El desalojo del Espacio Vecinal de Arganzuela (EVA) en Madrid pone en evidencia una dualidad muy sencilla: la política de tierra quemada del Ayuntamiento de Almeida frente a los centros sociales, las asociaciones vecinales y cualquier atisbo de espacio o estructura de organización fuera del marco de la ciudad-mercado. Esta dualidad polarizante derecha política/comunes urbanos podría parecer obvia, pero no ha sido así siempre en la ciudad de Madrid; hemos visto a Gallardón y a Manzano ceder espacio a asociaciones vecinales e incluso a centros sociales okupados.
El verdadero cambio en las inercias de relación entre lo comunitario y lo municipal tuvo lugar en Madrid durante el mandato de Manuela Carmena, que se empeñó junto con las diversas facciones de la izquierda que la acompañaron en la locura de gobernar la ciudad renegando de su programa político y de las bases que impulsaron la candidatura, en las que los diferentes tejidos comunitarios se volcaron en gran medida. Las timoratas cesiones de la pasada legislatura y la negación de un estatuto propio para los centros sociales son una explicación fundamental de la historia reciente de estos espacios. Para colmo de desinformación, se suele nombrar a estos espacios «los espacios de Carmena». Curioso, fueron y son de los pocos lugares desde los que se ha hecho oposición al urbanismo neoliberal de los ayuntamientos de Madrid de ayer, de hoy y de siempre.
Así pues, la explicación política del ciclo de desalojos de espacios cedidos y okupados en Madrid durante el Almeidato se encuentra en la polarización de todo de hoy y en la emergencia fascista en las instituciones, pero no solo. También se encuentra en la instrumentalización y posterior abandono de estas experiencias por parte de eso que se llamó municipalismo en Madrid.
Al desaparecer espacios como EVA o La Ingobernable no desaparecen las comunidades que los impulsan, sostienen y cuidan. Sigue latiendo en los barrios la necesidad de espacios para la vida que les niega el urbanismo «democrático» de la ciudad europea contemporánea, que privatiza cada vez más servicios públicos y que preserva el vacío urbano como bien escaso para futuros momentos de emergencia especulativa. Vivir y sobrevivir en la ciudad es cada vez más difícil y más precario para muchas personas. Vemos en estos meses que el capitalismo despliega sus estrategias pandémicas y que derechos como el alimento, el aire, el agua, la comida y el techo están cada vez más cuestionados, aun considerándolos formalmente fundamentales. El derecho a la ciudad y al territorio cobran un sentido especial en los tiempos que corren, el deseo de juntarse se torna en necesidad de organizarse de formas diversas en los territorios urbanos y, sin duda, buscará formas de expresión en los repertorios y en la imaginación radical posible ante las múltiples realidades urbanas de una ciudad que se permite cortar el suministro eléctrico en la Cañada Real en los meses más fríos que ha conocido nadie por aquí, que especula con el suelo público allá donde hay posibilidad, que desahucia y que golpea sin cesar a cada forma de denuncia o de lucha.
La característica desigualdad socioeconómica entre los barrios de Madrid se acrecienta, al tiempo que las luchas urbanas y la organización popular busca formas de reinventarse y de afrontar nuevos retos. Multiplicidad de repertorios de acción y de posibilidad de análisis, pero también intentos metropolitanos de estructuras de apoyo mutuo y enunciación colectiva. Así muchos espacios (okupas, alquilados, cedidos, incluso otros) mantienen conversaciones en la actual REMA (Red de Espacios Madrileños Autogestionados) con el deseo de reencender la mecha y la práctica cotidiana del entendimiento y el respeto a prácticas no alineadas. Federaciones de deseos y necesidades, apoyo en convocatorias de cada espacio y entendimiento entre prácticas y retóricas diversas son los mimbres de una resistencia popular en tiempos difíciles, también en lo que al territorio se refiere.
Volviendo a EVA, ha sido un espacio intensamente usado, muy disfrutado, que ha servido de cobijo a innumerables acciones y eventos de todo tipo, muy conectados con la realidad del barrio y del distrito que les rodea, pero también con prácticas metropolitanas que lo han convertido en un referente para gente de toda la ciudad. Esta intensidad afectiva se hizo bien visible en la manifestación que precedió a su desalojo; masiva, alegre y diversa. No en vano el proceso es más antiguo que el espacio y que el carmenismo. Surge con el desalojo de La Traba, un CSO (Centro Social Okupado) de larga trayectoria que contaba con un descomunal espacio en Arganzuela. La conversación abierta entre personas vinculadas a La Traba, a organizaciones vecinales, sociales, culturales, etc., es la chispa constituyente del proceso que reclamaba, y reclama, la totalidad del mercado de frutas y verduras de Legazpi. El mercado queda ahora, de nuevo, totalmente abandonado y destruido por la piqueta municipal que demolió todos sus cerramientos al tiempo que lo considera, ironías de la nueva vieja política, patrimonio.
La posibilidad de desarrollo de centros sociales autogestionados en Madrid está muy limitada a día de hoy. Sigue la incógnita de si surgirá un nuevo ciclo de okupaciones y si perdurarán. También de si aparecerán nuevos repertorios de acción. Ha habido otros periodos de dificultades en las últimas décadas, periodos de desalojos encadenados y decaimiento de las prácticas. La ciudad no es ni será la misma, algunas cosas serán diferentes, más difíciles; otras parecen nunca cambiar.
Se respira solidaridad entre espacios en esta época extraña de desalojos y pandemia; puede que la acogida a la gira zapatista de 2021, las redes de solidaridad ante la pobreza y la precariedad, o simplemente la emergencia de la primavera sirvan para tejer redes y apoyo mutuo. Puede que saque del centro de los imaginarios al infierno faccional de la política parlamentaria y deje espacio para la imaginación y para una nueva materialidad. El reconocimiento de la diversidad en este ámbito, entre los centros, es importante y viene de una década de aproximaciones, planteamientos en común. La fragilidad que nos atraviesa no es hegemónica, es solamente el camino por andar.
Madrid es un espacio de deseo para personas que venimos de otros territorios. El trabajo es uno de los motivos, pero no el único. El carácter de ciudad abierta y de acogida es real para muchas personas. Ese carácter necesita territorio y en ese equilibrio podremos medir la resiliencia de las prácticas y de las comunidades, que tienen mucho por hacer e inventar.