nº4 | otras

La topa

Tú no te acuerdas. El patio de una escuela pública del 92 tiene pocas esquinas, sol infernal, maestras agotadas comiendo galletas de arroz y siempre los mismos juegos. Pero a ti el pasado ya no viene a buscarte. Mejor así.

No vas a pensar ni un minuto en escondites, refugios alternativos, una torre con dragones, una muralla con puente levadizo y pirañas si hace falta. Porque ya nunca viene a meterse en tu cama con los pies helados. Cuando no hay quien te cierre los ojos, quien cuente lobos disfrazados de ovejas, quien te abrace por detrás y te susurre conjuros para dormir. Eso a ti ya no te pasa.

No te acuerdas del patio de todas las escuelas donde jugamos a escondernos. Y ni falta que te hacen tres arbolitos torcidos, dos padre nuestros, un ave maría, una tila calentita y un Xanax debajo de la lengua. El hueco de una escalera, los abusones que te robaban la merienda otra vez y te gritan marica al pasar, el delantal de tu madre, las gafitas de la lista de la clase, una actitud asertiva, una galera llena de conejas, una caja con sables que no te atraviesan, esa terapia gestáltica que te quitará 200 euros al mes, la guapita que ahora tiene tres hijos y una hipoteca inmoral, una agenda apretada que no te dé tiempo a pensar. Sobre todo eso.

No pensar, no pensar, no pensar.

Una cuenta con 922 amigos, un avatar molón con alitas, 432 seguidores, un qué está pasando con 23 me gusta, diez filtros de Instagram que te emparejen la piel y te escondan las rojeces. No pensar, no pensar, no pensar. Siempre quedan madrigueras, represas de palos, actitudes auténticas fijadas con un bote de laca Nelly, baños sucios de las tres de la mañana, fauna nocturna, tacones sin hipo, cerebros psicotrópicos y de bollería industrial. Nosotros sabemos escondernos con disfraces cutres, en un blog que nadie lee, en un manuscrito nunca publicado, una poesía vengativa que no hace daño, una cara de tipo duro. Nosotras también vamos a jugar a escondernos en un callejón oscuro, una tatucera tupamara de un metro cuadrado, debajo de un suelo de listones que laten delatores, en el cuerpo de un tipo que cuenta proteínas, en unas tetas gordas, una jornada laboral extenuante casi ininterrumpida, una pantalla táctil, juegos que no nos interesan con reglas que escribieron otros, una boca gloss resplandeciente, un bigotito recortado con barba hípster, un aleph extraviado, una rayuela rota, una ovación de aplausos merecidos, una olla exprés de los chinos, un pincel de Photoshop recién bajado de Internet y una mentira que nos deje descansar. Sobre todo eso.

No pensar, no pensar, no pensar.

Respira. Esto no va contigo.

Tú por suerte no lo necesitas, tienes el mute mental. Controlas todo tu cuerpo, tu forma de andar empujando pelvis, tu olor. Sabes que se huele. El miedo apesta y espanta. Aprendiste hace mucho que nadie quiere olerte los miedos. Comiste refranes. El tiempo no cura nada. Te aferras a un clavo ardiendo si hace falta. Te limas las púas, porque volverá y será punzada. Volverá con una sopita de perdices y una mueca burlona, insoportable. Y no sabrás dónde esconderte. Así que vas arremangándote un par de rincones detrás de las orejas donde ni las moscas te vuelen. Para mentirte a ti mismo. Mentirte bien, hasta que te lo creas. Hasta que no sepas cuáles son las pecas que distinguen lo real de lo ficticio. Ni en qué patio juegas a esconderte.

¿Adónde vamos a escondernos cuando el miedo no sirva de escondite? ¿Adónde?

Vamos a olvidarlo todo.

Por suerte vienen los peces

a robar la memoria

de los elefantes.

Empieza la cuenta atrás. Dieeeeez, Nueeeeveeeee, Ooooochoooo…

En un patio de escuela de Uruguay los niños juegan a la topa. Ahora mismo. Se entrenan sin saberlo para esconderse el resto de sus vidas.

Por eso ahora escondemos

moscas en las galeras,

conejas en las sopas,

topos de a cientos

volando

o en mano.

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