Cuando hablamos de Palestina, siempre nos viene a la mente la mal llamada ocupación (colonialismo). Nos viene a la mente la imagen de las bombas que caen sobre la Franja de Gaza, los muertos de las masacres, los también mal llamados asentamientos israelíes (colonias) en Cisjordania, las demoliciones de viviendas, las detenciones de las y los presos palestinos, las personas refugiadas. Y todos y todas tenemos claro que el máximo culpable de toda esa desgracia es Israel, con el apoyo incondicional de Estados Unidos y el beneplácito de la comunidad internacional.
Pero en esa relación de culpables a menudo nos olvidamos, u obviamos por ignorancia y desconocimiento en la mayoría de los casos, de un culpable más que es clave para que el mayor de todos los culpables, Israel (¿o el segundo mayor?), pueda llevar a cabo sus planes sin impedimentos y teniendo a su merced a un brazo ejecutor que obedece las órdenes como el peor de los lumpen: estamos hablando de la ANP, la Autoridad Nacional Palestina, una institución que ha traicionado, y traiciona, a la causa palestina. Un reducto de poder al servicio de Israel y Estados Unidos, resultado fiel de los fracasados Acuerdos de Oslo, que ha llevado a la deriva el proyecto de creación de un verdadero Estado palestino cohesionado y soberano.
Los Acuerdos de Oslo, más que unos acuerdos de paz, fueron unos acuerdos que consolidaron la hegemonía sionista en toda la Palestina histórica. Que cortaron de un hachazo las esperanzas de construcción de un Estado palestino soberano y al que toda la población refugiada pudiese regresar. Unos acuerdos en los que la participación palestina, absolutamente al margen de las demandas y del sentir del pueblo palestino, aceptó el colonialismo sionista israelí, aceptó la solución de los dos Estados a partir de las fronteras de 1967; la humillación de no regir en prácticamente ninguno de los asuntos que deberían ser de su competencia; las migajas de un gobierno civil y de los que quedaron excluidos lo militar y lo económico. Aceptó claudicar ante el gran amo sionista y ser represor y carcelero de su propio pueblo, y colaborador con las autoridades sionistas para frenar cualquier disidencia.
La traducción práctica de dichos Acuerdos en estas casi tres décadas ha sido la concesión de todos los privilegios a la entidad sionista, con importantes logros estratégicos y un absoluto retroceso para Palestina, con fuerte crecimiento de las colonias ilegales en Cisjordania, con la construcción de más de 700 kilómetros del muro del apartheid dentro de los territorios ocupados; con más represión, más violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional; más destrucción de viviendas palestinas; más usurpación de tierras, y una marcada profundización de la ocupación militar.
Antes de la firma de Oslo, en el año 1991, tuvo lugar la Conferencia de Paz de Madrid que sirvió como preludio para Oslo. Madrid fue un éxito sin paliativos para Israel, pues mejoró la posición de la entidad sionista en la comunidad internacional, manteniendo desde entonces relaciones diplomáticas con un número de países considerablemente mayor que el que tenía antes de la conferencia de Madrid.
Está más que demostrado que el binomio Madrid-Oslo no ha servido más que para perpetuar el sistema de apartheid del régimen sionista contra la población palestina. Desde entonces, el sistema colonial israelí ha alcanzado niveles nunca vistos, con centenares de miles de colonos sionistas que se han trasladado a Palestina, que han provocado una escandalosa limpieza étnica en Jerusalén y que han creado bajo el paraguas del Gobierno israelí multitud de colonias ilegales en Cisjordania, robando tierras palestinas, y expoliando sus recursos naturales.
Ante esta situación, en la que Israel no ha dado ni un solo paso hacia sus tibios compromisos de Oslo, el paradigma de dos Estados sobre la Palestina histórica se vuelve completamente imposible. Las voces internas y externas que piden la disolución de la Autoridad Palestina, y piden un nuevo enfoque que verdaderamente ponga rumbo a la liberación de Palestina, se multiplican. Y es en este contexto en el que nace Masar Badil.
La Conferencia de la Ruta Alternativa Palestina, o Masar Badil, es un movimiento compuesto por personalidades y representantes de asociaciones y organizaciones civiles y populares de la Palestina ocupada y la diáspora. Coincidiendo con el 30 aniversario de la Conferencia de Paz de Madrid, se está organizando entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre una conferencia denominada «Palestina: la ruta alternativa». Masar Badil hace un llamado al pueblo palestino dentro y fuera de Palestina, a todas las organizaciones y movimientos de estudiantes, jóvenes y mujeres, para participar activamente en el lanzamiento de una gran movilización popular en aras de acabar con el enfoque de los acuerdos de Madrid-Oslo, y la construcción de una nueva etapa que sea la base popular para la renovación del movimiento nacional en la diáspora y un hito en la historia del pueblo palestino.
Masar Badil es una iniciativa hecha por y para la nueva generación palestina, que pretende construir un espacio de organización política, social y cultural para que la juventud palestina ocupe el lugar que le corresponde en la lucha por el retorno y la liberación nacional, la recuperación de la Palestina histórica desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo y el derecho al retorno de las y los refugiados como un objetivo irrenunciable.
La Conferencia de octubre no es un fin en sí mismo, sino tan solo el principio de un gran proyecto que suponga un punto de inflexión y que sea capaz de reconducir el proyecto de liberación nacional, que apueste por nuevos paradigmas alejados de procesos de negociación eternos, vacíos y aniquiladores de la causa palestina. Porque como dijo el gran líder revolucionario palestino Ghassan Kanafani, «si fracasamos como defensores de la causa, lo correcto sería cambiar a los defensores, no a la causa».