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El Corral de San Antón – EL TOPO
nº35 | construyendo posibles

El Corral de San Antón

La calle san Antón, antiguamente conocida como Corral de san Antón, alberga en su número 5 al único corral que sobrevive, a duras penas, entre las calles del barrio de san Miguel de Jerez. Sus orígenes no están fechados con exactitud. Hay historiadoras que creen encontrar elementos del siglo XVIII y otras, sin embargo, que lo trasladan a finales del XIX e incluso principios del XX.

Claro exponente de la arquitectura popular, su valor reside fundamentalmente en su carácter etnológico, es decir en las formas de vida asociadas a este. La construcción horizontal en la que las casas se miraban unas a otras a los ojos y con multitud de zonas comunes, facilitaba que estas formas de vida se cimentasen en relaciones más colaborativas y cooperativas. Sin romantizar estas épocas a las que no les fueron ajenas el dolor y las injusticias, colocamos a estas casas y a los barrios que las albergaban, como cuna de una cultura popular de la que nos sentimos herederas. Los oficios artesanales, la cocina de la abuela o el flamenco, por ejemplo, tienen en estos espacios su lugar en la historia. Y la transmisión oral de saberes fue su vehículo. Este carácter etnológico es básico para comprender nuestro proyecto en esta época del patrimonio del selfie (o autoretrato), que viene a ser « considerar como bien patrimonial solo aquello ante lo que me puedo fotografiar». Y es que está claro que si un turista pasea por el barrio de san Miguel, es difícil incluso que se adentre por estas calles e impensable que se fotografíe frente a la fachada de nuestra casa. Sin embargo, los oficios, las formas de relacionarnos, las fiestas, los rituales, los saberes, la gastronomía, los modos de expresión, todo eso también forma parte del patrimonio, del patrimonio inmaterial o intangible.     Esta cultura del selfie puede ser el cenit de la cultura de la imagen, de la apariencia, de la sustitución o del espectáculo, como nos diría Debord, y es causa directa de que pensemos que solo debemos otorgar la categoría de bien patrimonial protegible sin discusión alguna a aquello que nos parece extraordinariamente bello, por el simple hecho de ser bonito, y conservar así solo aquello que lo hace parecer bonito. Pero ¿realmente estamos conservando la identidad de aquello que es patrimonial? El ejemplo más claro de esto en nuestra ciudad es el de las zambombas. Hace escasos años que fue declarada bien de interés cultural y, sin embargo, ¿es la zambomba de hoy en día la que recordamos de tiempos atrás? A esto nos referimos con una cultura de la sustitución, de la apariencia, de cómo lo que hoy protegemos es tan solo la apariencia de aquello que algún día fue y un reclamo turístico y de consumo más.   Este argumento de la cultura del selfie nos puede trasladar a esa leyenda tribal que nos cuenta que la fotografía te roba el alma. La magia de la fotografía hace posible presentar nuestro cuerpo despojado de su ente metafísico, sin vida, sin identidad, sin definición, sin biografía. Y en estas nos encontramos, en intentar darle vida al cuerpo objeto fotografiado.   La vida en las casas de vecinas, como en los barrios que las albergaban, nada tiene que ver con las formas asociadas a las nuevas urbanizaciones de unifamiliares. Así, cuando hablamos de ciudad no lo hacemos (únicamente) en términos físicos o estéticos, sino que (también) nos referimos a ese patrimonio inmaterial al que apuntábamos. Una frase nos ha acompañado desde el principio de esta andadura: «no eliges un tipo de casa ni un modelo de ciudad; lo que realmente eliges es una forma de vida». Por tanto, la ciudad también debe ser explicada en términos de relación y entendemos el urbanismo como la relación de quienes viven con el espacio en el que viven. Esto no es un factor único, sencillo e intrascendente, sino que el desarrollo urbanístico de la ciudad tiene enormes consecuencias en la política, en lo social, en lo cultural, en lo económico… Así, estamos pasando de un modelo de ciudad (la de los barrios históricos como san Mateo o san Miguel) que de manera intrínseca conlleva relaciones más colaborativas, cooperativas, a otro modelo de ciudad (el actual de unifamiliares y urbanizaciones cerradas-privadas) en la que prima el individualismo.   