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Casas-negocio y gente sin casa – EL TOPO
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Casas-negocio y gente sin casa

Mucho se ha hablado sobre gentrificación y turistificación con Barcelona como punta de lanza de estos procesos de transformación de las ciudades. El impacto negativo sobre el acceso a la vivienda por parte de la población autóctona está más que demostrado, y no se puede decir que no estábamos avisadas de lo que se nos venía encima. Pero cuando lo vives de cerca es, sin duda, cuando empieza a afectar en tu vida: tu familia, tus amigas, tu calle, tu barrio, etcétera. Y es a partir de ahí cuando el análisis se hace desde otro lugar, desde la necesidad y la urgencia de ser conscientes de la realidad para transformarla.

El pasado 9 de septiembre el Diario de Cádiz publicó un artículo sobre el número de pisos disponibles en la plataforma Airbnb en la capital gaditana, con un total de 1700 viviendas turísticas. Asimismo reflejaba cómo en un solo año se habían duplicado la oferta de pisos en la toda la provincia, con más de 2000 pisos en Tarifa, 1725 en Conil, 1300 en Chiclana, 1122 en el Puerto de Santa María o 824 en Jerez, entre los más destacados. Dichas cifras corresponden a la plataforma Airbnb, pero evidentemente la cifra es mucho mayor cuando se le suman otras plataformas y un altísimo número de pisos no registrados. La realidad está por encima de las cifras y los ejemplos concretos son el indicativo real de esta situación. En la zona de la plaza de La Candelaria, que es el barrio donde vivo, un piso que hasta hace unos meses era una casa de acogida de jóvenes inmigrantes, se ha transformado en una finca de pisos turísticos. Justo en una calle colindante y en la plaza de enfrente ya están rehabilitando fincas para esa misma actividad. En las calles cercanas a mi lugar de trabajo al menos otras tres fincas están siendo rehabilitadas con el mismo objetivo y, si te das un paseo por la ciudad, basta con dar un vistazo para encontrar muchas más. Esa es la tendencia de las dueñas, que creen haber encontrado en el alquiler turístico la gallina de los huevos de oro. No obstante, esto es un proceso global y afecta a muchas más ciudades, pero Cádiz quizá cuente con una particularidad. En otras ciudades este proceso expulsa a las vecinas del centro hacia la periferia, pero teniendo en cuenta las dimensiones de Cádiz y su morfología insular, hablamos directamente de la expulsión de la ciudad, por lo que si no se le pone remedio, en unas décadas la población autóctona podría verse mermada severamente.

Es un crecimiento en progresión geométrica y desde hace un par de años se ha hecho especialmente palpable este aumento, suponiendo un problema real para las habitantes. No me refiero a que ciertos sectores —especialmente vulnerables y precarizados— lo tengan difícil para encontrar vivienda, sino que hablamos de la imposibilidad generalizada de acceder a este recurso tan básico. Un agente inmobiliario me contestaba así sobre la situación actual del mercado inmobiliario: «El mercado de alquileres y ventas de pisos en Cádiz no está hecho para la gente de aquí, ahora mismo está orientado para gente de fuera y para clientes que buscan invertir». Los dueños de los pisos han desechado en su mayoría los contratos de larga duración en pos de los contratos temporales de curso escolar, temporada de verano y estancias cortas. Todo esto unido a una subida de precios y a unos requisitos contractuales en los que las dueñas exigen nóminas surrealistas en una ciudad donde, para quien tenga la suerte de tener un contrato, la nómina solo suele rezar una mínima parte de las horas que realmente se trabaja. El panorama es poco halagüeño, una población precarizada que a duras penas encuentra empleo y que tiene cada vez más difícil encontrar una vivienda encontrándose, en el mejor de los casos, que tiene que destinar más del 50 % de su salario en pagar el alquiler. Una juventud que descarta permanecer en un lugar donde no tienen las condiciones mínimas para construir un presente y mucho menos un futuro. Vecinas que ven con temor cómo cada vez hay más casos de personas cercanas a las que no renuevan sus contratos de alquiler, en busca de perfiles de inquilinas más rentables.

Bajo estas condiciones hay pocas opciones: sucumbir a esta realidad y abandonar la ciudad, lo cual es entendible, o permanecer, convirtiéndolo en un acto de auténtica resistencia, viviéndolo como un ejercicio de militancia.

Las instituciones deberían dar una respuesta a esta problemática, pero ya es un clásico el discurso de no poder atajar este problema debido principalmente a sus pocas competencias, incluso llegándose a asumir como algo positivo. Así lo justificaba en septiembre el teniente alcalde de Cádiz, Martín Vila, en unas declaraciones a raíz de la aprobación en la Junta de Gobierno de la licencia para dos proyectos de obras de adecuación y rehabilitación de fincas, que albergarán apartamentos turísticos:

Estamos siendo testigos de la proliferación de este tipo de negocios que se adapta más a los recursos de la ciudad y a su potencial. Hay un nicho de mercado compuesto por turistas que buscan pequeños lugares con encanto para alojarse y ahí Cádiz tiene mucho ganado. Además, este nuevo rumbo turístico es una de las apuestas del equipo de Gobierno, tal y como ha destacado el alcalde en varias ocasiones. Apostamos por la diversificación turística y por un modelo de negocio diferente que es compatible con el que existe hasta ahora, tal y como demuestra el crecimiento de la oferta y la demanda de este tipo de turismo.

Cuando se asume el turismo como principal motor económico de una ciudad, todo lo que se intuya como una crítica a este modelo, pasa a ser valorado como enemigo de la recuperación económica y la creación de empleo. Quizás es mucho más complejo reorientar la recuperación económica asociándola a la industrialización de la bahía y recobrar el tejido de empresas, pero por seguro que serían empleos de mayor calidad y estabilidad.

Por ello se hace necesario recuperar la participación de las vecinas en la vida de los barrios para resistir a esta situación. Reavivar las asociaciones de vecinas, las asambleas de barrio, las plataformas ciudadanas, los colectivos que hacen trabajo de base, etcétera. En definitiva, organizarse para fortalecer la presencia del vecindario en las decisiones de nuestros espacios; trabajar para conseguir infraestructuras que sean útiles para la vida de las vecinas, sin pensar únicamente en facilitar la estancia al turista o al visitante eventual; así como ser dueñas de nuestro propio ocio, con unas actividades con las que realmente se vea reconocido el pueblo y que nos permitan satisfacer nuestras necesidades; empoderando al movimiento vecinal para conseguir que la vivienda sea valorada como un recurso fundamental, al que todas podamos tener acceso, lejos de la concepción capitalista de la vivienda como un simple objeto de explotación económica.

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