Hace veinte años, en las redacciones de los periódicos había una persona encargada de repartir los teletipos que entraban sin descanso. Clasificaba las noticias por secciones y cuando acumulaba montones significativos se daba una vuelta por la redacción lanzando los teletipos al centro de la sección. Cuando llevaba un urgente, lo anunciaba en voz alta para que no quedara sepultado entre los papeles que cubrían las mesas de trabajo. Era una forma rudimentaria de que las informaciones circulasen por la redacción.
Al caer el fajo de papel sobre la mesa, unx de lxs redactorxs se apresuraba a revisar los titulares y leía en voz alta los temas en los que tenía dudas sobre su grado de importancia.
Así, en la sección de internacional se aseguraban de que no se escapaba ningún acontecimiento importante que hubiera pasado en algún lugar del mundo. Material que complementaba el trabajo de lxs corresponsales en el terreno, lxs que eran capaces de contextualizar y establecer el grado de importancia de las noticias gracias a su contacto constante con la realidad del lugar que estaban cubriendo.
Alegando falta de recursos y con la excusa de la crisis, los grandes medios empezaron a transformar ese efectivo y riguroso tratamiento de la información, hasta convertir las noticias internacionales en un producto de lujo con poca demanda. Siempre han existido periodistas freelance o independientes en la cobertura de los conflictos, pero hoy su presencia determina que un acontecimiento se cuente realmente desde el terreno, o que exista un mínimo seguimiento. Y siempre ha habido un público interesado en conocer las causas y desarrollo de lo que está pasando más allá de sus fronteras.
La relación del consumidor de información con la actualidad ha variado obligatoriamente porque lxs editorxs y gestorxs de los medios de comunicación han establecido un nuevo orden de prioridades. Contar «lo humano», lo que, aunque ocurra lejos siempre es cercano, sobre lo que mayor empatía se puede proyectar, ocupa un lugar muy poco destacado en el esquema mediático de quienes deciden que una noticia merece ser contada.
Quieren creer que hoy no da tiempo a revisar físicamente el fajo de teletipos que caía sobre la mesa (ahora despachos de agencias en el ordenador) haciéndose una lectura vertical de su contenido por la apatía y falta de interés con la que a menudo se transmiten informaciones.
¿Quién decide que un conflicto es noticia?
El criterio de lxs editorxs, redactorxs jefe o jefxs de edición para decidir que un hecho es noticia se basa cada vez más en seguir la corriente de lo que establecen los medios de referencia.
Son pocos los que se aventuran a marcar un camino diferente, a apostar a través de una cobertura detallada y en el terreno, sin tener que regresar a la redacción en el mínimo tiempo posible, y que llegan a construir una información propia, única y completa.
A veces resulta incluso enfermizo, porque son los medios de la competencia los que acaban obligando a otro medio a mandar a un enviadx especial o buscar un colaborador que envíe crónicas desde el lugar de los hechos. De ahí viene que lectorxs u oyentes a menudo tengan la sensación de que están escuchando la misma noticia, con las mismas declaraciones e incluso los mismos planos durante todo el día.
Resulta incomprensible que cuando mejor comunicados estamos, cuando tenemos los medios para hacer un seguimiento pormenorizado de lo que está ocurriendo en cualquier lugar del mundo, con acceso a fuentes alternativas y pudiendo aprovechar las ventajas (económicas también) de internet para obtener testimonios y recabar datos, la percepción de estar escuchando, viendo o leyendo la misma noticia, sea tan fuerte.
La soledad de lxs periodistas «freelance»
Pasar parte de tu carrera como periodista freelance es una suerte. No tanto por la sufrida parte económica, sino porque aprendes a valorar los acontecimientos con un criterio propio, sin la contaminación del sistema de información establecido, lejos de lo que se supone que es una noticia y de si es importante contarla.
La carrera de fondo a la que se lanzan cada año muchxs periodistas para sentir que esta profesión sigue siendo importante, tiene hoy más sentido que nunca. Los grandes medios aprovechan que lxs freelance están obligados a cubrir necesidades básicas para seguir haciendo lo que les gusta, en lo que creen; y ni valoran (ni pagan) el trabajo de quienes sobreviven en condiciones muy precarias. Pero lxs freelance siguen encontrando sentido al trabajo que hacen y se han convertido, quizás por su militancia implícita con la propia profesión, en piezas clave para que los hechos no dejen de contarse.
Llegar. Observar. Preguntar. Contarlo
El sistema no ha variado. Los medios de comunicación tienen el deber de inquirir, de hacerse y hacer muchas preguntas para entenderlo todo y si detectan algún resquicio que puede ser interesante contar, hacerlo de la forma más equilibrada posible.
En relación a los conflictos, las crisis y las guerras, tampoco ha variado el planteamiento ni las pautas que sigue el/la periodista para cubrir un hecho, en cambio, sí que lo ha hecho la percepción de la realidad en las redacciones.
En el verano de 2015, algunos medios locales de la isla de Lesbos empezaron a contar que estaban llegando barcas hinchables que transportaban de forma clandestina a sirixs, iraquíes, afganxs y personas de otras nacionalidades desde la costa turca. Esas personas huían de la guerra, de la violencia y la persecución sistemática, con el objetivo de instalarse en un lugar seguro donde rehacer sus vidas con dignidad. La que pocas semanas después se bautizó como la «crisis europea de los refugiados» empezó a dar señales de alarma a través de las crónicas de lxs periodistas freelance que se apresuran a llegar a donde consideran que está la noticia, para situar el foco de atención de los grandes medios.
Lo ocurrido durante los meses posteriores, lo que sigue ocurriendo en las fronteras con las que se van topando los refugiados mientras avanzan hacia el norte de Europa, es una muestra de la apatía de los medios de comunicación ante uno de los acontecimientos más graves desde la Segunda Guerra Mundial.
En las redacciones de los medios españoles no se plantean que un periodista cubra de forma permanente la «crisis de los refugiados». Si los medios tuvieran interés en dejar constancia de forma analítica de lo que está ocurriendo, destinarían recursos para que la información sobre ese éxodo actual no se cuente a golpe de aniversario o cuando una imagen impacta tanto que no puede evitarse.
La cobertura de los conflictos conlleva una ardua lucha por el espacio y el tiempo en los medios de comunicación. La esperanza está, más que nunca, en los que de forma independiente son fieles a las razones por las que un día decidieron contar lo que está pasando, dejar constancia; y que siguen pensando que merece la pena seguir combatiendo la falta de valor ajena y la ignorancia que caracteriza a tantos supuestos medios de referencia.