Es triste que el lema de la pasada COP25 fuera: «Es tiempo de actuar» y, sin embargo, durante las dos semanas se hayan estado eludiendo responsabilidades, dilatando discusiones y frenando avances. Los compromisos actuales presentados por los países no solo son insuficientes para mantener el aumento global de temperaturas por debajo del 1,5 ºC recomendado por la comunidad científica internacional, sino que además carecen de mecanismos de seguimiento e implementación que aseguren que sean vinculantes. Así pues, la farsa sigue, ignorando por completo las voces del Sur Global que más están sufriendo las consecuencias nefastas de la crisis climática, pese a ser las que menos responsabilidad tienen en esta situación.
Afortunadamente, la COP25 no ha sido solo fracasos y pérdidas gracias al trabajo de las organizaciones y colectivos sociales encuadrados en 2020: Rebelión por el Clima, Alianza por el Clima, Alianza por la Emergencia Climática y la Minga Indígena, quienes organizaron la Cumbre Social por el Clima. Esta Cumbre, la cual se llevó a cabo en paralelo a la Cumbre de los Pueblos y la Cumbre Social por la Acción Climática en Chile, se dio en la Universidad Complutense de Madrid desde el día 7 hasta el 13 de diciembre, viéndose inaugurada con la gran Marcha por el Clima del 6 de diciembre, que reunió a medio millón de personas en las calles de Madrid.
Esta Cumbre Social surge con el objetivo de crear un espacio donde estas voces de los pueblos originarios del sur global puedan ser las verdaderas protagonistas, y donde sí se permita una participación de la sociedad civil real, que pueda expresarse y tejer redes con las distintas organizaciones y colectivos. Asimismo, es un espacio de contestación social y de denuncia por parte de la ciudadanía, donde se han llevado a cabo charlas, asambleas, espacios de artivismo, de ciberactivismo, de encuentro, de recogimiento, de divertimento, de descanso… En la Cumbre se ha denunciado a través de la Minga Indígena el papel explotador de las regiones enriquecidas del mundo y su protagonismo en la generación de «zonas de sacrificio» en países empobrecidos a través del extractivismo energético, material y cultural, que destruye comunidades y bienes comunes.
¿Y qué es este extractivismo del que hablamos? Una de las mujeres del pueblo Mapuche de Chile nos dijo lo siguiente: «a mi no me gustaría que alguien metiera una mano en mis entrañas, me sacara los órganos y los pusiera en otro cuerpo». Con tanta sencillez se explicaba el fenómeno neocolonial del extractivismo y de la destrucción de la Madre Tierra, nuestro planeta. Planeta y naturaleza que los pueblos originarios llevan defendiendo como guardianes desde hace más de 500 años, así como advirtiéndonos de que este sistema no funciona. Las multinacionales del Norte Global toman los recursos, minerales, combustibles fósiles de los países del Sur Global para beneficio propio, y las mismas prácticas que la presión social trata de prohibir y condenar aquí (como el fracking), se fomentan allí para poder importar ese gas, sin que importe el terrible impacto socioambiental que sufren esos territorios en nombre del venerado «Estado del bienestar». En el Norte Global necesitamos un cambio de valores para poner al fin la vida en el centro y poder entendernos como parte de la naturaleza que debemos proteger. Es por ello que debemos seguir escuchando a los pueblos originarios, condenando el fenómeno extractivista y reivindicando justicia climática.
El otro gran aliado del capitalismo extractivista, aparte del neocolonialismo, es el patriarcado. Durante la Cumbre Social distintas voces ecofeministas destacaron la relación entre desigualdad de género y explotación del planeta. Vivimos en un sistema que les quita el valor a los trabajos de cuidados de la tierra y de los seres vivos, habitualmente realizados por mujeres, mientras pone en un pedestal justo aquellas actividades que fomentan la destrucción, la injusticia y la muerte: la especulación, la extracción de recursos e incluso la guerra. La economía feminista propone revertir esta jerarquía de tareas de tal manera que los quehaceres humanos favorezcan el sustento de la vida por encima de la acumulación de beneficios económicos. Como el capitalismo, con su ideal del crecimiento ilimitado, ya ha provocado un colapso ecológico, esta forma de repensar la economía generó mucho interés en la cumbre social.
Las ecofeministas también resaltaron la interdependencia de los seres vivos entre ellos. Aunque la cultura occidental quiera idealizar la autonomía del individuo, la realidad es otra: ni podemos vivir sin los cuidados y el afecto de otras personas, ni es posible prescindir de los alimentos, el oxígeno y el hábitat que nos proporciona la naturaleza. La prueba son los territorios que ya están sufriendo las consecuencias de la emergencia climática: ante sequías, inundaciones, incendios y contaminación, a las personas que habitan estas zonas solo les queda elegir entre convertirse en refugiadas climáticas, idear formas de adaptarse a las nuevas circunstancias con toda su dureza o rebelarse contra las entidades responsables en una lucha que con frecuencia significa jugarse la vida. Una vez más, suelen ser las mujeres quienes se encuentran en primera línea, ya sea como campesinas resilientes o como defensoras de las selvas y las comunidades que las habitan.
Pero no podemos hablar de relaciones de género sin cuestionar el binarismo. En este sentido, da esperanza la creación de la plataforma Queers por el Clima que se dio a conocer en la misma semana de la cumbre social. Su objetivo es señalar a la LGTBIQfobia y las violencias que resultan de ella como una de las bases del capitalismo y promover una deconstrucción del binarismo de género tanto dentro como fuera del movimiento por la justicia climática.
Reivindicar la justicia climática va más allá de salvar el planeta: también trata de alcanzar una convivencia libre y digna entre todas las personas como iguales. Por lo tanto, es imprescindible hacer frente al cisheteropatriarcado, al racismo, al colonialismo, a la xenofobia, al capacitismo, al especismo, y a todas las opresiones que mantienen al sistema. La Cumbre Social por el Clima dio lugar a una multitud de encuentros entre personas provenientes de todas esas luchas en todos los continentes. Al compartir nuestras historias, una vez más nos dimos cuenta de que queda mucho por hacer, pero también del gran valor de los conocimientos y la fuerza que nos aportamos entre nosotres.