Este 4 de diciembre se conmemora el cuarenta aniversario de la más grande movilización histórica de Andalucía reclamando sus derechos como pueblo. Fue en 1977, en pleno proceso de transición, cuando la ciudadanía andaluza tomó las calles en lo que supuso un acontecimiento inesperado por masivo, singular y con amplias consecuencias sobre el futuro marco de organización territorial del Estado
En los años de la llamada transición al régimen democrático, el nuevo gobierno español conformado por una coalición de partidos de derechas, la Unión de Centro Democrático, muchos de cuyos líderes provenían del franquismo, solo reconocía una autonomía plena a las comunidades que llegaron a gozar de ese reconocimiento durante la Segunda República: Catalunya y País Vasco, a la que se añadió Galicia. El proyecto de Estatuto de Andalucía, que estaba en marcha en el período republicano, quedó trágicamente truncado con el golpe militar fascista de julio de 1936 y el asesinato de su principal impulsor, Blas Infante, el 10 de agosto del mismo año.
La gran mayoría de la sociedad civil organizada, así como todos los partidos de la izquierda en Andalucía, entendieron como un agravio que Andalucía no tuviera la posibilidad de alcanzar una autonomía plena similar a la contemplada para las otras comunidades. La percepción de agravio con respecto a estas nacionalidades históricas actuó como catalizador para la reivindicación autonomista que implicaba la exaltación de la libertad cívica tras cuarenta años de dictadura. Todas las reivindicaciones y movimientos sociales de aquellos años se impregnaron de andalucismo y en todas las masivas manifestaciones populares se hizo común el uso del himno andaluz y de la bandera blanca y verde como emblemas de identificación, dotándolos de un sentido de rebeldía y ruptura con el ignominioso pasado que se ansiaba superar. A todo ello contribuye de manera importante el mundo de la creación artística que, de igual modo, es influido por la conciencia andalucista. Personas dedicadas a la escritura y poesía, cantaores y cantaoras, personas provenientes del campo de la pintura o la música y gran variedad de artistas como Antonio Gala, Carlos Cano, Pepe Suero, Enrique Morente, El Cabrero, Jarcha, Triana, Alameda, Salvador Távora y su grupo La Cuadra, Luis Ocaña, entre otros muchos, se convierten en la expresión creativa del sentimiento reivindicativo andaluz.
Autonomía y libertad se consideran sinónimos. La conquista de la autonomía se erige en objetivo y herramienta para dejar atrás las lacras sociales de Andalucía. Las consignas más repetidas en aquellas movilizaciones eran del tipo «Tierra, trabajo y libertad», «País andaluz sin terratenientes», «Reforma agraria», entre otras muchas. El 4 de diciembre de 1977 se concretó la protesta unánime del pueblo andaluz bajo la bandera blanca y verde que condensaba las aspiraciones sociales y nacionales. Cientos de miles de andaluces y andaluzas se manifestaron para exigir la autonomía. Medio millón en Sevilla, ciento cincuenta mil en Málaga, cien mil en Granada, ochenta mil en Huelva, Córdoba y Cádiz, setenta mil en Jaén, diez mil en Almería, Campo de Gibraltar, Antequera y Ronda y casi trescientas mil personas en Barcelona, desde la Plaza de Cataluña a las Ramblas. Las provocaciones provenientes desde diversos ámbitos fascistas o del propio régimen tardofranquista tuvieron sus resultados con incidentes en diversas capitales, que acabó en tragedia con el asesinato del joven Manuel José García Caparrós, baleado por la policía nacional mientras defendía la bandera andaluza en el edificio de la Diputación de Málaga, asesinato impune hasta hoy.
Un año después se prohíben las manifestaciones por la cercanía del referéndum de la Constitución el 6 de diciembre, pero decenas de miles de andaluces residentes en Cataluña, salen a la calle en Barcelona el 17 de diciembre bajo una pancarta que rezaba «Día nacional del País Andaluz». La crónica periodística de El Noticiero Universal señalaba al día siguiente:
A las consignas independentistas de los grupos más radicales, los demás coreaban voces de “autonomía” y “libertad”. Todos, sin embargo, reivindicaron la ocupación y labranza de las tierras yermas o no cultivadas. Todos exigían menos señoritos y más trabajo, etc. Sin lugar a dudas, la sorpresa de la manifestación fue el grito de “independencia” que pronunciaron grupos minoritarios, pero muy decididos.
