Cuando prende la chispa revolucionaria, la calle se convierte en un altavoz colectivo y los muros muestran a gritos los anhelos del pueblo. Túnez vivió ese fervor durante los años 2011 y 2012. Hoy la ciudad duerme de nuevo y sus muros se entregan a la pesadilla consumista. Proponemos aquí un relato sobre la historia del arte urbano en aquellos días de tumulto.
Terminaba el año 2010 cuando Mohamed Bouazizi se inmoló. No sobrevivió a la confiscación de su puesto de frutas por parte de las autoridades; la decisión draconiana lo empujaba a la miseria y, antes que la humillación, decidió prenderse fuego el 17 de diciembre en la población de Sidi Bouzid. Jamás lo sabría, pero su calcinado cuerpo impulsaría una revuelta que culminaría con el derrocamiento del Gobierno autocrático de Zine el Abidine Ben Ali el 14 de enero de 2011. A lo largo de este periodo y al menos durante el siguiente año, Túnez viviría una eclosión de arte urbano como nunca antes había conocido.
Durante la época de Ben Alí la preocupación por mantener la imagen impecable de las ciudades, de cara al turismo y las inversiones extranjeras, hacía que el grafiti fuera ilegal y perseguido, cubriéndose cualquier expresión callejera de inmediato. En este tiempo, las principales manifestaciones de pintura mural que podíamos encontrar en el entorno urbano eran normalmente nombres garabateados, eslóganes de equipos de fútbol y lemas religiosos; manifestaciones poco elaboradas y concentradas en las inmediaciones del TGM (tren ligero Tunis-Goulette-Marsa). Estas expresiones eran ante todo marcas territoriales que indicaban la filiación o presencia en la zona de ciertos grupos. Sin embargo, el advenimiento de la revolución contra el régimen y la ocupación de la explanada de la kasbah (centro histórico), primero contra Ben Alí y, posteriormente, contra su sucesor Gannouchi, transformarán el panorama del arte urbano tunecino de forma radical: convirtiendo a la ciudad entera en altavoz de las aspiraciones populares.
Para el 26 de marzo de 2011, la periodista de Al Jazeera Yasmine Ryan hablaba ya en su artículo Art challenges Tunisian Revolutionaries del impacto del arte urbano en las movilizaciones populares. En concreto, Ryan comentaba el trabajo del artista francés JR Inside-Out: Autocrazy in Tunisia. Un proyecto consistente en colocar retratos inmensos de personas anónimas en puntos neurálgicos de la capital, representando con ello el carácter protagonista del pueblo en las revueltas. Sin embargo, el trabajo de JR no contó con la participación directa de la población local y además formaba parte de un proyecto global del propio artista, por lo que no puede considerarse como una creación propia de la revolución; no obstante, recoge en parte el anhelo de las masas.
Al mismo tiempo que JR realizaba sus instalaciones de fotografía monumental, la ciudad entera era un hervidero creativo, parecía que todo el mundo escribía en las paredes para influir en el resto y hacer crecer el movimiento popular. En el lapso de tiempo que duraron las movilizaciones, la ciudad tunecina, que la familia de Leila Trabelsi —esposa del dictador— había convertido en objeto de consumo para la especulación urbanística, era recuperada como lugar de encuentro e intercambio de ideas. En este contexto aparecerán diferentes figuras singulares y colectivos artísticos que pretenderán una subversión radical de los usos del espacio público, abriendo una vía para imaginar una sociedad post Ben Alí.
Uno de los colectivos de agitación más importante en estos momentos será el grupo Ahl el-Kahf, agrupación de activistas que llenará la ciudad de stencils críticos con el régimen o dedicados a recuperar figuras históricas del movimiento anticolonial tunecino, caso de Farhat Hached (1914–1952), dirigente sindical histórico asesinado por los servicios de contraespionaje franceses, cuyo retrato comenzó a multiplicarse en los muros de todo el país —hoy aparece su efigie en los billetes de 10 dinares—. Ahl el-Kahf nacerá durante la segunda Al Kasbah, la ocupación de la avenida Habib Bourguiba con objeto de expulsar a Mohamed Ghannouchi, el sucesor de Ben Alí del poder. Desde sus inicios será un grupo anónimo dedicado a la difusión de ideas revolucionarias, haciéndose eco de las demandas sociales y criticando el fraude político que suponía el Gobierno de Ghannouchi y sus sistemáticas violaciones a la libertad de expresión. Dentro entre los grupos artísticos activos durante la revolución se trata sin duda del más politizado pues, tal como explica Nicholas Korody en su extenso artículo The Revolutionary Art: Street Art Before and After the Tunisian Revolution, Ahl el-Kahf se presenta como un colectivo dedicado a politizar el arte y que considera la labor estética un campo de resistencia contra el poder. Ahl el-Kahf recoge así la influencia de intelectuales como Gilles Deleuze, Michel Faucoult, Antoni Negri, Giorgio Agamben o Edward Said: «Trabajamos contra la invasión de las imágenes del entretenimiento y sus mensajes.»
En las mismas fechas, menos politizado pero con enorme virulencia y capacidad de acción, encontramos operando al colectivo ZIT (Zombie Intervention Tunise). Este grupo nacerá también durante la segunda Al Kasbah y contará entre sus filas con nombres propios —muchxs de ellxs artistas consagradxs que ya trabajaban con galerías antes de la revolución—, entre lxs que podemos destacar a Meen-one, Sk-One, Willis o el website-builder Amine Lamine. Z.I.T se encargará de invadir las mansiones abandonadas en su huida del país por la familia Trabelsi y reventar sus muros clamando a la libertad de expresión.
A partir de 2013 Túnez comenzó su andadura entre las sociedades «democráticas» y creó un régimen donde se alternan los liberales de Nidaa Tounes y los islamistas Ennahda —que en la actualidad gobiernan juntos—, cerrando así el paso a las demandas populares. Hoy el pueblo tunecino tiene acceso a Youtube, pero FMI y Banco Mundial imponen su ley. Mientras, los muros callan, quizás esperando su momento.