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Aquí nadie se queda atrás – EL TOPO
nº40 | construyendo posibles

Aquí nadie se queda atrás

Redes de apoyo vecinales en tiempos de pandemia

—Hola. Uno de los comercios que se apuntó para ayudar pregunta si se necesitan más alimentos y productos de limpieza.

—Por supuesto, ¿de qué zona es?

—Los Príncipes

—Estamos trabajando con tres familias allí, nos hemos dividido por barrios dentro de nuestra zona, te meto en el grupo.

—¡¡Gracias!!

Los mensajes salpicados de emoticonos se suceden con rapidez en el chat de mensajería de uno de los grupos de barrio en los que se organiza Ramuca, la agrupación de Redes de Apoyo Mutuo surgidas en Sevilla a raíz de la crisis del coronavirus.

Conversaciones similares se repiten en redes que se han multiplicado como esporas vecinales por todo el Estado. Muchas de ellas nacen de colectivos ya existentes, otras surgen con el decreto del estado de alarma, pero a día de hoy todas las comunidades del Estado cuentan con numerosos grupos en los que vecinos y vecinas se autoorganizan para intentar echar una mano a aquellas personas que se encuentran en situaciones más vulnerables.

Una de las primeras experiencias visibles fue «Frena la curva». Una iniciativa estatal que nace impulsada por el gobierno de Aragón y que, aunque rápidamente se convierte en plataforma ciudadana, sigue teniendo un cierto tono institucional. Aun así, es una herramienta útil que sistematiza gran parte de las experiencias de todo el Estado a través de un mapa en el que se pueden localizar redes en cualquier calle de cualquier municipio. El mapa divide los puntos en cuatro categorías: peticiones, ofrecimientos, necesidad con intermediación y necesidad sociosanitaria. La información se va actualizando y alcanza casi los 10 000 puntos registrados. La plataforma se ha ido complejizando y ofrece ya aplicaciones para móviles, asesoramiento en la propia web y planea un festival de innovación social con el que se busca mantener el impacto a largo plazo de las iniciativas que han surgido a partir de la pandemia. ¿Demasiado institucional? Quizás sí, pero apunta a uno de los grandes dilemas al que se enfrentan estas iniciativas autogestionadas: ¿cómo sobrevivir una vez que la situación excepcional pase?

El número de redes de apoyo que han comenzado a funcionar en el Estado es tan alto que es difícil hacer un repaso exhaustivo de todas ellas. De hecho, habrá grupos de vecinas improvisados que no se hayan incluido en ninguna red o que incluso desconozcan la existencia de estructuras de coordinación. Ateniéndonos a aquellos grupos que han sido incluidos en redes de apoyo mutuo, hacemos, a continuación, un pequeño repaso de las iniciativas andaluzas. Encontramos iniciativas de apoyo vecinal en todas las provincias y aquí incluimos las que hemos rastreado:

Huelva. El Brote. Moguer y PAH Huelva

Córdoba. Red de Apoyo Mutuo de Córdoba capital. STOP Desahucios 15M Córdoba

Jaén. Apoyo Mutuo CGT de Jaén. Plataforma Solidaria Jaén-Covid-19. PAH Jaén

Málaga. Asamblea popular de Málaga. Sindicato de inquilinas. PAH Málaga

Cádiz. Apoyo Mutuo San Roque

Granada. Sindicato de Inquilinas de Granada y STOP Desahucios Granada.

Almería. Red de apoyo mutuo La Resistencia. PAH Almería

Sevilla. Ramuca. Red de Apoyo Mutuo de Écija. Red de Apoyo Mutuo de Mairena del Aljarafe, PAH Sevilla y PAH Sevilla Este-Amate

A pesar de la imposibilidad de movimiento entre provincias, cabe destacar la iniciativa puesta en marcha por el colectivo de ayuda a personas sin hogar, La Carpa de Sevilla, que junto a Ramuca y un grupo de taxistas voluntarias, pusieron en marcha el envío de suministros a las inmigrantes asentadas en Lepe para la recogida de la fresa. Un grupo de 500 personas que sobreviven en chabolas sin condiciones mínimas, sin agua y sin luz, y a las que las instituciones dan la espalda.

