La noche antes de escribir este artículo soñé con mi abuela Ana. Me desperté con la sensación de haber estado con ella, de que me contaba algo, aunque en el sueño no apareció su cuerpo, no vi sus ojos ni su pelo blanco.
Mi abuela nació en el campo, creció en el campo, dio a luz en el campo. Vivió trabajando sin parar junto a mi abuelo, cuidando de los animales como si fueran parte de la familia, recolectando los frutos de la temporada, amasando pan y haciendo picón para las noches frías de invierno. Pero para mi abuela esas tareas nunca contaron como trabajo, era lo que había que hacer, y madrugaba tanto que a veces casi ni dormía. La figura de la mujer, como trabajadora y parte de la economía en los entornos rurales, se parece a esa sensación que tuve en el sueño: no aparecen, no existen, están invisibilizadas.
Conozco algunas familias que hoy en día siguen viviendo, con muchas dificultades, del campo. Por ejemplo, en la casa de un amigo pastor, su mujer es la que ayuda, colabora o acompaña, aunque su trabajo sea indispensable. La mujer del pastor no tiene descanso ni presta atención al día del almanaque. Las tareas se dilatan, desde que sale el sol y entra al corral a por huevos, hasta que cae la noche y descansa, mientras remienda alguna prenda rota por la faena, arropada por la mesa camilla, con el sonido de la tele de fondo y pensando lo que preparará al día siguiente para el almuerzo.
Esta preocupación es abordada por María Sánchez en Tierra de mujeres, un libro en el que a través de las historias de su tatarabuela, su abuela y su madre, visibiliza y cuestiona esta problemática
Todo lo que llegaba a casa, lo importante, las alegrías y las proezas, las buenas noticias, siempre venían de la misma voz. Nos contaron que solo trabajaba el hombre, que era él el que merecía descansar al llegar a casa. Silenciamos y pusimos a la sombra a aquellas que hacían las tareas domésticas, que se arremangaban las mangas y las faldas en nuestros pueblos, que ayudaban en las parideras, que trabajaban el huerto, cuidaban las gallinas, recogían aceitunas. (…) Teníamos como normal que nuestras madres y nuestras abuelas se encargaran de todo y pudieran con todo: la casa, los cuidados, los hijos, el campo, los animales. Les quitamos sus historias y no nos inmutamos.
Las mujeres siguen trabajando el campo sin cotizar, sin ser propietarias de las tierras, sin ser partícipes de la toma de decisiones, sin tener derechos ni ser valoradas. El pasado febrero se organizaron tractoradas de protesta en las provincias andaluzas más vinculadas con la agricultura y la ganadería. Se cortaron carreteras como demanda de mejoras en el sector agrario relacionadas con la producción, la economía, la política y la energía. Los representantes de las uniones y asociaciones de trabajadorxs del campo son hombres. Ellos deciden qué es lo importante, son quienes toman decisiones y establecen las dinámicas de trabajo, mientras las mujeres del campo siguen cuidando sin descanso y sin ser tenidas en cuenta.