Habrá pocas lectoras que no hayan entrado alguna vez en un corralón del centro de Sevilla. Son espacios que funcionan al interior de la manzana, con grandes patios, calles y adarves en torno a los que se distribuyen locales y talleres. Su origen es algo incierto, aunque algunas investigadoras lo sitúan con la industrialización, cuando el centro norte (donde se encuentra la mayoría) se colmató con patios de vecinas y fábricas. Formaban parte de un mismo ambiente obrero en el que se fraguaron las principales huelgas y sindicatos de principios de siglo XX, acogiendo todo tipo de oficios manuales, de pequeña industria y artesanía. Son los últimos testigos vivos de este momento fundamental en la historia reciente de la ciudad.
Además, ejemplifican un modelo de ciudad multifuncional, donde convivían la vivienda, el comercio y la producción, muy opuesto al espacio segregado de monocultivo residencial y turístico del que tanto se beneficia el mercado. La desaparición de muchos de estos conjuntos no solo se debe a la deslocalización industrial y a la flexibilización de la mano de obra, sino a la especulación inmobiliaria y a los altísimos beneficios de las rentas del suelo. Los corralones que han sobrevivido a la gentrificación, aún con instalaciones centenarias, han acogido otros perfiles como artistas, creativos y flamencas, que han encontrado en estos lugares un espacio para la creación. En este texto contaremos la historia de resistencia de los corralones de la calle Castellar.
CARTA ABIERTA DE UNA ARTESANA DEL ESPACIO
La primera vez que visité los corralones de calle Castellar era 2013. Para mi sorpresa, a finales del año siguiente ya estaba dentro de uno de sus locales. Lo he visto derribar decenas de veces, metafóricamente hablando, y, por hablar, también podría contar todas las veces que se ha atacado a la integridad, la actividad e incluso a las propias usuarias del espacio. Pero prefiero hablaros de por qué sigo aquí y por qué solo puedo pedir su protección para que siga existiendo.
Con tan solo entrar por alguna de sus puertas se despiertan los sentidos con curiosidad, intentando catalogar lo que están recibiendo, —meeeec— error, es imposible. Para mí es uno de los lugares más canallas y nobles de la ciudad; un lugar de polaridades, en donde está irrumpiendo un huracán o que se encuentra en el silencio previo a su inminente paso. Aquí unos tacones de pan de oro bailan entre chinos y fango para regalarte parte de su arte. Entre cipreses, buganvillas y geranios se encuentra esa magia tan compleja de explicar, exaltar y muchas veces hasta de apreciar. La homogeneidad brilla por su ausencia para regalarte pluralidad, colaboración y esa chispa salvaje indescriptible que conmueve a quien lo visita. Son espacios con identidad propia que dan cobijo y posibilidades a quien tiene que producir, crear y, claro está, a quien necesite obtener estos servicios.
Observando la arqueología social de estos espacios podremos entender algunos ciclos de su vida en los que la interrelación entre usuarias y vecinas fueron pilares fundamentales para su permanencia. Aquí cada una entiende que forma parte de un engranaje que hace funcionar esta máquina híbrida de innovación y tradición tan vinculada al carácter alternativo de Sevilla. Parte de unos profundos y antiguos cimientos para construir una arquitectura social, diversa e intergeneracional compuesta por actividad gremial, artesanal y sacra que convive con el arte emergente del barrio. Juntas formamos un campo diverso de disciplinas con presencia de carpinteros, imagineras, tallistas, músicas, ilustradores, ceramistas, orfebres, pintoras, doradores, grabadoras, escultores… Aunque cada vez hay menos plurales y más singulares. Joaquín, por ejemplo, es uno de los últimos torneros manuales de la ciudad. Por supuesto, también encontramos anticuarios, restauradoras, bailaores y cantaoras, así como la huella activista y de acción social que ha podido producirse en asociaciones como la Trompeta Verde. Hablamos de un espacio en peligro de extinción, pero por el que todavía se puede hacer mucho.
SOBRE PATRIMONIO, URBANISMO Y OTROS ARTILUGIOS
La defensa de este espacio no es ninguna novedad. En 2006, la Plataforma de Artesanos y Artistas del Casco Antiguo (PACA) denunció los desalojos de artesanos (muchos llevaban allí toda una vida) que se estaban produciendo tras la compra del inmueble por la actual propiedad, Garajes Santa Inés SL. También luchó para que el entonces nuevo Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), en proceso de redacción, mantuviera los usos productivos en los corralones. Este documento es una especie de plan maestro que determina qué usos y con qué intensidad deben existir en cada trozo de la ciudad, entre otras cosas. En el documento de avance, los productivos habían sido sustituidos por residencial y dotacional, lo que finalmente (y afortunadamente) se revirtió. En la memoria del Plan se reconoce la importancia de los talleres artesanales, con una apuesta clara por su permanencia. Se propone el mantenimiento de estos usos de manera compatible con los residenciales para favorecer así la multifuncionalidad y la complejidad del tejido social; pero, a la vez, el Plan entiende que el centro debe ser un lugar adecuado para la modernización y actualización de su tejido socio-económico. La propuesta quiere que estas industrias artesanales contribuyan a la revitalización del centro, manteniendo y recuperando funciones tradicionales o introduciendo nuevas actividades que al tiempo podrían incentivar la rehabilitación de los edificios. Se establece que estos espacios pueden contener industria no contaminante, artesanía y podrían albergar empresas dedicadas a las nuevas tecnologías, el conocimiento o la información, bajo el paraguas de lo que denomina «servicios avanzados», algo parecido a los barrios@ como el Poble Nou de Barcelona. Específicamente, la manzana de Castellar está incluida en un Área de Reforma Interior que contempla estos servicios avanzados, viviendas, espacio público abierto y dotacional educativo. Además, recomienda la gestión pública del desarrollo.