A día de hoy, ya podemos valorar las consecuencias de la globalización al margen de las consabidas de naturaleza económica: las ciudades, a modo de supermercado, se nos presentan como expositores de una gran superficie comercial y pierden por completo sus identidades. ¿Podría, por ejemplo, haber surgido, o haber resistido, el flamenco con la estructura de este nuevo modelo de ciudad? No nos imaginamos el flamenco surgiendo en una urbanización privada, con calles cerradas, en las que solo transitan coches, y en una unifamiliar. Jerez presume de duende y el duende está noqueado, contra las cuerdas. Nuestro trabajo, en definitiva, no es el de la defensa de estos saberes, sino el de la rehabilitación y consolidación de las estructuras que los hacen posibles.   Una de las características más agresivas de estos nuevos modelos de ciudad es la eliminación de los espacios de encuentro (tanto en lo privado, con la desaparición o la reconversión de las casas de vecinas, como en lo público). En las últimas décadas nuestras ciudades se han transformado, primando un modelo de ciudad ligado al capitalismo, en el que la rentabilidad económica es el eje sobre el que gira. Así, el espacio público se ha convertido en mero nexo de unión de mercancías en lugar de ser un punto de encuentro, un espacio dialéctico; y la calle se considera tan solo el camino para ir a trabajar o a consumir. Este lugar de encuentro ha ido siendo conquistado lentamente por la privatización del espacio público y ahora vemos cómo solo nos relacionamos en las calles o en las plazas de nuestros centros cuando el espacio ha sido privatizado en forma de terraza de bar. Hablar de el Corral de san Antón es hacerlo también de su alter ego, la asociación el Arrabal de san Miguel, cuyo trabajo de barrio ha quedado sobradamente demostrado en su corta pero intensa existencia, con actividades como las «Jornadas de uso del espacio público» o la denuncia del abandono del solar que une las calles san Antón y Pollo. En estos trabajos hacemos hincapié en la necesidad de pelear estos espacios de encuentro en los que los vecinos y las vecinas del barrio puedan volver a relacionarse. Este es un barrio, el de san Miguel, con dos núcleos poblacionales muy diferenciados (población autóctona de edad avanzada y una nueva población inmigrante), en el que apenas hay lugar para conocerse y compartir, y en cuya vida el Corral de san Antón quiere verse integrado y realizar actividades que sirvan de herramientas para la conexión tanto generacional como multicultural. En el ámbito privado también se eliminan los puntos de encuentro. Nuestra educación nos hace entender el mundo dividido en dualidades: lo bonito y lo feo; lo bueno y lo malo; la verdad y la mentira. En los últimos años ha resurgido un debate de mucha importancia histórica en la teoría política: lo público versus lo privado. Sin embargo, la forma de gestión que realmente está siendo derrotada es la que se escapa de todo tipo de control: la popular. Ese era el caso de las casas de vecinas, en las que los espacios comunes eran integrados en el día a día de la vida personal, pues se compartía hasta la cocina y los baños. Volvemos a resaltar que no queremos romantizar la vida en estas casas de vecinos, pero la estructura de estas forjaban un carácter que nada tiene que ver con la creciente atomización de la sociedad. Así, por ejemplo, cuando no había para que todas las vecinas hicieran un guiso, cada vecina compraba uno o varios de los ingredientes del plato y entre todas hacían una gran olla para repartir, tal como nos cuentas antiguas vecinas de nuestro barrio.   El proyecto de rehabilitación del Corral se sustenta en su conversión en un espacio para el barrio y para la ciudad; un lugar de encuentro para los movimientos sociales y para la economía combativo-colaborativ,a y, sobre todo, un espacio para la cultura crítica, alejada de los objetivos de los cánones de mercado. Es por todo ello que el Corral no es un simple espacio en el que convivirán distintos proyectos, sino que se entenderá en su común, como un espacio colaborativo y cooperativo en el que todas las personas que participen deben crecer.   