El 7 de febrero de 2019, Alexandria Ocasio-Cortez y otros congresistas presentaron una proposición para la adopción del Green New Deal (GND, Nuevo Pacto Verde), emulando y poniendo al día el New Deal de Roosevelt. El texto, catorce páginas, es un plan de choque para que EE UU lidere los esfuerzos mundiales en la lucha contra el cambio climático y al mismo tiempo cree nuevo empleo de más calidad, que mejore las condiciones de vida de tantos trabajadores abandonados y humillados por el sistema productivo norteamericano. Con esta proposición, el sector más progresista del Partido Demócrata pretendía marcar la iniciativa política para de un solo golpe hacer frente a la gran crisis ambiental de nuestro siglo y al mismo tiempo recuperar a esa clase trabajadora desclasada que se ha abonado a las tesis del infantil simplismo trumpista.
Huelga decir que la proposición fue rechazada por la mayoría republicana, que en un alarde de desprecio ni siquiera permitió que fuera debatida.
Para ser un texto tan breve y poco detallado, es increíble la cantidad de análisis que se le ha dedicado. Durante estos meses se han publicado artículos —y algún libro— en los que se alaba o se ataca el GND. La izquierda reformista y el ecologismo más institucionalizado alaban al GND por ser un gran paso en la dirección correcta, mientras critican el pensamiento económico convencional por no comprender la necesidad de algo como el GND. Los grandes poderes económicos y políticos, por su parte, atacan el GND por ser un disparate económico y por su falta de fundamentación técnica, mientras insisten en perseverar en las políticas convencionales en las que el cambio climático es una variable económica más.
Como suele pasar en las riñas, lo que afirman de sí mismos es bastante discutible, mientras que lo que se reprochan suele ser bastante atinado.
El cambio climático es un problema real que necesita ya una respuesta que implica grandes cambios; sin embargo, el GND es muy somero y asume que todo se va a resolver substituyendo simplemente unas fuentes de energía (combustibles fósiles) por otras (renovables), pero efectivamente esa substitución sería muy nociva para la economía, porque las renovables son mucho menos competitivas. Se podría decir que ninguno de los dos bandos tiene la razón: ni se puede esperar más tiempo para actuar, ni el GND es una respuesta adecuada al problema que tenemos.
Hubo otra propuesta, en 2008, que también recibió el nombre de Green New Deal. Una propuesta pergeñada por ambientalistas británicos que hicieron un análisis mucho más certero de la situación; por ello, fueron capaces de hacer propuestas que, aunque insuficientes, están mucho mejor orientadas que las de la presente reedición del GND. No en vano, el documento del GND Group británico es muchísimo más extenso que la banalidad propositiva de Ocasio-Cortez y sus correligionarios. En el GND británico se va mucho más allá de la mera substitución energética, porque se comprende que la crisis en la que estamos inmersos no es una sino trina: ciertamente la crisis ambiental (con el cambio climático como espolón de proa), la crisis financiera (porque nos empuja al crecimiento y por tanto al sobreconsumo y al extractivismo irrefrenable) y la crisis de recursos (cuyo mayor exponente es el peak oil o cenit de extracción de petróleo, que implica que la cantidad de energía disponible va a disminuir cada año). Por tanto, el camino de la transición no es una cosa simple, sino un sendero tortuoso que si perdemos nos puede condenar como civilización.
E incluso así, el GND británico peca de cierto optimismo tecnológico infundado, puesto que no identifica los límites de las renovables. Las renovables son el futuro, pero eso no quiere decir que podamos obtener toda la energía que queramos de ellas, ni que la energía renovable sea válida para todos los usos. Aún se discute académicamente cuál es el límite renovable, pero hay bastante acuerdo en que la energía renovable disponible en el planeta Tierra es mucho más limitada de lo que se pensaba y que su posible aprovechamiento es aún más limitado. Por tanto, nuestro sistema económico tendrá que estacionar en cierto momento, porque los combustibles fósiles van a ir disminuyendo aunque no queramos e incluso si ignoramos el peligro del cambio climático, mientras que la energía renovable tiene un techo del que no puede pasar. La idea de crecimiento tendrá que ser desdeñada, no por inconveniente, sino por imposible.
¿Es bueno que se abra el debate de la transición energética? Sí, pero en realidad no es Ocasio-Cortez quien lo ha abierto: hace años que comenzó. ¿Tenemos que apostar por hacer una gran inversión en lo renovable, como dice el GND americano? Pues no necesariamente; justamente cambios revolucionarios en el modelo productivo y el financiero, que son los más necesarios, tendrían muchísimo más impacto en la disminución de las emisiones de CO2 y en la creación de empleo de calidad. ¿No son, en todo caso, las medidas del GND algo útil? Pues podría ser que no, puesto que al no atacar al verdadero corazón del problema (que el capitalismo es expansivo y tal cosa no puede durar en un planeta finito) el GND puede ser un instrumento más para la depauperación de las clases trabajadoras y el descenso hacia modelos ecofascistas o directamente neofeudales. El ejemplo actual de la demonización del diésel nos muestra el peligro de esa tergiversación de los problemas: se nos dice que el diésel es muy contaminante (es cierto, siempre lo fue, aunque menos con los motores nuevos) y que por tanto hace falta eliminar los coches de diésel (obviando que en España eliminar la mitad de los camiones equivaldría a reducir las emisiones de NOx en cinco veces la de todos los coches, pero de los camiones —verdadero corazón de la globalización— nadie habla). Lo que no se explica es que la producción mundial de gasóleos decae rápidamente desde hace 12 años (el diésel, desde hace 4), debido a que la producción de petróleos de mejor calidad, necesarios para producir diésel, está en retroceso desde 2005. Se oculta la razón real, la escasez de petróleo, y se explica una razón espuria, la contaminación, para conseguir una solución asimétrica que beneficia a unos pocos pero perjudica a la mayoría: al final, solo quien pueda pagarse un coche eléctrico o híbrido tendrá coche. Son ese tipo de soluciones asimétricas las que pueden venderse usando el GND. Por eso, si queremos mantener un mínimo de equidad e incluso de democracia, no debemos aceptar a pies juntillas soluciones simplistas a problemas mucho más complejos de lo que se quiere hacer creer.