cuevas siempre han acabado siendo el escenario de represiones brutales. El territorio de los vencidos. Tierra quemada.

El actual momento histórico por el que atraviesan las cuevas es este, el de tierra quemada. Barrios degradados física y socialmente, las ruinas de lo que fueron 50 años atrás. Y esto es así no como resultado de alguna catástrofe natural o por la falta de decoro de sus habitantes, sino como resultado de una acción política premeditada, necesaria para poder levantar su repugnante parque temático. A la devastación física y social sobre la que se levanta, el parque temático añade el borrado de la memoria incómoda de estos lugares y la sustituye por relatos fantasiosos para hacerlos más digeribles y rentables económicamente.

Si bien la parte baja del Sacromonte ya hace tiempo que fue «recuperada» en este sentido como falso decorado dispuesto para el consumo, el resto de barrios de cuevas se mantienen habitados por una población «indeseable» que supone un grave problema para el funcionamiento y expansión del parque temático. Estos habitantes, por un lado, cuestionan la imagen idílica de la ciudad y, por otro lado, suponen un obstáculo para llevar a cabo sus planes de «recuperación» y «puesta en valor». La estrategia para resolver el «problema» pasa por desalojar estos barrios, cueste lo que cueste.

La insistencia insana de los poderes públicos por desalojar y destruir los barrios de cuevas de Granada a toda costa no tiene nada que ver con supuestos argumentos técnicos de insalubridad o de inseguridad. Estos argumentos hipócritas solo intentan desviar la atención de los intereses reales y de sus propias contradicciones. Las cuevas vuelven a convertirse en territorio resistente. Escenario de conflictos.

Conflictos sociales y políticos que las cuevas ponen en juego

Vivienda

Uno de los conflictos más evidentes que la ocupación de cuevas pone sobre la mesa de nuestros gobernantes es que existe una clara necesidad de viviendas asequibles. Obviamente, la vivienda no es ningún derecho sino una mercancía más en manos de inmobiliarias, constructoras, fondos buitres, sociedades de inversión inmobiliaria, etc. Y los políticos gobiernan y legislan para favorecer a estos grupos. El Ayuntamiento de Granada desmanteló en 2015 sus políticas de vivienda protegida para destinar esos fondos a negocios más rentables, por lo que no tienen nada que ofrecer. Ante el aumento brutal de los alquileres y del precio de la vivienda (o ante otros métodos de violencia más directa como desahucios, desalojos o acoso inmobiliario), las cuevas, simplemente, se recuperan como lo que han sido históricamente: una alternativa habitacional.

– Represión

La adaptación de la ciudad a las finanzas y el turismo está teniendo altos costes en atrocidad institucional. Recientemente los juzgados han calificado al Ayuntamiento de Granada de organización criminal por sus delitos urbanísticos. Tratamos con una élite autoritaria que defiende sus intereses económicos a muerte. Y la población sospechosa que no consume y no les vota… se barre. El intento de desalojo de las cuevas del Cerro de San Miguel Alto en 2014 ejemplifica esto a la perfección. Incluso un concejal de la oposición llegó a calificar estos hechos de terrorismo de Estado. Sin órdenes judiciales, las excavadoras entraron de noche a destrozar cuevas con más de 5 siglos de antigüedad. Los antidisturbios de la Policía Local, despertaron y desalojaron a la fuerza a sus habitantes, sin dar tiempo a sacar las pertenencias personales de los hogares. Hubo identificaciones, detenciones, carga policial, hospitalizaciones, un compañero senegalés deportado (en 3 días) y a otro vecino implicado en la defensa de las cuevas decidieron utilizarlo como cabeza de turco para ejemplificar lo que le puede pasar a cualquiera que se interponga en sus negocios. Fue acusado de atentado contra la autoridad y condenado a 6 meses de cárcel y a indemnizar a los 4 policías que le pegaron una paliza. No hubo planes de emergencia social para las familias desalojadas ilegalmente y sin previo aviso. De hecho, los Servicios Sociales están actuando como una herramienta más del acoso. Entran en nuestros domicilios, donde no puede hacerlo la policía, amenazan con secuestrar a nuestras hijas por no considerar nuestras viviendas como dignas, impidiendo el arraigo y la regeneración del tejido social de nuestros barrios. Solo ofrecen tratamientos represores y punitivos. Con el fin de invisibilizar la protesta y la exclusión, la clase dirigente recurre cada vez más a la barbarie, y las cuestiones sociales son tratadas como cuestiones criminales.

– Patrimonio

En la defensa de las cuevas hemos caído en la ingenuidad de recurrir a las agencias que trabajan en el ámbito del patrimonio para intentar parar la destrucción de nuestros hogares (Unesco, Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía, etc.), sin darnos cuenta de las contradicciones y de los intereses a los que se pliegan estos organismos: hemos ido a refugiarnos en las pocilgas del enemigo. Estas agencias reconocen que el turismo es un elemento peligroso para la salvaguarda del patrimonio y la difusión de sus valores. Pero, a pesar de esto, el patrimonio y el turismo son industrias colaborativas. Prevalece el consumo frente a la conservación, por lo que la función principal de estos organismos acaba siendo la puesta a punto del teatrillo para el espectáculo turístico.

Los distintos planes de «protección y reforma» redactados para los barrios de cuevas así lo demuestran. Para su «revitalización» y «puesta en valor», proponen la creación del Parque Etnológico de las Cuevas (PEPRI 2005) o la instalación de nuevos establecimientos hoteleros (PEPRI 2008). O sea, más museos (el Sacromonte ya es el barrio con más museos por habitante de toda Andalucía) y apartamentos-cueva para turistas, previo desalojo de sus habitantes. La «puesta en valor» de estos barrios se refiere, por lo tanto, a su valor mercantil.

