Mi barrio no es el más sevillano ni mucho menos. No hay ninguna gran iglesia cerca en la que los turistas puedan parar a hacer al mismo tiempo fotografías y preguntas estúpidas, por aquí no pasan las grandes hermandades y no está cerca de la Feria ni de lejos. No habitan mi barrio los hombres con patillas gruesas y melenita engominada, aquí no vive ningún futbolista del Betis o del Sevilla, no huele a albero, no se anuncian las tiendas de mi barrio en el ABC de Sevilla, no transita sus aceras rotas el alcalde ni sus acólitos co-gobernantes. Mi barrio no es el más sevillano ni mucho menos. Las estampas tradicionales que venden en el extranjero no se reproducen aquí. La verdad sea dicha, hay muchos migrantes de primera y segunda generación trastocando esa icónica imagen que el mundo tiene de Sevilla, personitas que aún intentan arrejuntarse entre ellos y no perder sus matriales tradiciones. No es que quieran aislarse, todo lo contrario. Son cada vez más sevillanxs, a sus mestizas maneras, poquito a poco. Caminan sin saberlo transgrediendo lo que entendemos por sevillanía, molestando seguro a esos varones blancos con patillas y gomina que pasean su cojín los domingos camino a la Maestranza. Supongo que por eso cuando anuncian Sevilla en Berlín no llevan fotos de mi barrio sevillano a sus berlinesas paradas de metro o supermercados.
Mi barrio no es el más sevillano ni mucho menos pero aquí, cuando se acerca la Semana Santa, huele también a incienso en los cuatro puntos cardinales. Huele, cuando paseas, a azahar y a naranjas reventadas bajo los neumáticos de los coches porque en mi barrio las naranjas del suelo se recogen mucho después que en Los Remedios o Santa Cruz, para goce de los quiroprácticos que hacen su agosto atendiendo las caderas golpeadas de señoras y señores que tienen a bien resbalar con los gajos y las porosas pieles del asunto. Huele a remezcla de comidas latinas y mediterráneas y ahora florecen las torrijas como el ají o los tamales. No falta en las cocinas de mi barrio un almanaque vestido de algún patrón o divina virgen inmaculada porque hasta los ateos se santiguan cuando el paro o los ruidos sospechosos en el avión.
Mi barrio no es el más sevillano ni mucho menos aunque también suenan gritos con cada gol de Canales, que se intercala a veces con otros por los tantos del Alianza Lima o del Deportivo Cali. Se ponen cruces floridas en mayo y se canta por la secesión de cada una de sus santas patrias bolivarianas. Se vive el Domingo de Ramos, los carnavales diversos y las elecciones en Venezuela. Se comen arepas y garbanzos con espinacas, se reza a la Virgen de la Macarena y a Nuestra Señora de Copacabana, se visten túnicas y chullos según la época, se murmura sobre Fernando Simón y Cristina Fernández de Kirchner a partes casi idénticas.
Mi barrio no es el más sevillano ni mucho menos, ni falta que le hace tal cosa a mi barrio. La Semana Santa ya está aquí y, como toca, las vírgenes visten balcones y se adornan con flores las parroquias. Ya vendrán los días de independencia. Ahora en mi barrio le toca a uno hacer como que reza y llenar sus pulmones de pura sevillanía, sea lo que sea eso.