Aún en fase de rehabilitación, el Corral contará con tres zonas: Por un lado, una estable de trabajo. No era difícil ver que los bajos de estas casas servían de esparterías, estererías, platerías, zapaterías, talleres de relojería, carpinterías, sombrererías, tapicerías, y que la transmisión oral de saberes permitía que los niños y las niñas de estas casas y de las de alrededor, aprendieran y heredaran estos oficios. Los oficios se han transformado mucho, pero la cooperación, el aprendizaje y el crecimiento colectivo, deben guiar estos espacios tal como en muchas ocasiones ocurría en aquellas antiguas casas. Por otro lado, un local multiusos para asambleas, ponencias, jornadas, talleres, cine-club, presentaciones de libros, sala de exposiciones, etc. Este espacio se encuentra en un estado bastante avanzado en su fase de rehabilitación, lo que ha posibilitado que en los últimos meses hayamos podido hacer ya un uso provisional de él: el Festival de Cultura Compartida; la presentación de la revista La Madeja; unas jornadas sobre migrantes y refugiadas; un ciclo de cine feminista; un taller de serigrafía y otro de fanzines; o la creación de un grupo de masculinidades, han sido algunas de las actividades que ha acogido nuestro local multiusos en los primeros meses de este año. La idea  es que este espacio sirva para todo aquel colectivo que lo necesite, que se coordine una agenda común y se posibilite el encuentro con otros colectivos. Toda persona que haya participado en los movimientos sociales de nuestra ciudad sabe lo complicado que es encontrar lugares de encuentro para nuestras actividades, cuya asistencia se reduce en la mayoría de los casos a las personas integrantes del colectivo organizador. Así, pretendemos que la asistencia a las actividades pueda ser más diversa y crear ese espacio de encuentro que tanto anhelamos. Y por último, un mercado social librería-cafetería. La cafetería nos dará un elemento clave: la cotidianidad, y, con ella, la posibilidad de crear relaciones de afinidad basada en los cuidados, un espacio en el que nos encontremos de manera natural, que propicie unas relaciones de confianza que se nos hacen necesarias. Con el mercado social pretendemos facilitar el acceso a los productos de economía social de nuestra ciudad. La librería, por su parte, será una librería vinculada a los movimientos sociales y a la formación de una conciencia crítica, en la que cada libro será como un ladrillo de la casa que entre todas vamos a construir. De esta casa: el feminismo, los movimientos migratorios, la ecología, la salud, la política antiautoritaria o la cultura crítica, no serán invitados, sino que serán algunos de sus habitantes, y un gran salón será su lugar de reunión. Tampoco dejaremos de lado la decoración de la casa y haremos de la belleza estética otro de los frentes de reapropiación. De momento ya contamos con una pequeña distribuidora de la mano de nuestras amigas y amigos de Libros de la Herida, Cambalache, Traficantes de Sueños y Virus. Hablamos de socializar el espacio y no de alquilar talleres. No queremos crear proyectos que no tengan nada que ver unos con otros, sino que queremos hacer visibles otras formas de trabajar en las que la cooperación, la autogestión y el apoyo mutuo sean ejes vertebradores. Es necesario caminar hacia la reapropiación de la economía y lo económico. Hablar de economía ha sido siempre un tabú para ciertos sectores de los movimientos sociales y políticos antiautoritarios, al tener la extraña sensación de que la economía es algo de lo que solo deben hablar los de derechas o aquellos regímenes autoritarios, mientras nosotras seguíamos mendigando por un trozo de pan y vendiendo nuestra fuerza de trabajo a aquellos contra los que luchamos. Sin embargo, la economía es algo que creamos entre todas y que existe desde mucho antes de que existiera el capitalismo. Un reparto equitativo de la economía debe ir de la mano del resto de luchas (feminista, anticapitalista, antiautoritaria, ecologista, etc.) y estas no deben olvidar el aspecto económico. Queremos educar en la economía social y cooperativa, dándole el significado que pensamos que debe tener, es decir, reapropiarnos del concepto y de las realidades económicas usurpadas por el capitalismo y, por tanto, hacer de la economía uno de nuestro campos de batalla. Queremos, a su vez, colaborar en la consolidación de aquellos proyectos que trabajan desde esta perspectiva. Una solidez del común que no permita que lo individual vaya cayendo poco a poco y que sí permita, en la medida de lo posible, crear realidades que faciliten nuestra salida del mundo laboral asalariado, explotador y asesino. El Corral, en definitiva, es una necesidad política, social y cultural. El Corral es la necesidad de la belleza de los corazones en llamas.

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