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Del polvo al tabaco – EL TOPO
nº20 | todo era campo

Del polvo al tabaco

Breve historia de las cigarreras

En nuestro vivir cotidiano, nos encontramos con reticencias, cuestionamientos o desconfianza simplemente por el hecho de ser mujeres, y más siendo mujeres que «se salen de lo estándar», solteras, de imagen distinta, con o sin prole y mirando de frente a toda persona con la que nos tengamos que comunicar. Aun así, sabemos que hay cosas que han cambiado, y que esos cambios fueron impulsados y catalizados por otras que nos sirven de espejo en la historia. Las cigarreras (que no las de Mérimée) sin duda fueron mujeres que pese a encontrarse con reticencias, cuestionamientos y desconfianzas (entre otros tratos vejatorios) abrieron brecha para que hoy en día, sintiéndolas hermanas, seamos capaces de reivindicarnos ante el mundo como mujeres que no piensan permitir que ningún espacio les sea vedado, pero, sobre todo, como mujeres que llegan para hacer las cosas de otra manera: desde la solidaridad y los cuidados.

Los viajeros románticos del s. XIX ya se encargaron de dejarnos una imagen de aquellas mujeres como «chicas de anuncio» describiendo meramente su aspecto físico o su actitud provocadora. Pero ¿quiénes fueron realmente las cigarreras?

De principios del s. XVII a principios del s. XIX solo trabajaban hombres en la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla. Durante esta época, se producía principalmente tabaco en polvo y el argumento esgrimido para justificar la ausencia de mujeres en la fábrica era la necesidad de «fuerza bruta» para su producción. Las mujeres se incorporaron masivamente a partir de la Guerra de la Independencia y fueron mayoría durante el resto del siglo XIX. Parece ser que la moda de fumar «cigarros liados» hizo que aumentara la necesidad de mano de obra en las fábricas, y el hecho de que a las mujeres se les pagara menos (el equivalente al salario de un niño obrero) las convirtió en una mano de obra deseable. Para justificar el salario desigual argumentaban que las mujeres solo tenían que atenderse a sí mismas, o como mucho a su vestido, porque el resto de sus necesidades estaban cubiertas por los salarios de padres, hermanos u otros parientes varones. Esta tendencia de considerar el sueldo de las mujeres como complementario al de familiares hombres triunfó tanto como argumento ideológico que aún subyace en muchas de las justificaciones para la brecha salarial entre sexos que se continúa dando hoy día.

El hecho de que existiera un colectivo de mujeres trabajadoras, con cierta independencia económica, organizadas… no les sentaba bien a los Pérez-Revertes y Javieres Marías de la época. «Los muchos miles de manos que se emplean en esto en Sevilla son principalmente manos femeninas: una buena obrera puede hacer en un día de diez a doce atados, cada uno de los cuales contiene cincuenta cigarros puros; pero sus lenguas están más ocupadas que sus dedos, y hacen más daño que los puros. […] Muy pocas de ellas son guapas y, sin embargo, estas cigarreras cuentan entre las personas más conocidas de Sevilla y forman clase aparte. Tienen fama de ser más impertinentes que castas».

Y no es difícil imaginar que la situación de las mujeres obreras en el siglo XIX era terrible. Trabajando desde niñas, con jornadas de 12 a 14 horas y respirando un aire envenenado en talleres cerrados. Parece ser que la mirada misteriosa y profunda, de ojos grandes y brillantes, que con tanto entusiasmo describían los escritores «románticos», era debida a una enfermedad producida por la nicotina que provocaba que sus ojos estuvieran continuamente dilatados, una especie de oftalmia, dicen varios escritos que estudiaron la enfermedad. Así tenemos esos ojos grandes, dilatados, brillantes, que oscurecen aún más el negro de la pupila y los convierte en el azabache que tanto gusta a los poetas. Pero no era más que una de las consecuencias de las precarias condiciones en las que trabajaban las cigarreras.

A las proletarias las llamaban despectivamente «las chinches», porque morían como ellas. Eran sometidas a rigurosas inspecciones a la salida de la fábrica para que «no robaran tabaco», que supuestamente podían introducir en los «huecos de su cuerpo», sufriendo vejaciones y violaciones. Los textos de la época argumentaban : «Estas damas son objeto de un registro ingeniosamente minucioso al salir del trabajo, porque a veces se llevan la sucia hierba escondida de una manera que su Católica Majestad nunca pudiera haber soñado».

Lo realmente memorable de las cigarreras, sin embargo, no es su belleza, sino que en un contexto de precariedad y condiciones de trabajo casi esclavo, optaran por enfrentarse al poder, organizarse para ayudarse y protegerse. 

Desafiaban a los «guindillas» y a la iglesia. Negaban el matrimonio como única vía de dignificación de la existencia en femenino, y fueron las primeras de las que se tiene constancia que participaban activamente en clubs republicanos y librepensadores de mujeres.

Estas mujeres crearon las primeras Hermandades de Socorro Mutuo, que apostaban por la autoorganización y el apoyo mutuo como respuesta. Crearon sistemas de crianza colectiva dentro de la fábrica y «liberaban» a compañeras para estar con lxs niñxs, se ocupaban de la asistencia a compañeras que por edad, enfermedad u otros motivos, se encontraran en situación de necesidad. Y nosotras nos preguntamos: ¿habrá habido algo similar en algún momento impulsado por hombres?

La creación de la Hermandad fue un éxito y un ejemplo de solidaridad pocas veces puesto en práctica en el mundo obrero hasta ese momento. Pero no solo eso: lucharon insistentemente por mejorar sus condiciones de trabajo y consiguieron guarderías, escuelas y salas de lactancia dentro de sus fábricas. Y se revolvieron y rebelaron ante la incipiente mecanización de la industria, al grito de «¡Abajo las fábricas que nos roban el pan!» que ya mencionamos en un artículo anterior. No podemos evitar pensar que aquellos ojos grandes para lo que sí sirvieron fue para mirar el mundo con sensibilidad e inteligencia, y que les sirvió para anticiparse a la deshumanización y desnaturalización aún más severa si cabe que ha venido después con la sustitución de los cuerpos humanos por artificios de metal o cualquier otro material.

Parece, mirando su ejemplo, que no hemos avanzado tanto cómo nos dicen. Quizás aquella fue una lucha perdida y la época de las cigarreras pasó. Sin embargo, sus métodos de lucha, de apoyo mutuo, de solidaridad y sororidad siguen más vigentes y son más necesarios que nunca.

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