El proceso de turistificación que vive el norte del casco histórico de la ciudad de Sevilla viene, sin duda, propiciado por una serie de dinámicas globales. Sin embargo, a pesar de las nefastas consecuencias que supone para los barrios, este proceso es alentado y fomentado desde el Ayuntamiento, que hace oídos sordos a las denuncias de los movimientos vecinales y sociales. ¿Cómo podemos explicar esta obcecación de las autoridades en ponerse de parte del sector privado frente a los intereses de la población? ¿Cómo combatimos el discurso hegemónico de turismo = riqueza + empleo?
Uno de los temas clásicos que afronta la sociología urbana es el debate de cómo se distribuye el poder en las ciudades y qué papel juegan los diferentes actores en la toma de decisiones que afectan a la configuración de la ciudad y a las personas que en ella habitamos. En este sentido, desde los años 50 varias teorías han descrito cómo el proceso de formulación de políticas estaría configurado como regímenes públicos/privados, en los que diversos actores (principalmente elites políticas, grupos de interés corporativos y agentes de la sociedad civil) hacen coincidir sus intereses a través de una coalición de carácter más o menos informal (el régimen urbano) que en la práctica decide las líneas generales de la política de desarrollo urbano de las ciudades. Este modelo explicaba bastante bien ciertas dinámicas en los procesos de regeneración urbana, especialmente en Estados Unidos (como bien vimos en el Baltimore de The Wire). A partir de mediados de los años 90, se va imponiendo un nuevo paradigma en el que las redes de actores suponen el núcleo fundamental, el paradigma de la gobernanza; que, en línea con las teorías posmodernas de la sociedad líquida, plantea que el poder estatal ya no se ejerce de manera jerárquica, sino que, debido a la multitud de complejidades con las que ha de lidiar, el papel de los gobiernos se vuelve mucho más contingente. En este marco, las elites políticas buscan por igual forjar coaliciones con empresas privadas, asociaciones y otros actores sociales para movilizar recursos a través de la línea fronteriza entre lo público y lo privado. El fin es aumentar sus capacidades para orientar a la sociedad hacia sus propios intereses y objetivos definidos políticamente.
Si bien es cierto que hoy día, especialmente en las políticas urbanas, se promueve la participación de más actores en las diversas fases que atraviesa una política pública desde su formulación a su implementación, parece algo ingenuo pensar que el poder estatal se ha disuelto por completo. Jonathan Davies, en su libro Challenge governance theory, plantea una aportación que resulta de gran de utilidad: que el paradigma de la gobernanza en red debe ser observado a través del viejo concepto gramsciano de hegemonía, entendida como la capacidad del bloque de poder dominante de ejercer su dominio; no ya a través de la coerción directa, sino a través de su capacidad de integración y articulación de la sociedad y de sus instituciones a favor de dicho bloque. Davies expone que, bajo las redes de gobernanza, lo que se esconde es el consenso neoliberal que afirma que el bienestar deriva del crecimiento económico y que el papel de los poderes públicos debe ser el fomento de la actividad privada. En el caso de las políticas de fomento del turismo está dando en el clavo.
Los orígenes del discurso del turismo como vector de desarrollo económico hunden sus raíces en el franquismo más rancio que, en su búsqueda de divisas en plena crisis del petróleo, encontró en las costas españolas la manera de subirse a un tren que se ponía en marcha. Desde entonces, el turismo se ha convertido en la gallina de los huevos de oro; una gallina que ha destrozado gran parte del litoral y ha creado una economía profundamente dependiente, cuajada de empleos precarios de baja cualificación. Las políticas de fomento del turismo se han cebado especialmente con Andalucía y se han venido sucediendo con alegría desde los tecnócratas franquistas a los nuevos amos socialistas de la Junta de Andalucía, secundados por gobiernos municipales de todos los colores.
Con la crisis económica de 2008, el turismo ha resurgido con fuerza, impulsado por un nuevo modelo, basado en vuelos baratos y alojamiento a través de plataformas como Airbnb. El turismo se convierte en un sector de oportunidad para generar riqueza y recuperar el empleo perdido. El Ayuntamiento, sea del color que sea, se vuelca con políticas de promoción exterior, y plantea explícitamente la necesidad de la apertura de nuevos territorios a la expansión turística, como son los barrios del norte del casco histórico. Estas actuaciones que realiza el poder público para favorecer al sector privado se producen, a veces, sin que este tenga ni que exigírselo; el turismo es bueno per se, porque genera desarrollo y empleo y punto. No hay discusión posible. La fuerza de este discurso hegemónico se puede medir en cómo son juzgadas las primeras críticas a las consecuencias del turismo: aparecen términos como turismofobia, radicales, enemigos del progreso, etcétera.
Entonces, ¿cómo podemos enfrentar a esta bestia? ¿Cómo articular un discurso contrahegemónico que sea capaz de cambiar las tornas? La receta de Gramsci es clara: guerra de posiciones.
La guerra de posición se puede definir como ‘el proceso a través del cual el discurso contrahegemónico va calando en capas más amplias de la sociedad civil hasta erigirse en un contrapoder’, por ello es fundamental superar los límites del movimiento social clásico que caracteriza al barrio y sumar nuevos apoyos: artesanxs, sindicatos o asociaciones barriales de comerciantes pueden ser nuevos aliados. Además, es fundamental vincular este nuevo discurso con la realidad material, pues sin esta vinculación el discurso se convierte en populismo vacío. En nuestro caso, la vinculación es obvia; el aumento del turismo se relaciona directamente con la subida de precios de los alquileres, la expulsión de vecinxs y de usos tradicionales del barrio. En este sentido, sería fundamental constituir un sindicato de inquilinos que desafiara el proceso de gentrificación. Es necesario pensar en nuevos modelos de organización de lxs trabajadorxs del sector. Fortalezcamos el intelectual colectivo que representa ENTRA y otros colectivos a través de la alianza con otras experiencias e investigaciones que nos doten de herramientas teóricas y empíricas para construir el discurso. En la guerra de posiciones no hay atajos; la ofensiva debe ser sector a sector, sin perder de vista la estrategia integral del proyecto. La batalla del Pumarejo se juega en las calles y en el discurso, defendiendo el barrio desde sus plazas pero construyendo también una visión común de la ciudad en la que queremos vivir.