Me pregunto hasta qué punto caminamos sobre nuestro pasado sin ser conscientes de la historia de los lugares que, en el presente, habitamos. ¿Deambulamos sobre cementerios sepultados, valga la redundancia? Quizás sea utópico, incluso puede que no tenga un sentido pragmático, aspirar a conocer todo lo que ocurrió en un rincón cualquiera del mundo, pero definitivamente podemos —debemos— descubrir, conocer y comprender más de lo que hacemos.
Esta premisa es extrapolable tanto a personas, animales, plantas… y, en general, seres vivos; como a objetos, elementos naturales y artificiales, disciplinas teóricas, etc. Aquí buscamos indagar en la historia de los espacios, los escenarios en los que representamos el devenir histórico, o bien, los lugares que capturan recuerdos significativos para la memoria colectiva; aquellos sitios en los que es posible evocar el pasado y aprender algo nuevo sobre quiénes somos.
En el colegio, en el instituto, a veces también en la universidad, nos llevan como estudiantes a lugares «importantes» de nuestro entorno. En mi experiencia, los lugares a visitar han incluido iglesias, museos y edificios de instituciones públicas: como el parque de bomberxs de mi pueblo, la base militar de Rota y el Parlamento de Andalucía. Son emplazamientos, sin duda, interesantes, dado que su función social afecta, en mayor o menor medida, a toda la población. No obstante, también la función social de las panaderías afecta considerablemente a toda la población. Desde una humildad sincera, sigo esperando que alguien me explique de forma convincente el sentido en el que el rey de España es más importante que yo.
Las historias de la «gente corriente» rara vez se han considerado dignas de figurar en los libros de texto y las unidades didácticas. Los lugares en los que el colectivo realiza su vida no se encuentran en las guías turísticas. Me cuestiono la legitimidad de las razones para que la realidad sea la que es y no otra; para que el orden establecido sea el de una pequeña élite sostenida en el lujo y la comodidad por la pobreza y el sacrificio endémicos de la mayoría social, gracias a la conformidad de una clase media que, por un par de privilegios superficiales, ofrece su colaboración.
La historia hegemónica nos habla sobre la relevancia de guerras, revoluciones y líderes. Es un discurso coherente para una jerarquía piramidal basada en la dominación violenta. Pero, quizás, a la gente que estamos abajo nos interese más oír sobre la necesidad de la cotidianeidad, sobre cómo construimos, momento a momento y entre todas las personas, como una cadena infinita, el mundo y la vida. Pienso que, para entender de dónde vengo, me resulta más ilustrativa la historia de una esclava sexual que la de un aristócrata. Pero la historia de la esclavitud sexual arroja sombras perturbadoras sobre la historia de la realeza, y se la acalla con silencios y eufemismos.
Este es uno de los grandes obstáculos a los que se enfrenta el movimiento memorialista cuando intenta recuperar el recuerdo de las víctimas del franquismo. En realidad no se trata de falta de pruebas, sino de que las historias de las muertes de estas personas evidencian el sadismo de un sistema bajo el que (mal)vivimos durante cuarenta años, del que nuestra actual «democracia» es heredera. Son historias incómodas porque nos hacen reflexionar sobre nuestra (falta de) ética social y, lo que es aun más subversivo, nos hacen querer transformar la realidad.
En algunos momentos particulares, en los que la realidad social es —como en el pasado pero de diferente forma— dolorosa y traumática, el recuerdo de la resistencia colectiva se convierte en una prioridad. También es necesario que conozcamos las consecuencias que puede llegar a tener el mantenerse fiel a unos ideales, no para abrazarnos a la cobardía, sino porque, si algunas formas de vivir y pensar resultan tan amenazantes para el autoritarismo como para ser perseguidas sistemáticamente, es probable que esas filosofías sean beneficiosas para las personas de abajo.
En los lugares de la memoria histórica residen los recuerdos de la resistencia colectiva. En estos espacios se exponen las huellas de un pasado significativo para el presente. En el cementerio de San Fernando se encuentra la fosa común, entre otras siete, de Pico Reja. Esta era la tumba colectiva que usaba el cementerio de la capital cuando, el 18 de julio de 1936, se declaró el golpe de Estado fascista. Las autoridades eclesiásticas se apresuraron a poner la fosa común al servicio del ejército franquista que, en apenas tres semanas, había inhumado a más de 1 100 víctimas de los crímenes contra la humanidad del franquismo.
En enero de 2020, comenzó su exhumación, aprobada en 2018 y financiada por la Junta de Andalucía, la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Sevilla. En el Laboratorio Municipal se han recogido muestras de ADN de las personas que buscan a sus familiares desaparecidxs. El plan para la recuperación e identificación de los restos es de cuatro años, pero los informes señalan, después de un año de trabajo, que posiblemente haya más del doble de víctimas enterradas de las que se esperaba (en julio de 2020, la cifra barajada rondaba las 2 600 personas).
Una vez que la exhumación de Pico Reja esté completa: ¿qué será de este lugar de la memoria? ¿Qué queda de un escenario tras su derrumbe? En Sevilla tenemos el caso de un campo de concentración franquista (de los, al menos, 53 que hubo en Andalucía), situado entre lo que hoy conocemos como Los Remedios y Triana (se cree que en la calle Virgen de Fátima). Por el campo de Los Remedios pasaron, entre 1937 y 1939, como mínimo, medio millar de personas prisioneras, cuyos relatos fueron sentenciados, también, al olvido.
Sin embargo, el recuerdo colectivo del campo de Los Remedios persiste. A pesar de que no quede rastro tangible de sus instalaciones, sabemos de su existencia. Y esto se debe a que el espíritu de la resistencia colectiva, que, más de 80 años después, necesitamos evocar, sigue viviendo allí. Por lo tanto, los lugares también cuentan con una esfera simbólica, de modo que, cuando perdamos la esperanza y agotemos nuestras fuerzas, cuando necesitemos el ejemplo de la lucha de nuestrxs antepasadxs, siempre podemos viajar, utilizando la imaginación histórica, a los refugios que nos ofrece la memoria colectiva.