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(Anti) Economía libertaria, un bosquejo – EL TOPO
nº19 | la cuenta de la vieja

(Anti) Economía libertaria, un bosquejo

A medida que ha ido creciendo el interés por la economía desde el comienzo de la crisis, el discurso de palo ha conseguido polarizar el debate en dos posibles y la correspondiente dicotomía declinada de diversas formas: el neoliberalismo o el neokeynesianismo, el mercado o el Estado, lo privado o lo público, y así...

La crítica al neoliberalismo, disfrazada incluso de anticapitalismo, esconde la mayoría de las veces una defensa fullera del Estado como agente regulador; es el relato arrullador del Estado protector que debería defendernos de los malvados mercados. Y aquí suele encallar la discusión.

Nada se puede pensar ni hacer sin suspender esta dicotomía pues Estado y capital se copertenecen. Capital y Estado son los dos polos de la máquina bipolar de gobierno. La dicotomía siempre afronta el fenómeno dividiéndolo y, al mismo tiempo, articulando los elementos resultantes de esa división de modos diversos: unos inciden más sobre uno de los polos, otros sobre el opuesto. De una parte la economía y de otra el Estado, la política; y, en medio, todo el espectro de las ideologías de lo posible.

Digamos eco-nomía, entonces, para remarcar que, a diferencia de otras disciplinas (socio-logía, antropo-logía, etc.) aquí no se trata del logos sino del nomos. En la eco-nomía no se trata de un discurso, una descripción (logos) sino de una prescripción, un orden, la ley (nomos). La economía es por tanto, esencialmente, economía política, una forma tecnocrática de poder inventada en el siglo XVII.

Pero digámoslo ya, en este artículo vamos a hacer una crítica de la economía a través del esbozo de una anti-eco-nomía más que de un mero «anti-capitalismo». Vamos a defender la abolición de la economía tanto en el sentido moderno, secularizado, como en el antiguo, teológico. Abolición de la economía (esa triste ciencia) en tanto que capitalismo, es decir, abolición del dinero, del valor, la mercancía, el trabajo y la propiedad; así como abolición en tanto que administración-gestión-gobierno (aquella oikonomia griega que Cicerón vertía al latín como dispositio), para simplificar, el Estado. Abolición pues de la economía en tanto que gobierno infinito del mundo.

Una perspectiva anti-eco-nómica, decimos, puesto que no se trata de otra economía, de una economía alternativa (sea cual sea su atributo: verde, social, socialista, solidaria…) sino de una alternativa a la economía; no se trata, en fin, de una economía crítica sino de una crítica de la economía (política). Excluimos de la crítica, por razones obvias, esa acepción llana de la economía que señala simplemente el metabolismo con el medio.

Para ello esbozaremos ideas que nos acerquen, si quiera un tanto, a un mundo libre de capitalismo, de economía, de gobierno incluso, con la intención de recordar que existen perspectivas (hipermétropes, es cierto) que buscan iluminar dimensiones casi siempre olvidadas, aplastadas bajo el peso de lo evidente, es decir, bajo esta realidad tautológica de la autovalorización del valor que, para abreviar, llamaremos capitalismo.

Comencemos por acercarnos brevemente a las tres principales corrientes económicas del anarquismo: mutualismo, colectivismo y comunismo libertario; para desde ahí echar un vistazo a las prácticas cotidianas existentes.

El mutualismo tiene en Proudhon a su principal promotor. Si bien carece prácticamente de repercusión teórica en la actualidad, en la práctica es más común de lo que se cree (como veremos más adelante, tiene bastantes similitudes con lo que hoy llamaríamos economía social).

Las características básicas del mutualismo son:

  1. Propiedad privada/social de los medios de producción.
  2. Propiedad privada del fruto del trabajo.
  3. Distribución por intercambios de mercado.
  4. Dinero mutualista.

