En el Distrito Este se viene siguiendo un modelo urbano lucrativo: construir vivienda de forma desproporcionada, sin las dotaciones suficientes en servicios públicos y de movilidad, y con carencias para la calidad de vida. Ahora el espacio que ocupaba La Algodonera ofrece una oportunidad, pero el ayuntamiento, desoyendo al vecindario, saca del cajón un proyecto para construir viviendas.
En 1962 se construyen, diseñadas por el arquitecto Aurelio Gómez Millán, las instalaciones de lo que fue la Cooperativa Agrícola Algodonera Nuestra Señora de Los Reyes de Sevilla, siendo la factoría de algodón más grande de Europa. Presenta un importante valor arquitectónico e histórico, por ser vestigio de la industria sevillana y ser determinante para la posterior construcción de lo que es el Distrito Este. Gran parte de los trabajadores que alberga esta fábrica serán los residentes del barrio que en 1972 comienza a construirse. En 1984, arruinada la Sociedad Cooperativa, salen a subasta los terrenos e instalaciones de La Algodonera y se fracciona la propiedad, desarrollándose distintas iniciativas constructivas, como la urbanización Los Olivares con 370 viviendas y las naves de las calles Manises y Alberique, que fracasaron económicamente. En 2005, la promotora Solurban Inversiones, constituida por el Grupo Inmobiliario Solurban en un 60% y El Monte en un 40%, adquirió los 116 500 m² que aún quedaban de la antigua algodonera para la construcción y promoción de viviendas y otros usos sociales y comerciales. El Monte salió del grupo inversor en noviembre de 2008, justo un mes antes de un gran pelotazo urbanístico en los terrenos de la antigua Hytasa. Pese a esto, la crisis económica y una fallida promoción urbanística en Almensilla acarrearon importantes problemas de liquidez a la empresa Solurban, que entregó como dación en pago a Cajasol (antiguo El Monte) y a Caixa Galicia, los 116 500 m² de la antigua fábrica, con lo que cancelaba la deuda que ascendía a 64 millones de euros. De estas entidades bancarias, la propiedad de estos espacios pasó a la Sareb, una sociedad anónima de gestión de los activos transferidos por las entidades bancarias rescatadas por el Gobierno de España en 2012, estando participada en un 55% por capital privado y en un 45% por capital público a través del frob.
Con esta trayectoria de inversiones, deudas y promociones urbanísticas, el futuro que desde el Ayuntamiento y la S areb se le proyecta a La Algodonera no trae ninguna novedad: construcción de vivienda, adornada con espacios verdes, una residencia y un hotel. Se aprobó en 2008, poco después de haber explotado aquella burbuja inmobiliaria de la que, parece, nuestras autoridades locales no se acuerdan. De la antigua fábrica, tan solo un pequeño trozo que corresponde a la entrada principal se conservaría como muestra representativa del valor artístico e histórico del lugar. Dicho valor se extiende, aparte de la entrada, a otras partes de la obra arquitectónica que quedarán destruidas para la creación del espacio nuevo; no obstante, la funcionalidad de este espacio, así diseñada desde arriba, se aleja de la oferta turística concentrada en el centro. No existe historia ni valor simbólico en la periferia, al margen de lo anecdótico. Ni el Gobierno municipal ni la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía han respondido a las peticiones de declaración como Bien de Interés Cultural que se han hecho.
Como nuestras autoridades no quieren dejar de justificarse en la responsabilidad que se les presupone, dicen que el proyecto es bueno, porque trae vivienda para gente que la necesita.
Son 451 las viviendas protegidas que acogería el espacio, las cuales vienen a suplir unas carencias en materia de vivienda en nuestra ciudad. Ahora bien, estas no tienen por qué ir junto a otras 468 unidades de vivienda libre, que no están orientadas hacia las necesidades de la ciudadanía precisamente. Nuestro distrito ha sido escenario de un crecimiento extraordinario en las últimas décadas, es uno de los mayores focos de atracción de población para vivir. Entre ella, generaciones que vivieron en otros barrios, más céntricos, ya revalorizados.
Es decir, la demanda de vivienda que llega al distrito es la de población desplazada, y ello genera desequilibrios y deficiencias en estas zonas. Esto es un problema, porque en lugar de invertir dinero e ingenio en, precisamente, transportes, bienes y servicios, nuestra administración (autoridades responsables) canaliza las inversiones en: vivienda. Es un proyecto cortoplacista que a largo plazo tendrá perjuicios sociales y medioambientales. A esa merma en la calidad de vida hay que añadir el aumento de emisiones que implica esa saturación de residentes y del tráfico.
El proyecto que ha presentado el Ayuntamiento es un intento del llamado banco malo de hacer negocio, pero no olvidemos que un 45 % de la antigua fábrica es propiedad pública. Es decir, son recursos de todos y todas las sevillanas que no se están usando de cara a sus intereses, sino en vistas a la acumulación de capital que, en este contexto y de manera similar al de los primeros años del presente siglo, está sostenida, en nuestra ciudad, en el turismo y la construcción. Presenciamos cómo la política en materia de urbanismo en esta ciudad está enteramente orientada hacia la acumulación de capital, hacia los intereses de quienes forman parte de esa gobernanza restringida y selectiva, además de la administración pública y determinados actores económicos. Las alegaciones y solicitudes que hemos hecho han sido sistemáticamente ignoradas o rechazadas con argumentos que se desvanecen, como las mentiras que se dicen para salir del paso. El modelo de urbanismo en función del que se perfila la ciudad que tenemos es inseparable del modelo administrativo local en función del cual se toman las decisiones. Además de los perjuicios que implica sobre la calidad de vida, esta intervención sobre este espacio del barrio es síntoma del déficit democrático que padece nuestra ciudad.
Unidos por la desafección hacia esta forma de actuar que llevamos padeciendo durante años en nuestros barrios, un grupo de vecinas y vecinos de distintas edades y trayectorias empezamos a imaginar el espacio de La Algodonera: desarrollo de ciclos formativos para jóvenes en situación de exclusión, convenios de investigación con universidades, energías renovables, colaboración con artistas y jóvenes emprendedores, espacios para la creación artística y, en definitiva, para la germinación de las ganas y los saberes de la gente del barrio, mucha de ella joven, con cualificación o sin ella, que encuentra pocas o ninguna alternativa lúdica y profesional que no sea lo de siempre: la hostelería y la construcción; el bar y el parque. Nos juntamos con la ilusión de revitalizar el barrio, sin la pretensión de hacer proyectos faraónicos, sino, simplemente, hacer algo distinto a lo actual, que no es poco.