La economía social y el cooperativismo tienen, por principios, unos elementos diferenciados claros de la empresa capitalista, sobre todo en sus objetivos (diferente a la maximización del beneficio). Ahora bien, en muchas de estas entidades se reproducen las prácticas de la empresa convencional y se asume y legitima el actual sistema capitalista. Por nuestra parte huimos de esta economía socialadaptativa y legitimadora del capitalismo. Y para buscar elementos que nos sirvan como guía para avanzar en unidades o prácticas productivas transformadoras, debemos mirar los orígenes del cooperativismo andaluz.
No existen demasiados estudios sobre la historia de la economía social y cooperativa andaluza. Por suerte llegó a nuestras manos uno del que vamos a hacer uso para proponer líneas y elementos útiles para ir mejorando nuestros saberes al respecto. Es el primer capítulo de la obra de Carlos Arenas Posadas 30 Años de Economía Social en Andalucía: aproximación a su historia y reflexión sobre sus potencialidades futuras, realizada por encargo de la Fundación Centro de Estudios Andaluces y CEPES-A y, por ahora, no publicada.
La etapa fundacional del movimiento cooperativo andaluz, y el momento de la construcción teórica de su proyecto económico y social, la encontramos en las décadas centrales del siglo XIX. El capitalismo andaluz de la época estaba impregnado de reminiscencias feudales y era sinónimo de privilegio. La alternativa se planteaba entre colectivismo y capitalismo privado; entre empresa colectiva de muchas personas frente a la empresa individual y privilegiada de unas pocas. Además, la irrupción de aquellas primeras manifestaciones de economía social deseaba hacer frente a la privatización de los recursos colectivos y la abolición de algunas de las instituciones preexistentes que servían para amparar a la población. Las primeras mutualidades y cooperativas fueron reacciones defensivas a la primacía de los intercambios mercantiles que dejaban inerme a la inmensa mayoría de la gente.
En esa época en Andalucía se constituyeron decenas de sociedades de socorros mutuos. En Sevilla organizaron mutualidades, entre otros gremios, lxs tejedorxs de seda y de hilo, personal del ferrocarril de Sevilla a Cádiz y de Sevilla a Córdoba y los carboneros de venta ambulante. A partir de mediados de la década de 1860, bajo los efectos de la crisis financiera de 1866 y con la ley de Asociaciones de 30 de noviembre de 1868, tuvo lugar la eclosión del cooperativismo. La mayor parte de las cooperativas creadas eran de consumo. El propósito de todas ellas era comprar en común para protegerse de la subida del precio de los alimentos.
La necesidad de protección alcanzó también al mercado laboral. Ya entonces, la cooperativa industrial, la que cooperativizaba la fuerza de trabajo (hoy llamada de trabajo asociado), constituyó una iniciativa habitual para la creación de empleo. Es el caso de la cooperativa sevillana La Regeneración, formada por «torneros del hierro y no de otro gremio» en 1870, creada con el objeto de «reunir fondos con el fin de amparar y socorrer a los socios parados».
Inicialmente, la ideología que subyacía en todas estas iniciativas sostenía principios en contra del capitalismo. Desde el principio hubo cooperativas que nacieron con voluntad de crear un modelo económico alternativo. Eran proyectos con evidentes cargas políticas protagonizados por una clase social convencida de que podían ponerlos en práctica. El primer cooperativismo estuvo impregnado de los valores y costumbres solidarios que el artesanado había heredado de los gremios, de la práctica y defensa de la autonomía funcional, la democracia industrial, el mutualismo y las prácticas de control de los mercados laborales locales. Por su parte, la dimensión comunitaria era un elemento fundamental y estuvo ligada a la asunción de los postulados teóricos de una economía colectivista y democrática.
Así, en la década de 1870, nacieron en Sevilla cooperativas de producción como la de los artesanos alarifes que se ofrecían al Ayuntamiento para la ejecución de obras públicas, la agrícola y de barbería cuyos treinta socios se comprometían a dar un real cada vez que se afeitaran y constituir un fondo con el que «tomar en renta parcelas de tierra». Pero posiblemente fue en Jerez donde el cooperativismo alcanzara sus mayores logros en aquellas décadas del XIX. La crisis incentivó la necesidad de crear organizaciones cooperativas alentadas incluso por mercaderes socialistas utópicos como Ramón de la Sagra, aunque con la más que probable intención de dotar de mano de obra a las grandes explotaciones agrarias que proyectaban crear tras la crisis mercantil. Desde sus orígenes han existido usos oportunistas de la economía social.
Lejos de cualquier viso de neutralidad, el aglomerado social que participaba del movimiento cooperativo jugó un papel fundamental en los movimientos revolucionarios del momento. Artesanos, profesionales, obreros cualificados y pequeños propietarios fueron la fuerza de choque que protagonizó la gloriosa en 1868, trajo la república en 1873 y protagonizó los movimientos cantonalistas. La participación en los Gobiernos locales era muy activa, detrayendo el poder a los oligarcas.
La victoria de las oligarquías españolas sobre este movimiento provocó la fragmentación de la acción política de las clases populares. En las filas libertarias, el colectivismo fue dando paso a posiciones comunistas o sindicalistas. En sus manos, las cooperativas de producción existentes fueron transformándose en lugares de refugio ante la persecución de la que eran objeto, o en iniciativas puntuales tendentes a suministrar los recursos necesarios para el sostén de huelgas. En las filas marxistas, por su parte, y en contra de la opinión del propio Marx que se mostraba interesado por las cooperativas de producción, los socialistas españoles mostraron un interés preferente por la creación de cooperativas de consumo, entendiendo que las de producción solo podrían servir de estorbo a la irrupción del gran capitalismo.
A partir de finales del siglo XIX, los Gobiernos locales andaluces volvieron a quedar claramente controlados por terratenientes, grandes propietarios y caciques. Es entonces cuando las iniciativas cooperativas dependieron del beneplácito de los oligarcas o del Estado y el cooperativismo debió renunciar a proyectos alternativos, a los principios democráticos y comenzó a mendigar por la vía del clientelismo.
Desde entonces, el grueso de la economía social ha perdido los supuestos intelectuales e ideológicos que habían tenido en los treinta primeros años de su historia. El cooperativismo ha sido víctima de consideraciones asistenciales de tipo religioso, de maniobras políticas oportunistas o, incluso, de estrategias de grandes multinacionales para succionar la riqueza agrícola de Andalucía (con el papel de colaborador necesario de un buen número de cooperativas agrícolas andaluzas).
Y, sin embargo, seguimos y seguiremos impulsando una economía social y un cooperativismo transformador. Una economía social transformadora que sirva de socorro frente al capitalismo y, al mismo tiempo, pase a la ofensiva para mejorar y enriquecer la vida de las personas que habitamos Andalucía.