Hay una frase que me inmovilizó delante de mi clase de segundo de carrera en Granada. Un catedrático comentó cuando le dije de dónde venía: «de una puta y un gitano nació el primer murciano». Aunque no sé por qué me daría por aludida si yo soy murciana y no murciano. Tampoco sé por qué me hizo sentir tanta vergüenza cuando a día de hoy admiro tanto la lucha de las trabajadoras sexuales por sus derechos, como la lucha por la dignidad del pueblo gitano. Sin embargo, hay una intencionalidad detrás de juntar esos tres elementos en una frase. Sabiendo que cada una tiene que hablar de sus opresiones para transformarlas en resistencias, yo vengo a hablaros de la murcianofobia.
Ni África es un país, ni la Región de Murcia es «una, grande y libre». La identidad murciana no es única. Va de lo concreto a lo general, comienza a construirse en lo local, luego en lo comarcal, llegando a lo provincial/regional (o biprovincial en el caso de Cartagena). Esta, además, suele estar compartida con la española, la europea o la terráquea. Las comarcas se van dibujando y desdibujando al antojo del cartógrafo o cartógrafa del momento o también puede depender de maquiavélicos poderes políticos. No quisiera enseñaros geografía o lo bonica que es la Región de Murcia, sino que quiero visibilizar que la murcianofobia existe y cómo se le da uso. Remarcar que, por muy pequeña que sea la región, tiene un amplio espectro de entramados culturales, algunos influidos por las comunidades colindantes, otros por todas las civilizaciones que históricamente pasaron por allí o simplemente los procesos de desarrollo cultural endémico. Con esto quiero decir que cuando pretenden imitar el acento murciano es solo el de la Huerta, de la que solo he probado un paparajote en mi vida porque en mi zona somos más de crespillos y torta de pimiento molío; o que aparte de las jotas murcianicas también nació en las minas de esta tierra un cante flamenco. Cuando se tira de estereotipos siempre se suele caer en tomar la parte por el todo.
Esa constante de imitar los acentos, junto a la típica respuesta de «¡ah, murcianica!» en tono jocoso cada vez que digo que soy de un pueblo de la Región de Murcia, me lleva a esa idea de que nuestra identidad se ha ido desfigurando sobre el uso del humor. Dicen que la región levantina es el nuevo Lepe. Pero como puntualiza el humorista murciano Roper, la diferencia de Lepe y Murcia es que si se sustituye «uno de Lepe» por cualquier pueblo del sur global o con el que haya rivalidad, como se hace en otras partes, el chiste se queda igual. Mientras, el humor hacia Murcia tiene que ver con tópicos o supuestos caracteres de la Región, de ahí el uso despótico del mismo. Este tipo de chistes responde a la teoría de la superioridad del humor para establecer una supremacía contra alguien riéndose del otro. Aquí se ve una clara manera de opresión con la que se llega a la murcianofobia. Este tipo de ideas desfiguran la identidad y ha hecho que muchas de nosotras nos hayamos avergonzado de nuestros orígenes, de dónde venimos, y que hayamos reproducido esa murcianofobia. Pero, como dice Andrea Liba en Pikara, «la garganta empieza a escocerme de tragar tanta murcianofobia (propia y externa)». Sin embargo, cuando hago un chiste o broma de mi región es para liberar ciertas tensiones o frustraciones, apelando a la teoría del alivio de Freud. Yo y el resto de sus habitantes sabemos, como dice Andea Liba, que «Murcia no cabe en un chiste», pero el mensaje que se da cuando la persona de fuera hace una broma de Murcia es precisamente ese. Pretenden hacernos creer que somos como quieren vernos: catetxs, ridículxs, sin nada que aportar y, sobre todo, fachas.
La murcianofobia y a la andaluzofobia tiene varias cosas en común sin duda alguna, el acento es un eje central ya que, como Mar Gallego dice: «A la gente no le suele gustar los acentos de los pueblos pobres». Esos estigmas que vienen desde el norte hacia el sur sobre el catetismo, la manera de hablar o la pobreza. Sin embargo, yo identifico dos rasgos diferenciadores: el primero es esa idea de «¿para qué vas a Murcia si allí no hay nada?». Todo el mundo que dice eso casualmente no ha estado nunca allí. Quien sí ha estado suele «sorprenderse» por lo que le han gustado sus costas, montañas, rincones y la hospitalidad de sus gentes. En segundo lugar, la idea que se ha extendido sobre el estereotipo murciano que a mí más me está molestando últimamente es que «en Murcia solo hay fachas». Al decir esto, se invisibilizan todas las resistencias que hemos tenido y que, casualmente, suelen pasar bastante desapercibidas por los propios medios de comunicación que les gusta reírse de la región. Decir que en Murcia solo hay fachas es olvidar que fuimos de los últimos bastiones de resistencia al fascismo durante la Guerra Civil; es olvidar el movimiento ecologista que lleva luchando 40 años en Marina de Cope y en el Mar Menor; son los 309 días consecutivos que se reunía el barrio de Santiago ante las vías por el soterramiento del AVE; son los obreros de Bazán que casi echan a arder la asamblea regional en el 92, y las fuertes movilizaciones del 15M. Decir que en Murcia solo hay fachas es aplastar a las compañeras feministas de la región que están luchando allí día a día, llenando las calles y plazas ya sea para el 8M, el 25N o hacer «un violador en tu camino»; es la ropa feminista y queer de Las Culpass o las canciones de la murga de Las Esturreas. Decir que en Murcia solo hay fachas es escupirle a la cara tanto a ellas como al movimiento LGTBIQ+ igual que lo hace el Gobierno autonómico (este si es facha) con el pin parental. La Región de Murcia también es Ana Jiménez con casi 80 años encarándole a la policía, Cassandra Vera sentada ante un tribunal por un chiste de Carrero Blanco o Noelia Cortés luchando contra la gitanofobia.
Por último, llevo varios años tragando en Andalucía comentarios murcianofobos. Esto podría ser de esperar por parte del norte, del centro, pero no podemos dejar de un lado los cuidados al sur. Desde la Región de Murcia he escuchado mucho respeto y admiración por nuestra comunidad hermana, abrazándola como nos abrazaba Blas Infante. También me resulta curioso que tanto medios de comunicación como personas de izquierdas son a quienes más veo hacer este tipo de bromas y comentarios jocosos. ¿Qué está pasando? Ahora, más que nunca, tenemos que solidarizarnos, unirnos y cuidarnos. Ahora, más que nunca, tenemos que reconocernos, reconocer cuando oprimimos para poder resistir entre todxs.