Poco o nada me gustan las personas que al hablar, en su manera de pronunciar, dejan colgado en el aire el sonido de la última letra pronunciada. Sonido que evoca el sabor calambrítico que provocan los kiwis en un punto intermedio entre el paladar y las fosas nasales. Kiwis, que lejos de ser locales, viajan largas distancias, consumiendo seres vivos, ya no vivos, pero que vivieron hace miles de años. Y al consumir a estos seres —testigos de un pasado orgánico en la tierra— liberan gases alteradores del clima que están quitando vida a los seres que viven ahora. Aunque cabe cuestionarse, ¿la culpa es de los seres testigos, de los kiwis, o de las personas que en su última letra pronunciada evocan sabores calambríticos? Los seres testigos mirarían al cielo en busca de respuestas. Respuestas buscadas en reflejos del pasado. Mirar a las estrellas es mirar al pasado. Mucho me gusta pensar que las luces que miro de noche, colgadas del cielo, son antiguas, muy antiguas. Más me gusta imaginar que dentro de miles de años, quizás, algún ser en otro planeta, me podrá estar viendo mientras escribo estas palabras. Es preciso cuestionarse: ¿me verán dentro de miles de años?, o ¿me ven ahora, en este justo instante? Según mis esquemas mentales, dentro de miles de años de mí no quedará más que materia diseminada por el cosmos. Según los esquemas que me han prestado, la energía que desprendo podrá ser observada constituyendo mi forma dentro de miles de años. Mis esquemas mentales, determinan y definen mi toma de decisiones. O pretenden definir mi toma de decisiones, tratan de definir mi toma de decisiones. Decido no tomar kiwis que viajan largas distancias, consumiendo seres testigos de entonces y de ahora. Decido no escuchar a las personas que al hablar evocan sabores calambríticos. Decido no esperar a que mi forma se revele dentro de miles de años. Y ahora me cuestiono, creyéndome dueña de mis esquemas mentales, aun sabiendo la fuerza de los esquemas prestados. Sin saber si estoy siendo, o seré dentro de miles de años, o si yo misma al hablar evoco sabores calambríticos. Yo ahora me cuestiono, y las estrellas mientras tanto siguen contando su historia.