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Arde Moria, Arde la Europa de los pueblos – EL TOPO
nº43 | política global

Arde Moria, Arde la Europa de los pueblos

«Somos una brigada de cinco personas voluntarias-activistas que viene desde Sevilla con destino a la isla griega de Lesbos…». Así empezaba la primera de ocho crónicas que envié al periódico La Marea en abril de 2016. Sofía, Cristina, Alba, Kike y yo, pasamos diez días en la isla en plena «crisis de los refugiados», con el propósito de trabajar in situ y de forma directa con las personas que, desde países como Siria, Afganistán, Irak o Paquistán buscaban refugio en esta Europa nuestra. Pretendíamos también servir de apoyo a algunas de las ONG que trabajaban en Lesbos. Otro de nuestros objetivos fue siempre la denuncia, y ese fue el motivo por el que escribí las crónicas que enviamos cada día y que fueron leídas por gente que desde España nos ofreció su solidaridad. Y esa solidaridad nos llegaba, y de qué modo, cada día, cuando visitábamos los campos de refugiados, cuando organizábamos cientos de cajas con ropa que desde toda Europa llegaba a las naves de las ONG, cuando esperábamos cada noche en Campfire la llegada de alguna patera con refugiados y refugiadas desde las costas de Turquía, o cuando acudíamos a las reuniones que se convocaban en el campo de Pikpa para organizar las acciones pacíficas que llevamos a cabo ante la visita del padre Francisco a Lesbos.

Me impresionaba cada día la solidaridad potente y sin fisuras que viví en la isla, la de tantas personas voluntarias que trabajábamos desinteresadamente mañana, tarde y noche, en tareas que iban desde la ayuda directa (comida, ropa, techo, asesoramiento legal a las personas demandantes de refugio) hasta la planificación de acciones de denuncia ante la situación que vivían los miles de migrantes (en 2016 el Gobierno griego hablaba de unos 50 000) que llegaban a Lesbos desde Turquía. Igualmente me sentía impresionada por la dejadez con la que la Unión Europea mantenía a estos solicitantes de refugio: recluidos y hacinados en lugares como Moria, sin apenas atención por parte gubernamental. En el campo de Moria, ahora devastado por las llamas, se les trataba como a posibles delincuentes o delincuentes en la práctica: restringiéndoles la movilidad, negándoles el derecho de petición de asilo o dejando estas peticiones en limbos jurídicos de los que era prácticamente imposible salir.

Y allí estábamos. Activistas de todo el mundo para ayudar y denunciar, para solidarizarnos en nombre de nosotros y nosotras y en nombre de familiares, amigas, compañeros, hermanas que quedaron en nuestros lugares de origen y que desde allí nos mandaban su energía, su ímpetu, en ocasiones su dinero, haciendo así necesaria y hermosa nuestra presencia en Lesbos. Para mí, en esos momentos y en ese lugar se hizo presente la Europa de los pueblos, la que trabajaba a favor de la acogida de personas que buscaban una vida mejor huyendo de guerras provocadas en la mayoría de las ocasiones por intereses geopolíticos, y por la esquilmación de los recursos naturales de sus países de origen por parte de esas mismas potencias económicas, políticas y militares que ahora les volvían la espalda.

Desde aquellos días de la primavera de 2016 en los que tuve la enorme suerte de estar y ser en Lesbos, y hasta el incendio del campo de Moria en septiembre de 2020, mi preocupación por «el problema migratorio» aumenta a la par que avanza el fascismo en Europa, que ha sido potenciado y dejado crecer (como mala hierba) por algunas de las instituciones «que nos representan». Ello ha originado que parte de la ciudadanía europea tenga miedo a que «se les robe» lo conseguido con la implantación del estado del bienestar, y tiene como consecuencia que se preste oído a discursos xenófobos y a que se pongan en práctica actitudes egoístas, violentas y racistas. Estos falsos discursos de odio han sido intencionadamente distribuidos por gobiernos como el húngaro o el polaco, y por partidos fascistas que se sientan hoy para nuestra vergüenza e indignación en parlamentos democráticos de Europa.

Sin embargo, ante estos discursos fascistas, sigo convencida de que la solidaridad es la alternativa, porque la solidaridad es la ternura de los pueblos.

La solidaridad de la Europa de miles de hombres y mujeres que siguen exigiendo en 2020 el estudio de las verdaderas causas de las migraciones, la regularización de estas, la promoción del empleo, sobre todo juvenil, en continentes como África, devastada por años de robo de sus recursos, empobrecida por políticas dirigidas a que puedan circular libremente los bienes y las mercancías, pero no las personas.

La ternura de la Europa de los pueblos, que pide el fin de la Europa-fortaleza, el fin de los tratados como el de la vergüenza, firmado en 2016 entre la UE y Turquía, o como los que, externalizando las fronteras, España firma y mantiene vigente con Marruecos, Mauritania o Senegal. Convenios engañosos con los que la Unión Europea condiciona la ayuda oficial al desarrollo al control de la migración (y de paso a la adopción de jugosos acuerdos comerciales).

El compromiso de la Europa de las personas, que se niega a criminalizar a los demandantes de refugio o a considerarles como «competidores» en nuestro derecho al reparto de los «pocos recursos» existentes en esta sociedad del capital. En todo el continente europeo se mantienen en pie organizaciones y miles de hombres y mujeres que se movilizan a favor de políticas efectivas de rescate en el mar, para evitar los ya famosos cementerios como el del Mediterráneo.

La firmeza de la Europa de la gente, que exige la supresión de las concertinas en Ceuta y Melilla y el cierre de los CIEs en la frontera sur, que aboga por la implantación de rutas seguras y legales para las personas que buscan refugio, la que denuncia la devolución en caliente de los inmigrantes, la que pide estrategias de acogida a personas en situación administrativa irregular… ¡ninguna persona es ilegal!

La exigencia de la Europa de la ciudadanía, que está en contra de la suspensión temporal del derecho de asilo de Grecia, la que solicita que se garantice la salud física y mental de las personas migrantes y, por supuesto, la que denuncia alto y claro acuerdos como el de la vergüenza, anteriormente citado, o como el pacto migratorio que recientemente se ha presentado en Bruselas y que está en fase de estudio, mediante el que se dificulta la demanda de asilo y se refuerzan cruelmente las fronteras de Europa.

La Europa de los pueblos contra la Europa-fortaleza. La Europa solidaria y tierna que viví en Lesbos en 2016 frente a la Europa que cierra sus fronteras y que legisla y pone en práctica políticas que demasiadas veces van en contra de los derechos humanos.

Creo, siento, que en septiembre de 2020 no arde solo Moria. En la hoguera inquisitorial que Europa ha encendido y que nos retrotrae a tiempos que parecían superados, está en peligro de arder también la Europa abierta y progresista, la que luchó y venció al fascismo, la de la acogida y la democracia. La Europa de los pueblos.

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