El funcionamiento de todas ellas es similar, pero poniendo el foco en lo local que es lo que mejor conocemos, vamos a centrarnos en Ramuca. Una red que surge en una zona muy concreta de Sevilla, centro-norte y Macarena pero que rápidamente se expandió y ya está presente en más de una veintena de barrios de la ciudad.

Entre estas iniciativas es destacable la unidad mínima de la que se parte para actuar: el barrio. Importa, no solo porque supone el territorio físico que podemos abarcar con las restricciones de movilidad, sino también porque es el territorio afectivo en el que disponemos de redes que hacen posible esta forma de ayuda. Sin grandes infraestructuras, la confianza, el boca a boca y ponerle rostro a las personas con las que cooperas son herramientas esenciales para conseguir apoyar durante la crisis a la gente que lo necesita. Así, Ramuca se ha dividido en 25 grupos territoriales para abarcar el entorno más inmediato. La autoorganización vecinal suple a menudo las carencias de un sistema público mermado por los recortes neoliberales que se vieron, además, agravados tras la pasada crisis de 2008, pero está cubriendo también otras necesidades que muchos de los recursos públicos ni siquiera prevén.

La relación con los servicios sociales municipales es fundamental y, aunque no se trata de sustituir su trabajo, se comparte un terreno en el que, a veces, es esencial dar una respuesta rápida. Uno de los protocolos de Ramuca a la hora de atender las peticiones de ayuda es derivar a la gente que cumpla los requisitos a los servicios sociales, en muchos casos, lo que se necesita es un acompañamiento por los vericuetos burocráticos para ver qué ayudas se pueden pedir y cómo solicitarlas. Sin embargo, en otras ocasiones, se hace llegar una primera ayuda de emergencia para los casos muy extremos; para aquellas personas a las que los 7 o 10 días que tarda de media un bono de alimentos se les hacen eternos con la nevera completamente vacía.

Además de proporcionar alimentos y productos de limpieza de emergencia, las redes de apoyo reciben muchísimas peticiones de información, sobre todo, del ámbito de lo laboral. Ante medidas que se anuncian todas las semanas, muchas personas no consiguen mantenerse al tanto ni encontrar la información concreta que desarrolla las medidas anunciadas en los telediarios con titulares grandilocuentes que, a menudo, simplifican o, directamente, maquillan la realidad. Cuando por fin se accede a la información, no siempre es comprensible. Los reales decretos no se caracterizan por estar redactados con el método de lectura fácil. «¿Tengo que hacer algo para cobrar si me hacen un ERTE?», «limpio casas a domicilio sin contrato: ¿cómo justifico que voy a trabajar?», «¿puedo pedir la ayuda del alquiler?». También han surgido necesidades como: el apoyo a los menores con las tareas escolares, recados y paseos de mascotas o, simplemente, un poco de charla y acompañamiento. Sin embargo, a medida que han pasado las semanas de confinamiento, cada vez más familias se han visto obligadas a sobrevivir sin ningún ingreso, por lo que las llamadas de emergencia solicitando alimentos aumentaron hasta alcanzar el 43% del apoyo prestado, según indica Ramuca.

A pesar de los lugares comunes que repiten que frente a la enfermedad todos somos iguales, esta aseveración tienen poco de real. El virus sí entiende de clases sociales. Y de género. Según los informes publicados por Ramuca, la mayoría de solicitantes de ayuda son mujeres, alcanzando un 82,8% de las solicitantes. Este fenómeno también se observó en otros movimientos de autoorganización como las Corralas, surgidas del movimiento por la vivienda en la estela del 15M y la ocupación de las plazas en 2012. La mayoría de personas que acudían a los puntos de información y se integran en grupos para okupar una vivienda eran mujeres. Aunque, evidentemente, este sesgo de género tiene una respuesta multifactorial, había un hecho que las propias mujeres de las Corralas explicaban y es que, para los hombres, asumir el desahucio y quedarse sin vivienda suponía un fracaso en su papel de proveedor de la familia, así que esta humillación que suponía no poder cumplir con el rol asignado se sobrellevaba en la intimidad. Las mujeres, sin embargo, se veían más interpeladas por la necesidad de «sacar la familia adelante» y, a pesar de la vergüenza inicial de pedir ayuda, primaba la necesidad del bienestar de la familia. Dentro del modelo neoliberal que asume la pobreza como un fracaso individual, los hombres son los que viven más la solicitud de ayuda como un fallo personal, mientras que las mujeres son más proclives a sobreponerse a la vergüenza inicial. Parece que este mismo patrón se repite en esta crisis y, de nuevo, son las mujeres las que solicitan ayuda y ponen la cara (y el cuerpo) para sacar a la familia1 adelante.