Otro documento de importancia es el Plan Especial de Protección del Conjunto Histórico y cada uno de los sectores en los que se divide, que establecen los elementos patrimoniales a conservar y proteger. Mantiene la filosofía de conservación y defensa de estos espacios por su importancia en la configuración urbana actual del centro norte. Por un lado, el sector 8.2 San Andrés-San Martín, en donde está incluido Castellar, cataloga este corralón con Protección Parcial Grado 1 y lo declara Edificación de Interés Tipológico con el subtipo de Edificio Singular. Además, está incluido en el entorno de un monumento, el Palacio de las Dueñas, por lo que su desarrollo debe tener especial sensibilidad al respecto. Por otro lado, el sector Sta. Paula-Sta. Lucía, en donde se incluyen los corralones de Pasaje Mallol y Pelícano, realiza un análisis histórico y social minucioso y sirve de base para el artículo anteriormente mencionado del PGOU en el que se desarrollan las normas específicas para los corralones. Su voluntad es la de preservar los mismos como representativos de la multifuncionalidad del centro histórico, y defiende que el sector se encuentra fuertemente caracterizado por la industria, siendo el último reducto en el casco intramuros. Se lamenta la evolución del barrio hacia viviendas de pisos contemporáneos, eliminando la variedad y diversidad tipológica, un patrimonio que este Plan Especial intenta salvaguardar.
Como hemos visto, existen argumentos urbanísticos y patrimoniales para justificar no solo la protección y valoración de este lugar, sino su expropiación por parte del Ayuntamiento, algo que ya hemos trasladado a la Gerencia de Urbanismo en una reunión el pasado marzo. Sabemos que las herramientas de las que disponemos no son suficientes y así hemos asistido recientemente a la pérdida de otros corralones. Es el caso de Pasaje Mallol 11, 13 y 15, que actualmente se están convirtiendo en viviendas loft donde lo productivo brilla por su ausencia y cuyos precios son inasumibles por trabajadoras manuales como nosotras. La expropiación fue un compromiso que asumió el Ayuntamiento en su momento con la PACA y, 15 años después, sigue sin cumplirse. Unos lugares tan valiosos y significativos para la memoria de las clases populares de Sevilla no deberían depender de la voluntad de una nefasta propiedad privada para su supervivencia. Como otros espacios de gran valor histórico, etnológico e industrial, este debería ser de gestión pública.
ORGANIZANDO LA RESISTENCIA
El estado de degradación del conjunto viene de largo. Desde hace mucho tiempo, la mayoría de inquilinas de los corralones de la calle Castellar hemos tenido que invertir periódicamente en el mantenimiento de su local y zonas comunes debido al abandono que sufren. La propiedad genera contratos verbales para evitar formalizar y estabilizar la situación de las usuarias, pues luego puede hacer y rehacer a su gusto, y la precariedad e incertidumbre les beneficia. Desde dentro se ha hecho lo posible, pero no es fácil negociar en solitario. Esto ha sido un factor favorable a la hora de perjudicar a las inquilinas y crear conflicto entre estas, siguiendo la estrategia del «divide y vencerás». Por ello, las usuarias actuales del espacio llevamos algún tiempo queriendo formar una asociación que nos aglutine y que no permita más abusos. Los más recientes son el cierre de los aseos públicos, la prohibición del paso y uso de los espacios comunitarios, o las amenazas de desalojo y cierre de locales. El acoso hacia las inquilinas sigue siendo indiscriminado, aunque suelen apretar a aquellas que más sufren la exclusión social, como las familias que viven en el conjunto.
Pese a todo, nosotras llevamos años cuidando las fachadas, cubriéndolas con cal, aplicando lechadas en el suelo, que se deshace a menudo, y generando zonas verdes en los espacios comunes. Este movimiento ha cobrado fuerza en el 2019 y sobre todo desde el confinamiento. Se realizaron bancales con un pequeño huerto, crecieron plantas sobre piezas artísticas o maceteros pintados, proliferaron murales y grafitis que algunos artistas pintaron en los patios. Todo ello hizo que cobrara una nueva vida, con alegres colores y texturas. Finalmente, a finales del 2020 formalizamos nuestra asociación La Ermandá Indûttriâh con objetivos artísticos, sociales y culturales, y con intenciones de mejorar y adecentar el espacio.
Este impulso de comunidad se vio mermado por la administración del inmueble, cuando ante un juicio testificamos a favor de uno de los usuarios del espacio. Desde entonces comenzaron a destruir las zonas verdes, coartaron la comunicación y uso de las zonas comunes, cubrieron murales, quitaron las papeleras, amenazaron con cortar los suministros básicos, acosaron mediante envíos de burofax, etc. La Asociación fue directamente expulsada de su local, a vistas de cerrar un contrato ya apalabrado. Sabemos que no hemos sido las primeras que han sufrido este tipo abusos en este lugar, pero nosotras estamos aquí y ahora resistiendo de manera creativa, con el apoyo comunitario y articulando una defensa jurídica por nuestro derecho a desarrollar nuestra actividad aquí.
Nada de esto es fácil, pero hemos comenzado a gestionar las redes desde Instagram, Facebook y Twitter, donde podéis darnos calorcito en @salvemosloscorralones.