En el modelo propuesto por Proudhon todxs lxs trabajadorxs tendrían acceso a sus propios medios de producción (organizadxs en cooperativas autogestionadas). Estas agrupaciones autogestionadas funcionarían de manera similar a las cooperativas de trabajadorxs actuales, eliminando algunas de las constricciones del presente capitalista. El reparto de la producción no se haría en función de las necesidades de cada cual, sino del trabajo aportado. Eliminada la clase parásita capitalista y su exacción (la plusvalía), cada trabajadxr recibiría el producto neto íntegro de su trabajo, o mejor dicho, su equivalente, es decir, dinero. A su vez, las agrupaciones autogestionadas competirían en un mercado libre, regulado por una gran federación agroindustrial. Por tanto, las relaciones de intercambio de bienes y servicios continuarían existiendo y la distribución de la riqueza social se realizaría mediante el mercado, un mercado socialista y pretendidamente «anticapitalista».

El colectivismo, a su vez, se asocia a Bakunin y se resume en la frase: de cada cual según sus posibilidades, a cada cual según su trabajo. Sus características fundamentalmente son:

  1. Propiedad colectiva de los medios de producción.
  2. Propiedad privada del fruto del trabajo.
  3. Distribución en función del trabajo aportado a la colectividad.
  4. Dinero colectivista.

A diferencia del mutualismo, el colectivismo no asume una estrategia reformista y aboga por la expropiación de la propiedad para socializarla. Sin embargo, sigue necesitando del dinero ya que la distribución se realiza en función del trabajo aportado a la colectividad y no en función de las necesidades de cada cual, por tanto, los productos necesitan ser valorados. No es reformista pero si gradualista ya que se concibe a sí mismo como una fase transitoria hacia el pleno comunismo, donde las formas de remuneración desaparecerían por completo.

En el mutualismo y el colectivismo no quedan abolidos ni el valor (de cambio), y por tanto tampoco el dinero (sea éste convencional, mutualista o colectivista), ni el trabajo abstracto y, por tanto, tampoco el tiempo abstracto (en tanto que actividad separada del resto de la vida). Es por esto que difícilmente se los puede considerar propuestas anticapitalistas, y mucho menos antieconómicas.

En ambos casos, la cuestión no era tanto suprimir el capitalismo como civilizarlo, situando el trabajo (con su papel moral, socializador, etc.) en el centro del sistema. Para ellos, la solución al problema de la organización sociopolítica debía ser, por tanto, económica pues en su concepción, las leyes económicas, elevadas al rango de leyes naturales, gobernaban el mundo.

En su defensa debemos decir, por contra, que estos problemas conceptuales no los encontramos solo en sus propuestas sino que, en general, todas las distintas familias tradicionales del «socialismo» (en el sentido genérico, decimonónico, del término) no discutían al capitalismo en sí, sino básicamente la propiedad de los medios de producción y la desigualdad en la distribución de la riqueza generada (cuestiones centrales, no lo negamos, solo señalamos que se les escapa lo esencial), estando de acuerdo en casi todo lo demás.

El comunismo libertario, finalmente, se resume de forma clásica en la frase: de cada cual según sus posibilidades, a cada cual según sus necesidades. Recientemente, Cindy Milstein[1] ha reformulado esta máxima comunista actualizándola y afinándola del siguiente modo: de cada cual según sus posibilidades e intereses, a cada cual según sus necesidades y deseos.

Sus características básicas son:

  1. Propiedad colectiva de los medios de producción.
  2. Propiedad colectiva del fruto del trabajo.
  3. Distribución en función de las necesidades de la comunidad.
  4. Abolición del dinero.

Ya que en el comunismo libertario la distribución de la riqueza social se lleva a cabo en función de las necesidades colectivas e individuales y no en base al trabajo aportado por cada cual, es innecesario cualquier tipo de medición del valor y del tiempo empleado en cualquiera de sus formas. Implica pues la abolición del valor, del tiempo y del trabajo abstractos, así como del dinero y la mercancía y por tanto del capitalismo, la economía y el gobierno, del Estado.

Toda teoría emancipadora debe tener un correlato en una práctica prefigurativa, es decir, una acción encaminada a preparar ya en el presente, en la medida de lo posible, el advenimiento de una comunidad libre y autónoma. Pasemos pues a aplicar a las prácticas actuales el esquema que hemos esbozado brevemente para evaluar en qué grado contienen un germen emancipatorio y analizar su potencial de ruptura con el capitalismo… con la economía, incluso.