El domingo 2 diciembre de 1979 se convocan nuevas manifestaciones multitudinarias en toda Andalucía y en los principales destinos de la emigración (Catalunya, País Vasco y Madrid) que entroncan con la celebración del referéndum por la autonomía, por la vía rápida del artículo 151 de la Constitución española el 28 de febrero de 1980. Desde el gobierno central y los poderes del Estado se pusieron innumerables obstáculos para frenar el proceso autonómico andaluz. Había que obtener en las ocho provincias más del 50% de votos afirmativos, no sobre el total de votantes, sino sobre el censo electoral; por lo que la abstención era equiparable, junto al voto en blanco y nulo, al voto negativo. Los censos se inflaron con personas difuntas y desde el poder central se inició una campaña del miedo para contrarrestar el deseo masivo de alcanzar la autonomía plena. «Andaluz, no te dejes engañar, este no es tu referéndum», rezaba la campaña institucional de la UCD que pedía abiertamente la abstención. A pesar de todo, una abrumadora mayoría de andaluces y andaluzas no se arredraron y votaron afirmativamente. ¿Recuerdan a la actualidad aquellos sucesos?
Andalucía se había convertido en un gran problema para el diseño del nuevo Estado. Había que desactivar un movimiento andalucista y popular que no cabía en los planes de los poderes fácticos que habían pactado la transición. El andalucismo se había enraizado en organizaciones populares y sindicales y era un sentimiento muy extendido. Aún con todo, la maquinaria institucional del Estado, con el apoyo de los partidos, incluidos aquellos que habían participado en la demanda de la autonomía plena, y con el ruido de fondo de la bota militar tras el golpe del 23-F de 1981, aúnan esfuerzos para paralizar un proceso autonómico que les había desbordado por completo. Lo que se planteaba como un reconocimiento de nuestra soberanía, al igual que en otros pueblos peninsulares, pronto, como nos recuerda el antropólogo Isidoro Moreno, fue traicionado «por el tinglado político constituido entonces por el PSOE, la UCD, el PCE y hasta el PSA (PA), que fabricaron un Estatuto recortado e insuficiente, de segunda división para un pueblo que en la calle y en las urnas había ratificado su pertenencia a la primera».
Desde 1982 hasta nuestros días, Andalucía ha tenido siempre un Gobierno del partido socialista que ha sido responsable, en gran parte, de la desactivación de la conciencia andalucista y su potencial reivindicativo. Con la frustración por no ver colmadas las esperanzas depositadas en los primeros momentos, crece el desinterés por la política partidista. La anhelada reforma agraria se queda en nada y el modelo económico impuesto para Andalucía, no solo no ha acabado con el desempleo, sino que ha ahondado en la dependencia y la desigualdad con respecto a otros pueblos.
A pesar del camino transitado y de la impronta y significación de la lucha por una Andalucía libre en aquellos años de verdadera pulsión reivindicativa, Andalucía queda desdibujada todavía hoy por una imagen falsa de autocomplacencia proyectada desde las instituciones oficiales y los medios de comunicación. Con la verdiblanca en la mano se exigió con determinación transformar la realidad para ser más iguales y mejores. Deseos y esperanzas que no se tradujeron en realidades nuevas, encontrándonos hoy con el páramo de una economía que cotiza fuera; con unas propuestas de futuro que pasan por alentar sectores tan tóxicos socioecológicamente, y que muy pocos quieren en su territorio, como la minería; ahondándose en el papel de sirvientas y camareros que nos adjudicaron. Aquella masiva movilización no se hizo para defender la sacralizada unidad de España, tal como se nos quiere hacer vender hoy día desde la presidencia de la Junta de Andalucía, falseando de nuevo la historia, sino que se exigían unos derechos para no ser menos que nadie, para ser, en legítimo alarde del pobre, como la que más.
La crisis actual del Estado español está siendo aprovechada desde los sectores más reaccionarios de la sociedad, con la monarquía a la cabeza, el corrupto partido popular gobernante y con la irresponsable complicidad del Gobierno andaluz, como bastión imprescindible, para imponer el viejo dogma fascista de la España indisoluble, «unidad de destino en lo universal», como fórmula sacralizada e incuestionable. Desde este relato ultranacionalista que defienden los llamados partidos constitucionalistas, «lo andaluz» juega un papel relevante como esencia de España, ahondando peligrosamente, como ya sucediera durante la dictadura franquista, en la instrumentalización de Andalucía. La utilización de algunas expresiones culturales andaluzas y su presentación, vaciadas de sus significaciones más importantes, vuelven a aparecer como lo más rancio del nacionalismo español, que precisamente tiene como objetivo no solo negar el carácter plurinacional y pluricultural del Estado, sino, sobre todo, mitigar la potencialidad transformadora de la cultura andaluza. A Andalucía se la quiere convertir, retorciendo la significación del 4D, en una trinchera con fines insolidarios y excluyentes con otros pueblos que reclaman legítimamente su camino.
Afortunadamente, Andalucía es depositaria de una rica tradición de rebeldía y cuenta con referentes históricos con enorme potencialidad liberadora, como fue aquel 4D que sestea en la memoria colectiva y que es necesario activar. Como decía el añorado Carlos Cano: «Si en vez de pajaritos fuéramos tigres bengala, a ver quién sería el guapito de meternos en una jaula. No sé por qué te lamentas en vez de enseñar los dientes, y por qué llamas mi tierra aquello que no defiendes…