Mujer devorando una pantera
Y se levanta, y el corazón del animal aún palpita entre los despojos, y ella hace ademán de limpiarse —la boca, el rostro, los brazos, el pecho—, pero decide quedarse quieta y contemplar la escena un rato más.
Un minuto, quizá dos, y luego volverá a sus quehaceres diarios —la comida, la ropa, la compra, los niños—. Nada de eso importa ahora que sabe de lo que es capaz.
La estación
Se suena la nariz como si acabase de despedir a un ser querido, saluda con la mano mientras suelta una lagrimita para que los demás puedan verla. Dirige una última mirada hacia la ventanilla del segundo vagón, y se queda allí, parada, mientras observa cómo se pone en marcha la locomotora para alejarse poquito a poco. Y qué más da que ni siquiera eche humo, piensa, y qué importa que ese no sea un tren de verdad.