Desde este punto de vista nos encontramos con que, en la gran mayoría de los casos, cuando nos planteamos experimentar con otras formas de enfrentar el hecho bruto económico (esto es, vernos obligadxs a generar dinero para poder sobrevivir) recurrimos a tácticas que se encuadran dentro del mutualismo o el colectivismo, quedando el comunismo libertario reducido al ámbito familiar o íntimo-afectivo. Como lo expresa el ejemplo del artículo Anarquistas sin plan económico: el problema del dinero[2]:

«Cuando tres compañeras se asocian para producir pan, acuerdan una jornada laboral y se reparten el producto de su trabajo en relación a esa jornada laboral, están experimentando con el colectivismo. Pero cuando esta misma asociación de tres compañeras productoras de pan establece un sistema de intercambios con otras asociaciones de compañeras productoras de cerveza, verdura, etc., están experimentando con el mutualismo».

Sin minusvalorar en lo más mínimo la ingente cantidad de esfuerzo y voluntad que requiere buscarse el sustento de algún modo que se aleje de la ortodoxia capitalista, experimentar con el mutualismo y el colectivismo en el marco actual es bastante más sencillo que prefigurar el comunismo libertario. Para empezar, creemos, porque no es sencillo siquiera imaginar cómo podría al menos esbozarse. En este sentido, sería interesante investigar las experiencias actuales que apunten a una superación real de la economía, así como imaginar y experimentar en la práctica otras (gradualistas o no) que tengan este objetivo por horizonte.

Un ejemplo interesante podría ser la Comunidad de Intercambio La Canica y su apuesta consciente por desarrollar monedas alternativas, por experimentar con el mutualismo y el colectivismo sin perder de vista el objetivo final, el comunismo libertario que, como hemos visto, implica la abolición del dinero, que en este artículo entendemos como representante genérico del valor, el auténtico corazón de un sistema sin corazón. No vamos a entrar aquí en si esto se logra de forma paulatina (aumentando constantemente los niveles de autonomía) o si debe ocurrir de forma espontánea, como insurrección-revolución. Probablemente, dejando a un lado los maximalismos, se trataría de una combinación de ambas perspectivas. En sus propias palabras:

«La abolición del dinero es un concepto vacío si no demostramos que podemos funcionar con dinero mutualista, colectivista o sin ningún tipo de dinero. Y es posible. Claro que lo es. En Madrid ya hay al menos una Comunidad que está experimentando un sistema de intercambios con dinero mutualista a través del cual nos estamos relacionando diversas personas y asociaciones, muchas de ellas colectivistas en su funcionamiento interno. El fin de esta Comunidad llamada La Canica es el comunismo libertario (en consecuencia, la desaparición de nuestra propia moneda mutualista). Para alcanzar este fin, La Canica ha previsto una serie de medidas tendentes a adquirir medios de producción colectivizados que se pondrán posteriormente a disposición de las personas asociadas en función de sus necesidades».

La Canica concibe la táctica para la consecución de sus fines del siguiente modo:

«Las formas de distribución de productos características del colectivismo y el mutualismo (el reparto y el intercambio, respectivamente), están aparejadas a la forma de propiedad de los medios de producción. El reparto implica una capacidad de decisión colectiva sobre el producto del trabajo de las asociadas que proviene del hecho de compartir entre ellas la propiedad. El intercambio implica una capacidad privativa de decisión sobre el producto del trabajo que proviene del hecho de no compartir la propiedad de los medios de producción con la otra parte del intercambio».

Dadas las limitaciones de espacio dejaremos para ulteriores artículos y debates, así como a la imaginación de lxs pacientes lectorxs que hayan llegado hasta aquí, valorar la pertinencia de dicha táctica para la consecución de sus objetivos explícitos.


[1] Cindy Milstein.  Anarchism and its aspirations,  AK Press, Oackland, 2010, p.53.  Citado en Economía anarquista.  Una visión global.  Varios autores.  Ed. La Neurosis o las barricadas, 2015, p. 58. 

[2]  La lectura de este texto redactado por la Comunidad de Intercambio La Canica (aparecido en el número 59, diciembre 2015, de la publicación mensual Todo por hacer) ha sido el desencadenante del presente artículo.  Está disponible en: http://www.todoporhacer.org/anarquistas-sin-plan-economico. Para saber más sobre La Canica: http://lacanica.org/

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