Vivimos desahuciadas de nuestro cuerpo. Somos inquilinas a las que les vence el mes. No tenemos ni idea de cómo es vivirnos a nuestra manera. No sabemos cómo sería vivir nuestro cuerpo menstrual bajo nuestros propios términos. Desconocemos nuestras fases. Nos avergonzamos de lo que somos. Renunciamos a ser cuerpo porque este cuerpo no es El Adecuado.
Mil palabras para destripar lo que anida en nuestras tripas. Mil palabras para sangrar en las páginas lo que no podemos sangrar cada veintipico o treintatantos días. Los mitos en torno a la menstruación y al ciclo menstrual son tantos y ya tan difusos, que podemos caer en el fatídico error de asegurar que no existen. No sé cuántos mitos okupan tu cuerpo. Durante estos 6 años trabajando en torno al ciclo menstrual he visto mitos dentro de bragas de muchos colores y también bajo impolutas batas blancas. Aquí van algunos de los que mejor recuerdo:
Primer mito: El dolor y la mujer
Que la menstruación duela es lo normal, querida, así lo quiso nuestro Dios Padre Todopoderoso. Así lo quiso nuestro pensamiento mágico (perdón, religioso) y también el pensamiento racional de la Ilustración. En el traje de la mujer, el dolor es el fuerte cordel rojo que nos borda y desmiembra a partes iguales. El proceso fisiológico del ciclo menstrual no ha de doler. Si duele, se ha de investigar, buscar soluciones y tratar.
Segundo mito: Estoy loca
Los cambios químicos (hormonales) generan cambios físicos, mentales y anímicos en todos los animales. El animal menstruante vestido de mujer pasa por una serie de estados hormonales que, en relación con su entorno y desde una lectura cultural concreta (Patriarcal Occidental) se manifiestan bajo el sentimiento de vergüenza e inadecuación. Ninguna nos creemos nuestras emociones, tampoco nuestros pensamientos y mucho menos nuestras sensaciones. Si una semana nos comemos el mundo y a los 15 días el mundo nos devora por las patitas, pensamos que somos nosotras las torpes-idiotas-confundidas. «Algo malo pasa en mí», «¡oh no! estoy loca. Otra vez no» son las respuestas habituales en torno a aquellos cambios que nadie nos ha validado ni explicado nunca. Tranquila, no estás loca, eres cíclica, solo que nadie te lo había contado hasta ahora.
Tercer mito: La menstruación te hace mujer
Ya lo decía Simone de Beauvoir, y parece que lo hemos perdido de vista cuando reflexionamos sobre el hecho menstrual, una persona menstruante puede ser mujer o puede no serlo. Lo que está claro es que la primera vez que coloreas tus bragas de rojo-marrón (manchar es peyorativo y estamos cansadas de que nuestra sangre sea señalada desde el insulto) no te has convertido en nada ni nadie que no fueras 10 minutos antes.
Cuarto mito: Las mujeres: hormonas con patas
Tal y como explico en el libro Diario de un cuerpo (Catedral, 2016), somos química en interacción continua con el entorno, el cual influye en nuestra química, y a la inversa. Somos sistemas abiertos. Todos los cuerpos son reacciones químicas en interacción constante con el entorno. No son nuestros cuerpos ni nuestra química los que nos hacen volátiles e histéricas, es la lectura cultural que han hecho los cuerpos normativos sobre nuestros cuerpos la que nos ha puesto en esta posición de vulnerabilidad. Si los hombres menstruasen, como declaró Gloria Steinem en If men could menstruate, la construcción cultural en torno al ciclo menstrual sería bien diferente, así como la manera de vivirse. Por tanto, no es la química per se, es el poder que ostenta quien escribe y lee los cuerpos de la alteridad.
No hay un hecho fisiológico del animal humano con un simbólico tan manipulado y vejado como la menstruación y su ciclo hormonal. El hecho menstrual va más allá de lo fisiológico. Es eminentemente una construcción cultural. Esos mitos (entre otros) han diseñado la cartilla desde la que nos enseñan a leernos y a escribirnos. Como la regla ha de doler, no nos quejamos. Aceptamos que nuestro cuerpo es un traidor, que es débil-torpe-molesto. Nos obcecamos en creer que nosotras somos el fallo. Está claro que hemos de serlo porque en el mundo solo fallamos nosotras, sino ¿qué podría ser?
Además estamos locas o susceptibles de serlo. Siempre estamos sospechando de si tenemos o no razón, de si nuestro juicio es el correcto, pues la razón y el juicio no nos pertenecen. Son capacidades del Cuerpo Superior, del único cuerpo, del cuerpo que creó el mundo tal y como lo conocemos ahora. Es decir, el cuerpo masculino caucásico con billetazos en el banco.
Vivimos desahuciadas de nuestro cuerpo. Somos inquilinas a las que les vence el mes. No tenemos ni idea de cómo es vivirnos a nuestra manera. No sabemos cómo sería vivir nuestro cuerpo menstrual bajo nuestros propios términos. Desconocemos nuestras fases. Nos avergonzamos de lo que somos. Renunciamos a ser cuerpo porque este cuerpo no es El Adecuado.
En lugar de cambiar el foco y posarlo sobre quien nos aleja de nosotras mismas, seguimos esclavas de su mirada, de sus definiciones, de su ignorancia. Pero todo puede cambiar. Pero todo está cambiando. La respuesta está en nuestras bragas. Justo ahí donde nadie se atreve a mirar. Autocuidado como acto de guerra política (Audre Lorde). Autocuidado como urdimbre desde la que tejer una cultura menstrual, una cultura de los cuidados. Conociendo nuestro cuerpo, aprendiendo a leerlo y a escribirlo desde nuestras palabras (body literacy y coñoescritura) comenzamos a okuparnos y lo hacemos desde el orgullo. Orgullo menstrual como potencia para salir del armario de los dolores, las vergüenzas y los Ibuprofenos. Juntas hemos de generar un conocimiento que nos nombre, nos explique y nos ponga en el mundo desde el cuerpo menstruante real que somos. Nos merecemos dejar de dolernos. No naciste para sufrir ni toda la vida, ni una maldita vez al mes durante 3 horripilantes días. No lo olvides nunca: Conocerte es vivirte. Vivirte es amarte. Amarte es ser libre.