El tercer fin de semana del pasado noviembre tuvo lugar el Encuentro sobre Turistización, Resistencias y Alternativas; organizado por La Asociación Vecinal la Revuelta y otras vecinas del casco norte de Sevilla con la vocación de generar un espacio común en el que compartir nuestras preocupaciones e iniciativas en torno a las consecuencias que para nuestras vidas tiene la turistización de la ciudad.
Nos habíamos juntado, unos meses antes, un grupo de vecinas planteando dudas y contradicciones: habían desalojado a la Mari para convertir su casa en piso turístico, el Bar Aguilar pendía de un hilo (que ya se cortó), habían salpicado el barrio con esa señalética infame de itinerarios diseñados desde arriba, aparecían nuevas promociones de viviendas de lujo amenazando el tejido residencial popular, los dichosos veladores florecían en las plazas, cercándonos los espacios comunes… múltiples rostros del poliedro que conforma el modelo de ciudad-mercancía de esa Sevilla consumible por inversores y turistas. Ante la complejidad de este proceso, no solo preocupante en este barrio y ciudad, queríamos trazar líneas de fuga, entender relaciones de poder, digerir contradicciones, conocer otras resistencias y, sobre todo, desmontar un discurso ajeno para construir el nuestro colectivamente.
Nos decían que la promoción del eje Macarena-San Luis traería más visitas y mejoraría la imagen del barrio. La realidad es que, como la Mari, muchas de nuestras vecinas se están viendo expulsadas a otros barrios para ser sustituidas por esa creciente población flotante de turistas, mientras que a las que resistimos nos asfixian con la subida del alquiler, el ruido continuado o la desaparición del comercio de proximidad. Vacían el barrio de vida y con ella se van sus prácticas, sus historias comunes, su memoria colectiva. Nos desagregan de la estructura social-comunitaria y en ese des-tejer generan desafección y pasividad en la sociedad.
Nos enredaban en los medios del poder con el chantaje de que la industria turística nos sacaría de la crisis batiendo récords de visitantes, trayendo empleo y riqueza, un mantra que se interioriza fácilmente al participar en ese lugar-mercado común en el que trabajamos muchas y que vende Sevilla y sus barrios al capital. A nosotras, sin embargo, nos parecía que se hinchaba la burbuja de una economía extractivista y con efecto colonizador, que beneficiaba a unas pocas a través de una explotación intensiva de los recursos para generar una economía dependiente, con vocación totalizadora y sujeta a los ciclos de los mercados[1]. Nuestros barrios son ese recurso intensivamente explotado y nuestros precarios cuerpos los que participan de esa brecha en la que los beneficios se distribuyen de forma asimétrica con condiciones laborales abusivas, e incluso ilegales.
Nos decían que el turismo pondría en valor nuestras identidades y formas de vida mientras se aumenta la experiencia del turista. Nosotras dejábamos de identificarnos con el discurso de barrio simplificado, uniforme y acrítico que venden las guías, alejado de esas contradicciones, conflictos y heterogeneidades que cualquier ciudad vivida reproduce. En el debate colectivo supimos no caer en la trampa de quien defiende lo auténtico, lo indígena, lo intocado: un discurso en el que añoramos desde la nostalgia aquello que ya no es.
Nos decían que el turismo nos traería una mayor seguridad en las calles y plazas, pero nosotras padecíamos una vida social sometida a la monitorización de las conductas, sin salirnos del guion del espectáculo turístico y permitiendo que en los espacios comunes el cliente-consumidor (y de paso, el acosador-agresor machista) campe a sus anchas.
Nos decían que Sevilla iba a ser el mejor destino para visitar en 2018 y nosotras la declaramos la mejor ciudad para resistir la turistización y sus efectos.
Quizá por todo esto quisimos comenzar el viernes escuchando las diferentes maneras en que la turistización atravesaba nuestras vidas, para abordarlas con la complejidad que merecen, desde una mirada crítica hacia esta transformación y con la voluntad de superar la trampa del relato edulcorado que nos venden del turismo.
Desde hace años, el centro norte ha sido considerado por el promotor político-empresarial como un lugar idóneo para el negocio fácil: el de la especulación y la economía rentista. Con periodos de mayor o menor intensidad, los movimientos sociales del barrio se han revelado ante estas prácticas defendiendo el derecho a la ciudad compartida frente a la ciudad-empresa. Hoy, la creciente turistización se superpone a la gentrificación que se arrastra desde entonces.
Esto no solo ocurría aquí: vinieron desde Barcelona, Donosti, Granada, Málaga, Madrid y Palma para contarnos que en sus ciudades se viven procesos que, salvando las diferencias, responden a las mismas lógicas mercantiles del turismo masivo. Y con la bonita complicidad que se genera en un espacio autogestionado parido desde ese afecto vecinal y esos cuidados de tantas, compartimos análisis, estrategias de resistencia, de denuncia y de acción.
Quizá por eso elegimos dos palacios desde cuyo contraste podíamos vislumbrar los logros y las derrotas de un barrio que sufre desde hace décadas procesos de privatización, expropiación y mercantilización de los lugares que habitamos. El sábado iniciamos la jornada en el Palacio de los Marqueses de la Algaba, espacio gestionado, conservado y rehabilitado por la administración con los fondos europeos URBAN que en los noventa supusieron tanto dolor, impotencia y engaño. Acabada la década, las vecinas del Palacio del Pumarejo (ya convertido en casa de vecindad) consiguieron reunir una colectividad que terminó frenando su desalojo y posterior transformación en hotel. Aquí acabamos el sábado y cerramos el domingo. Dos palacios: uno, infrautilizado pero perfectamente conservado; otro, lleno de vida pero con graves problemas de deterioro. El palacio de la administración y el palacio que es (o aspira a ser) del común.
El Pumarejo, junto a otros espacios autónomos del barrio (el Huerto del Rey Moro, Tramallol, Lanónima y La Revo) han participado en el desarrollo de este encuentro a través de los cuerpos y saberes de personas implicadas, además, en generar otras economías en resistencia, en las que no se prioriza la vida sobre el mercado, desafiando la precariedad, la individualización y la subordinación a una matriz de desarrollo de ciudad aparentemente irrenunciable. Reconocer estos modelos de naturaleza económica autónoma, colaborativa o cooperativa, que supera el chantaje de la dependencia y redefine el sentido de la riqueza es un relato necesario y la puerta para imaginar alternativas.
Este movimiento seguirá reconociéndose y pensándose en parte gracias a todos estos espacios y cuerpos implicados que facilitan que podamos seguir organizándonos para recuperar y defender que el barrio siga siendo eso: un barrio, compartido entre todas las personas que deseamos habitar dignamente en él.
[1] la idea de «turismo extractivista» ha sido propuesta por la filósofa Marina Garcés