De nuevo el colapso, la hoja en blanco, como mi mente, mi tiempo, mi espacio… en blanco. Un sonido me distrae, salvada por las redes, ¿en serio?, ¿salvada o atrapada? El tema aún me remueve, casi treinta años viviéndolo, trabajándolo —enfermera disidente, y aún duele—. Desde que tengo conciencia de mi ser mujer he vivido múltiples y muy diversas formas de violencia, la más difícil de gestionar para mí: la que se ejerce cada día contra nosotras desde un sistema que, supuestamente, vela por nuestra salud.
En EEUU mueren 15.000 personas al mes como consecuencia de la atención sanitaria farmacológica. En el atentado de las Torres Gemelas murieron 3.500 y como resultado hubo una guerra, ahí es nada. En España, las muertes causadas por medicamentos triplican a las muertes por accidentes de tráfico. ¿Qué sucede? ¿Cómo no se toman medidas drásticas para subsanarlo?
La respuesta es bien sencilla: la salud es poder; y este poder le ha sido otorgado —como si de un dios se tratase—, al sistema farmacéutico-sanitario, bastión irreductible de un sistema social, político, económico y cultural que lo envuelve y lo abarca todo: el patriarcado. Este sistema persigue fundamentalmente una función: mantenernos sometidas, en inferioridad de condiciones, exentas de poder, y dependientes de algo externo, ajeno a nosotras y a la vez inherente a todo lo que nos rodea. Difícil librarse, ¿no?
Y es que nuestra salud depende de múltiples factores, unos externos claramente determinados por nuestra cultura: el trabajo, la sociedad, la economía, la política, el medio ambiente, etc., y otros que solo dependen de mí, y de cómo yo gestiono todo lo anterior. Es decir, la salud depende de un poder externo político, y uno interno personal.
Como ya citaba anteriormente, ese poder externo lo detenta casi por completo el sistema médico sanitario, que lejos de cuidar de nuestra salud responde primordialmente a intereses farmacoeconómicos y políticos (además del propio), por perpetuar su poder y el de los que lo ejecutan.
Lo decía hace ya cuarenta años Iván Illich:
La práctica de una medicina industrializada, como bien de consumo en la sociedad capitalista rebasa los límites permisibles, produce más daños que beneficios, todo esto sucede cuando se ocultan las condiciones sociales, políticas y ambientales que minan nuestra salud y se expropia a las personas de su poder para autocurarse y para cambiar su medio.
¿Y a nosotras las mujeres? ¿Cómo nos afecta esta expropiación?
Contaba diez añitos y mi vida transcurría en juegos de corro, policías y ladrones, cuerda, matar o piola…dulce inconsciencia —mi generación subraya sus carencias pero disfrutó de la libertad del juego en la calle—. Yo, nacida después de cuatro hermanos, vivía ajena a las diferencias hasta que una mancha oscura en las inmaculadas braguitas, tejidas por mi abuela, marcaba mi destino. No solo mi cuerpo empezó a transformarse: cómo me miraban, cómo me asaltaban, cómo debía comportarme y de qué debía cuidarme, mi mundo cambió…
Nacer mujer es peligroso para la salud
Más de cien millones de mujeres no han nacido en los últimos veinte años gracias al aborto selectivo, otras muchas mueren durante la infancia —ya que se las cuida peor dado su bajo valor social—.
En nombre de nuestra salud, se patologiza nuestra vida. Ante los primeros síntomas de molestias menstruales, se somete a la supresión hormonal a un cuerpo en pleno desarrollo —la sacrosanta píldora que nos vendieron además como liberación sexual sin tener en cuenta las consecuencias—, se nos extirpan órganos de manera injustificada, se operan el doble de apendicitis en mujeres y niñas siendo más frecuente en hombres, el 98% de las histerectomías son innecesarias, se nos realizan episiotomías y cesáreas en número y formas contrarias a la evidencia científica, etc.
Si hablamos de la maternidad, el tema se complica: no solo «se usa a las mujeres, sus óvulos, y sus órganos para desarrollar un inmenso laboratorio mundial de técnicas de reproducción asistida, investigación genética, experimentación sobre embriones, etc.» (Taboada, 1987). Se estigmatiza cualquier opción de vida femenina que no se subyugue a ella. Además, para salvarnos de la maldición del parto primero se nos convence de nuestra incapacidad para gestar bebés sanos sin necesidad de fármacos y tecnologías, para luego, colocarnos en una posición antinatural para parirlos, que acaba irremediablemente en corte de tejido clitoridiano (luego nos escandalizamos ante la ablación); extracción de bebés por fórceps ventosa, y toda una cascada de intervenciones contraria a la evidencia científica. Claro que todo está perfectamente justificado si no por nuestro bien, por el del bebé.
Una de las más peligrosas formas de violencia es la «violencia obstétrica». Numerosas mujeres en todo el mundo sufren un trato irrespetuoso, ofensivo o negligente a la hora del parto, muchas lo describen como una violación. En España se ha estado tratando como un problema de calidad de atención, limitándolo así al plano subjetivo, cuando realmente es la suma de dos tipos de violencia: la violencia de género y la violencia institucional, consecuencias ambas del sistema patriarcal.
El momento del parto es único. Es de contacto con tu sexualidad, con tu ser mujer, con información y conciencia corporal, no dependes tanto de lo que te digan o te vengan a hacer, de esta manera, prescindes del sistema, ese es el peligro, que no dependas, que tengas más poder. Una mujer controlada acepta todas las intervenciones que le hagan.
Las mujeres, a lo largo de la historia han sido desposeídas de casi todo su cuerpo, el deseo, las sensaciones. La expresión de sí mismas a través del cuerpo y la sexualidad. El conocimiento directo a través de la experiencia propia, sin intermediarios. El reconocimiento de su propia potencialidad, del poder personal, a través del descubrimiento de la capacidad de sentir, explorar, ¡gozar! Demasiado peligroso, sobre todo para un sistema basado en la ignorancia, el miedo y el sometimiento (Fuentes, 2001).
Una mujer libre sabe de su poder
Bibliografía:
Némesis médica, Ivan Illich. ED. Seix Barral.
Nacimiento en casa, S. Kitzinger. ED. Icaria.
Le Nouvel Observateur, Octubre 1974, Bosquet.
Nacida de mujer, A. Rich. ED. Martínez Roca.
Revista Spray, María Fuentes. Barcelona, 1986.