La brecha digital también marca las diferencias. En primer lugar, a la hora de configurar las propias redes y comenzar su difusión. Muchos de estos proyectos comienzan su andadura organizándose a través de redes sociales (grupos de Facebook, difusión por Twitter e Instagram), webs y listas de correo. A través de estos medios comienzan a ponerse en contacto la gente que se ofrece para echar una mano. Sin embargo, para alcanzar a las personas destinatarias de esa ayuda hace falta a menudo dar un salto analógico: carteles en las calles, folletos en los comercios y el eterno boca a boca entre las vecinas. Por otro lado, uno de los servicios más demandados es el apoyo con los deberes para familias que se ven descolgadas de las clases por internet a las que se han visto abocadas estudiantes y profesoras. Hogares sin conexión a la red, sin ordenadores, y chavales incapaces de seguir las explicaciones en línea o mandar y mantenerse al día con las tareas. La educación vía internet ha puesto de relieve la precariedad en la que viven cotidianamente muchos alumnos y nos empuja a reflexionar si el sistema educativo actual es, por sí mismo, un nivelador social.

Como en muchas otras experiencias que se lanzan desde el activismo y en las que se trabaja conjuntamente con gente diversa, de diferentes contextos y clases sociales, surge el problema de cómo trabajar la autogestión y construir relaciones horizontales de apoyo mutuo que consigan no caer en el asistencialismo. Por un lado, ¿cómo mantener relaciones horizontales cuando, a veces, se parte de posiciones muy desiguales? ¿Cómo evitar que personas que provienen de realidades muy diferentes compartan un proceso sin reproducir los roles que socialmente se asignan? En este caso, es fácil que el proveedor de la ayuda adopte el papel de «técnico» mientras que el que la demanda se coloque en el papel de usuario de un servicio.

Más cuando una constante en la puesta en marcha de estas redes ha sido que el número de personas que ofrecen su ayuda es mucho mayor que el de quienes la demandan. Y la mayoría de proveedores son a su vez activistas con un papel importante en la construcción de la propia red. Un ejemplo ilustrativo de esto es que las redes son mucho más tupidas en los barrios en los que viven más personas vinculadas al activismo de la ciudad, mientras que en zonas más alejadas de ese entorno político apenas hay nodos. Habrá redes, pero probablemente mucho más desestructuradas y analógicas. Esto pone de manifiesto cierto riesgo de endogamia que siempre acecha al activismo político.

El reto de conseguir que estas redes se conviertan en estructuras duraderas (con las mutaciones que sean necesarias para conformarse como algo estable) debe partir de una reflexión crítica: con esta crisis y a partir del excelente trabajo de Ramuca, por ejemplo, estamos conociendo la situación de vulnerabilidad de muchxs vecinxs. ¿Esa vulnerabilidad no existía antes? ¿Dónde estaban esxs vecinxs?, ¿no los conocíamos? Desde los movimientos sociales luchamos constantemente por romper la dinámica que nos lleva a saltar de emergencia social en emergencia social, cambiando de una causa a otra según los vaivenes de una agenda que no marcamos nosotras. El reto, el cómo hacer aterrizar este trabajo en organizaciones estables arraigadas en lo cotidiano, es la piedra filosofal a la que aspira cualquier colectivo. Quizás en esta ocasión demos un paso más que nos acerque a este objetivo.

1 Entendiendo por familia un concepto amplio que no solo abarca parejas con hijes e incluye convivencias de amigas, monomarentales…

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