En la patrimonialización de las cuevas no solo ocultan los conflictos presentes, sino que también borran la memoria de los conflictos antiguos. La sustitución del pasado real por otro inventado se hace en clave de folclore y cultura. Una historia hecha a medida de los vencedores, donde las verdaderas continuidades quedan ocultas. Desenterrar la memoria de estos lugares contribuye a cuestionar la dominación presente.

– Ocultación de la memoria incómoda: s. XV-XVI

Los primeros moriscos y gitanos que habitaron en las cuevas de Granada desarrollando sus costumbres lejos de la mirada cristiana, ya fueron considerados como un foco de infección y una amenaza para la consolidación del nuevo Estado. Contra ellos se dirigieron diferentes medidas de segregación, represión, persecución, expulsión y exterminio. Pero esta realidad histórica ha sido sustituida por relatos fantasiosos e imágenes idílicas congruentes con la estrategia de marca de la ciudad: una «tierra de mestizaje de pueblos y civilizaciones», ejemplo de «convivencia armónica y pacífica en la diversidad».

1936

La memoria reciente no es más idílica ni menos falsificada. La misma cruzada civilizatoria se emprende cinco siglos más tarde con el alzamiento fascista de 1936. En los suburbios proletarios la organización obrera y las ideas anarquistas tomaron tal fuerza que los sectores más conservadores desarrollaron un auténtico «pánico moral» ante la posibilidad de que el «cinturón rojo» estrangulara el centro burgués. Cuando estalla la guerra de clases los barrios de cuevas vuelven a ser territorio resistente. De difícil penetración para las autoridades franquistas, son el refugio de sus opositores. Terminada la guerra oficialmente en el 39, el proyecto de exterminio continúa en pie y surge la guerrilla. En Granada destacó la partida de los hermanos Quero, una de las pocas guerrillas que, gracias a la situación de los barrios de cuevas, actuaba en suelo urbano. Parte de los integrantes de esta guerrilla vivía en cuevas (y morirán también en ellas). Residían también familiares, amigos, enlaces e informantes, que les ofrecían la cobertura y el apoyo necesarios para hacer de estos barrios su refugio predilecto. Desde su primera acción guerrillera en la ciudad, «los hermanos Quero se convirtieron en una verdadera pesadilla para las autoridades, las cuales, empezaron a comprender que bajo la piedra de las cuevas latía un enorme sentimiento de resistencia» (Marco, J. 2019, p. 107).

La estrategia para vencer a la guerrilla consistió en eliminar el tejido social que le daba cobertura, es decir, vaciar los barrios de cuevas. La Guardia Civil había aprendido en Marruecos el valor del terror y la brutalidad como armas contra la población civil. Y el mismo terror se utilizó contra estos barrios. Desde las cuevas «los falangistas granadinos bajaban largas filas de personas humildes maniatadas con destino a las paredes del cementerio para ser fusiladas, ante los lamentos, gritos de dolor e impotencia de sus esposas, hijos, familiares, conocidos y vecinos, un crimen» (Ruiz, F. 2010, p. 167).

A la limpieza de las «cloacas marxistas» le siguió una operación de maquillaje, centrada en la recuperación de los valores patrios, el tipismo granadino y el folclore. Pues la represión y el terrorismo de Estado son difíciles de vender. Sobre todo si los que despliegan el parque temático son los descendientes de los asesinos.

1963

En 1963, con la excusa de unas inundaciones, se lleva a cabo un desalojo forzado y masivo de todos los barrios de cuevas y se destruyen parte de ellas para que no vuelvan a ser ocupadas. Estas actuaciones de desalojo y realojo (más de 12 000 personas desalojadas) han sido calificadas por el propio ayuntamiento que las llevó a cabo como «una de las etapas más negras del comportamiento de esta ciudad con la población» ya de por sí más castigada. No fueron decisiones técnicas a partir de criterios de inseguridad física, sino decisiones políticas. Esta medida político-administrativa de iniciar un desalojo masivo de las cuevas con carácter definitivo, obedece a intereses muy concretos. Por un lado estamos en pleno boom urbanístico. El crecimiento de Granada es irracional y devastador (y muy rentable para la clase dirigente) y su expansión se apoya en el vaciamiento de los espacios históricos sometidos a degradación (el viejo casco urbano y los arrabales trogloditas). Por otro lado, se aprovecha para completar, de una vez por todas, la operación de higiene social de los suburbios proletarios, justo en el momento en que la «paz» social de la dictadura se resquebrajaba.

-Cierre

Hoy como ayer, desde las cuevas donde habitamos quisiéramos cuestionar la ciudad que tenemos enfrente. Desafiar a la ciudad capitalista y su lógica criminal. No queremos solo un agujero donde caernos muertas. Apropiarse de los espacios habitables ya no es suficiente, queremos juzgarlos posibles para un mundo diferente, desviarlos del uso que el capital les tiene preparado. Sabemos que esta lucha contra la privatización y mercantilización del territorio transcurre en condiciones fascistas. El tejido social y la tradición de rebeldía que podía haber hecho frente al despliegue del parque temático ha sido eliminado. Nosotras apenas somos un estorbo que ensucia la imagen de postal. En estas circunstancias, el simple gesto de habitar ya parece radical. Como topos, esperamos que los agujeros que abrimos en el subsuelo de Granalandia socaven sus podridos cimientos hasta que se desmorone por su propio peso.

Nota bibliográfica:

Urbanismo, espacio y dominación. VVAA. La Neurosis o las Barricadas. Madrid (2013)

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