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La educación moral en España – EL TOPO
nº18 | política estatal

La educación moral en España

La educación moral es, según un proverbio africano, tarea de toda la tribu, con especial énfasis en la familia, pero con intervención decisiva de instituciones públicas y privadas. Es el amplio ámbito de la educación informal. Aquí nos vamos a centrar en la educación formal obligatoria, la etapa de escolarización que va desde los 6 hasta los 16 años. Y vamos a entender la moral como el ámbito de la vida humana en la que operan las normas, valores o criterios que permiten evaluar la bondad o maldad de nuestros actos, y orientan la clase de persona que queremos llegar a ser y la clase de mundo en el que querríamos vivir.

La educación formal se inicia en España en la Constitución de 1812, y se convierte en realmente universal y obligatoria en la década de los setenta del siglo pasado. Desde 1812 el objetivo ha sido garantizar el aprendizaje de las competencias básicas en lengua (leer y escribir) y matemáticas (contar), y las normas morales y las obligaciones cívicas. Y así ha continuado siendo en las sucesivas constituciones, hasta la de 1978, y en las leyes orgánicas de educación hasta la LOMCE de 2013. El cambio más significativo ha sido abandonar la moral católica como marco moral de referencia adoptando una moral más general, cuyo texto básico son los derechos humanos.

El sistema escolar ha sido fundamental para socializar a los niños y a las niñas en las normas morales dominantes en su sociedad; como diría Foucault, ha sido una institución de normalización social, dicho esto por el momento sin sentido negativo. Lo ha hecho con la introducción de una materia específica de educación moral, primero la clase de religión y desde 1980 ha ido ganando terreno una asignatura específica de educación cívica o en valores. Pero, sobre todo, el funcionamiento propio del sistema consigue que el alumnado interiorice unos códigos de comportamiento imbuidos de unos valores específicos.

La asignatura no ha tenido mucho peso, aunque está creciendo la preocupación por la educación en valores, en especial en los valores relacionados con la construcción de sociedades democráticas; desde distintos foros se pide la introducción de esa asignatura, con metodologías pedagógicas coherentes a los objetivos buscados. La asignatura permite familiarizarse con esos valores consensuados y favorece que los estudiantes los incorporen, más o menos profundamente, a su visión del mundo y de sí mismos. Es, por tanto, importante, pero no es lo más importante para el objetivo de proporcionar una educación moral sólida.

No obstante, conviene hacer una salvedad muy relevante: una cosa son los valores defendidos (currículo explícito) y otra los vividos (currículo oculto). Los primeros incluyen valores como la igualdad de todos los seres humanos, la solidaridad con el grupo y con la población en general, la libertad… Pero tanto en los libros de texto como en la vida cotidiana de la escuela opera de hecho un currículo oculto que perpetúa valores morales menos aceptables. En la vida cotidiana de la escuela se reproducen el acoso escolar, el sexismo, el racismo… Ejemplos extremos de valores negativos.

Mayor impacto en la educación moral tiene la propia estructura del sistema educativo, con especial énfasis en los reglamentos disciplinarios y en los sistemas de acreditación, es decir, en las calificaciones. Por eso, todos los niños y las niñas aprenden a respetar unos horarios rígidos, a distinguir entre tiempo de trabajo y tiempo libre, a convivir y también a competir con sus iguales, a respetar unas normas de conducta que han sido impuestas por los adultos, a obedecer a los adultos (revestidos en España en los últimos tiempos del estatus de autoridad con todo lo que eso implica en casos de enfrentamiento), a aplazar la satisfacción de sus deseos en aras de objetivos alcanzables a largo plazo… Freud diría que aprende a vivir regidos por el principio de realidad.

Sin duda, los discípulos, haciendo honor a ese nombre, salen bien disciplinados al finalizar el período de educación obligatoria. Y también me queda claro que esas normas o pautas de comportamiento interiorizadas tienen un carácter global más bien negativo. Contribuyen a generar una cultura cívica muy apreciable para poder vivir en sociedades complejas y diversas, pero también es cierto que predomina un sentido de interiorización del control y la obediencia poco reflexiva y muy poco crítica. El sistema educativo reproduce el código de valores del orden establecido, pero no prepara del todo bien a los estudiantes para afrontar de manera crítica y creativa la sociedad que ellos tienen que construir.

Más importa posiblemente el papel de acreditación y selección. Por más que en el período obligatorio y universal lo importante es la evaluación del aprendizaje, se van imponiendo las calificaciones que etiquetan y seleccionan al alumnado. A partir de la ESO, los exámenes marcan el ritmo del aprendizaje y las calificaciones legitiman la pirámide jerárquica de quienes van ascendiendo escalones en la carrera académica hasta alcanzar las acreditaciones que permiten el acceso a los puestos de mando en la sociedad. Ese es, explícitamente, el modo de reconocer y premiar a las personas dotadas de excelencia, merecedoras, por su esfuerzo y su capacidad, de ascender en la escala social.

En este caso, el sistema educativo propaga una moral concreta, la que exalta los méritos individuales y los convierte en legitimación del triunfo social: la meritocracia que da el poder a los que lo merecen, a los mejores. La igualdad, valor indiscutible de una moral propia de sociedades democráticas, se reduce a igualdad de oportunidades y la educación se convierte en un espacio competitivo en el que lo importante son los resultados, es decir, llegar al final en un largo proceso selectivo. La meritocracia sustituye a la democracia y se aleja totalmente de la acracia, de la fragmentación del poder para evitar que algunas personas o grupos sociales lo monopolicen

Incluso esa legitimación es muy dudosa, puesto que atribuye el éxito escolar al mérito personal, ocultando el importante sesgo social: triunfan sobre todo los miembros de la clase medio alta y alta y quienes están dotados de específicas cualidades, sobre todo la inteligencia. Al exaltar el indiscutible esfuerzo de algunas personas, se oculta que la educación no garantiza la movilidad social ni la equidad en el reparto de la riqueza, sino que más bien da una pátina de legitimidad a un estatus que es más heredado y recibido que logrado. Introduce, por tanto, en el corazón del sistema democrático un caballo de Troya que permite que se apoderen de la ciudad quienes no están democráticamente legitimados, en el supuesto de que pueda haber alguna circunstancia en la que sea legítimo que unos pocos se apoderen del poder que debe permanecer distribuido entre todos.

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