La pared (editada por Volcano el año pasado), escrita por Marlen Haushofer, es una novela rebosante de temas e ideas tremendamente actuales, pese a haber sido escrita en el 63. La protagonista, aislada en los Alpes del resto del mundo por una misteriosa pared transparente, se ve en la necesidad de sobrevivir junto a algunos animales, su única compañía, a través de un proceso tanto de resistencia como de adaptación. Llegando incluso a fundirse con el entorno: «es como si el bosque echara raíces en mí y utilizara mi cerebro para sus pensamientos ancestrales». Todo nos lo cuenta mediante la escritura de un informe donde da cuenta de la imperiosa necesidad que tenemos de narrarnos, de comunicar-nos, para conservar nuestra identidad y nuestra cordura.
Con esta premisa la autora construye un relato de emancipación frente a las opresiones y obligaciones que nos impone el patriarcado, el capitalismo y el modo de vida de la ciudad. Leer La pared es leer sobre los cuidados como sostén de la vida, pero también sobre la carga mental y la angustia que conllevan. Y es también mirar la naturaleza desde un ángulo menos antropocéntrico, reconociendo que nuestro lugar en ella como seres humanos está supeditado a sus fuerzas y ciclos. Al aceptar esto, la protagonista acaba interactuando de forma orgánica con el territorio.
A esta novela distópica le encajan tantos adjetivos, que acaba siendo inclasificable. Para nosotras, que además la leímos en el confinamiento —imposible no hacer comparaciones entre lo que estaba ocurriendo y lo que le pasaba a la protagonista— es la novela: por su estructura narrativa; por sus descripciones sobre la naturaleza y el paso del tiempo; por sus entrañables personajes humanos y animales; por sus múltiples interpretaciones y su increíble actualidad; porque toca todos los temas que nos interesan: feminismo, ecologismo, decrecimiento, espiritualidad, salud mental…; y porque nos hizo llorar a moco tendido y disfrutar como terneritas salvajes.