La periodista Susan Brownmiller, pionera en teorizar sobre la «cultura de la violación», ya nos guiaba la mirada hacia las violencias sexuales desde una perspectiva feminista: entender que el miedo a ser violadas constituye una amenaza sobre la que se articula un mecanismo de control de todas las mujeres es crucial para darle sentido al rompecabezas de la violencia sexual.
No se trata de casos aislados, sino de estructuras de poder generizadas que crean las condiciones para que se den estas expresiones básicas de la dominación patriarcal. La violación, los tocamientos no consentidos o las insistencias ante negativas, responden a una misma lógica de dominio de unos cuerpos sobre otros.
Estas violencias se producen en todos los espacios, pero el espacio público y los contextos festivos y de consumo de sustancias destacan por ser territorios de especial tolerancia, impunidad y permisividad social, e incluso de promoción de estas violencias. Estas graves particularidades llevaron en 2013 a la Fundación Salud y Comunidad a crear un observatorio, Noctámbul@s, que fuera más allá del análisis tradicional de los riesgos de la noche: la violencia sexual era (es) uno de los mayores riesgos para las mujeres cuando salen de fiesta y se estaba invisibilizando y silenciando.
El pasado mes de febrero presentó su cuarto informe anual, que propone radiografiar la noche desde una perspectiva de género, promoviendo la libertad y la autonomía de las mujeres, resistiéndose a la común culpabilización de estas y girando el foco a la responsabilización de los posibles agresores, así como de la ciudadanía en general como agentes clave de identificación y rechazo de estas violencias.
Algunas ideas clave de este informe, realizado a través de un trabajo de campo cuali- y cuantitativo con jóvenes de entre 16 y 35 años, residentes en el Estado español y usuarias/os de ocio nocturno, son:
– Se da una sobredimensión mediática de la sumisión química. Muchas de las violencias se dan en contextos de consumo de alcohol y otras drogas de manera voluntaria por parte de las jóvenes, hecho que juega un papel importante en la culpabilización de estas cuando sufren violencia sexual. Este hecho responde a un imaginario machista que relaciona el consumo de sustancias con la masculinidad y que penaliza a las mujeres que transgreden esta norma social, haciéndolas responsables de las violencias que reciben, precisamente por haber desobedecido este mandato. De este modo, el consumo de sustancia funciona, a nivel social pero también penal, como atenuante a la hora de juzgar la conducta de los agresores pero como agravante cuando dirigimos nuestra mirada a las víctimas / supervivientes de la violencia sexual (el manido «estaba borracho, no sabía lo que hacía» frente al «iba borracha, ella se lo buscó»).
Asimismo, en los relatos mediáticos prevalecen ciertos mitos: la violación como un acto premeditado ajeno a la naturalización de las violencias sexuales; el agresor como un monstruo ajeno a la normalidad de la desigualdad de género, o las sustancias como detonantes de las violencias y no el contexto e ideología sexista de quien las ejerce. El alarmismo que estas narraciones generan contribuye a construir el terror sexual que, lejos de prevenir con gafas violetas, perpetúan el miedo de las mujeres a ocupar los espacios públicos.
– Más allá del no es no: este es uno de los lemas más difundidos para sensibilizar y combatir las violencias sexuales. Sin embargo, esta consigna responsabiliza a las mujeres a manifestar su oposición frente al deseo del otro y las pone en el lugar de receptoras ante el emisor del mensaje, quien toma una vez más la iniciativa. Hay que analizar, además, las limitaciones que dificultan el decir no: los estigmas de «puta», «estrecha» o «calientapollas» que siguen estando vigentes al juzgar la sexualidad de las mujeres, o el miedo a la integridad personal y otras cuestiones relacionadas con la inseguridad. Frente a esto, desde el Observatorio se apuesta por el deseo y el consentimiento afirmativo y entusiasta, que afirma que todo lo que no sea un sí activo y en libertad por ambas partes es violencia sexual.
– Más de la mitad de las mujeres encuestadas ha vivido alguna vez situaciones de violencia normalizada: Un 57% de las jóvenes que contestaron el cuestionario online ha sufrido al menos algunas veces algún comentario incómodo, insistencias ante una negativa por su parte o tocamientos indeseados, frente al 4% de los chicos. Estas cifras ponen de manifiesto la alta frecuencia con la que las mujeres sufren el amplio espectro de violencias sexuales más normalizadas y legitimadas en la sociedad patriarcal. Parece ser que hay una penalización a través de la violencia sexual intrínseca hacia toda mujer que materializa su pleno derecho a ocupar los espacios de ocio.
– Los chicos tienen más dificultades que las chicas para percibir e identificar las violencias sexuales que ocurren en su entorno, tienen mucho más naturalizados los comportamientos más sutiles, no visualizándolos como acciones del orden de la violencia sexual. Asimismo, aunque las chicas manifiestan haber sufrido multitud de violencias sexuales, pocos chicos se identifican como agresores. Estos agresores fantasma deben ser especialmente tenidos en cuenta en las campañas preventivas: idear estrategias para desnormalizar estas violencias, por una parte, y promover el reconocimiento del ejercicio de las mismas, por otra, es fundamental si no queremos que la responsabilidad de la prevención recaiga en las mujeres.
– La configuración urbanística del ocio nocturno genera miedo e inseguridad en las mujeres. Tanto los horarios como la configuración social y física de los espacios de ocio, los recorridos a pie que conectan la casa con el ocio o el transporte público en la noche, no son vividos como seguros por las mujeres, quienes planean más sus itinerarios y cambian en muchas ocasiones sus recorridos, condicionadas por esta percepción de miedo, particularmente en horarios nocturnos. Este hecho limita su libertad de movimiento y su derecho a la ciudad. En el informe se ofrecen diferentes recomendaciones desde el feminismo interseccional para incorporar elementos en el espacio urbano que favorezcan el uso libre de la ciudad por parte de todo el mundo.
Frente a todo ello, en este informe se destaca la importancia de generar estrategias preventivas con perspectiva feminista orientadas al empoderamiento comunitario. Es fundamental que las acciones no se limiten a un cartel o a una acción puntual, sino que constituyan estrategias a largo plazo, continuadas y consolidadas; así como participativas, coordinadas entre diferentes agentes sociales y destinadas al empoderamiento de toda la comunidad, y en concreto de las mujeres, frente a las violencias sexuales.