«Soy una puente columpiada por el viento, un crucero habitado por torbellinos, Gloria, la mediadora, montada a horcajadas en el abismo. “Tu lealtad es a La Raza, al Movimiento Chicano”, me dicen los de mi raza. “Tu lealtad es al Tercer Mundo”, me dicen mis amigos negros y asiáticos. “Tu lealtad es a tu género, a las mujeres”, me dicen las feministas. También existe mi lealtad al movimiento gay, a la revolución socialista, a la Época Nueva, a la magia y a lo oculto. ¿Qué soy? Una lesbiana feminista tercermundista inclinada al marxismo y al misticismo. Me fragmentarán y a cada pequeño pedazo le pondrán una etiqueta. ¿Me dices que mi nombre es la ambivalencia? Piensa en mí como Shiva, con un cuerpo de muchos brazos y piernas con un pie en la tierra color café, otro en lo blanco, otro en la sociedad heterosexual, otro en el mundo gay, otro en el mundo de los hombres, de las mujeres, un brazo en la clase obrera, los mundos socialistas y ocultos. Un tipo de mujer araña colgando por un hilo de su telaraña». Gloria Anzaldúa, La prieta, 1988.
Atreverse a contar lo que de rebelde tuvo y tiene el feminismo consigo mismo en algunas páginas sería ingenuo. No obstante, feminismos periféricos, poscoloniales, de la tercera ola, antirracistas, no occidentales, del sur… todos coinciden en la urgencia por descolonizar el pensamiento eurocéntrico feminista. Son parte de otra genealogía: los feminismos descoloniales.
1850, Sejourner Truth, esclava analfabeta y liberada, es la única mujer negra que asiste a la I Convención Nacional de Derechos de la Mujer (Worcerster, Massachusetts). Un año después, en la Conferencia de Mujeres de Akron (Ohio), dinamita la feminidad: «¡Miradme! ¡Mirad mi brazo! ¡He arado y plantado y cosechado, y ningún hombre podía superarme! ¿Y acaso no soy yo una mujer?… He tenido trece hijos, y los vi vender a casi todos como esclavos… ¿Y acaso no soy yo una mujer?». Verdad Viajera o Verdad Permanente, ambas traducciones de su nombre nos recuerdan que aquella esclava sembró en el pensamiento feminista las semillas de diversidad que hasta hoy brotan en las innumerables maneras de decirse feminista.
1975, Combahee River Collective1, Boston. Negras y lesbianas, cansadas del machismo en el Movimiento por los Derechos Civiles y en Panteras Negras, publican su Declaración Feminista Negra: «Estamos comprometidas a luchar contra la opresión racial, sexual, heterosexual y clasista… nuestra tarea específica es el desarrollo de un análisis y una práctica integrados basados en el hecho de que los sistemas mayores de la opresión se eslabonan», y añaden, «sentimos solidaridad con los hombres negros progresistas y no defendemos el proceso de fraccionamiento que exigen las mujeres blancas separatistas». Luchan con los hombres Negros contra el racismo y con los hombres Negros sobre el sexismo. ¿Acaso no es esto feminismo?
1984. bell hooks, feminista negra, desvela que aquel «problema sin nombre» que Friedan analiza en La mística de la feminidad, lejos de ser un problema de las mujeres, es, a lo sumo, el de las amas de casa blancas, heterosexuales y de clase media. Desde Hill-Collins o Angela Davis hasta Ochy Curiel, la genealogía del black feminism continúa forzando al feminismo blanco eurocéntrico a revisar sus propios privilegios.
Años 70. El feminismo lesbiano desvela la heterosexualidad agazapada dentro del feminismo definiéndola como régimen político. Wittig advierte que aquel «contrato sexual» señalado por Pateman, es en realidad heterosexual: «la mujer no tiene sentido más que en los sistemas heterosexuales de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las lesbianas no son mujeres». Contrato también racista, según Mendoza, donde la inserción de las mujeres blancas ocurre a costa de los derechos de las otras mujeres racializadas, revelándose el pacto entre blancos y blancas.
Años 80. El feminismo chicano traza las identidades múltiples que habitan la frontera material y simbólica. Como feminista, Anzaldúa critica el machismo del nacionalismo chicano y su limitado sentido de la tradición; como chicana confronta el etnocentrismo, el racismo y el clasismo del movimiento feminista anglosajón, y como lesbiana cuestiona la homofobia del movimiento chicano y el sesgo heterosexista del género en el movimiento feminista.
Como impulso definitivo a la genealogía feminista descolonial llega Esta puente, mi espalda. Voces tercermundistas en los Estados Unidos2. El feminismo de color acelera el giro de la conciencia feminista: fronteras geográficas donde explosionan fronteras identitarias, genéricas, culturales, sexuales o lingüísticas. Nuevas fronteras epistémicas emergiendo entre las llagas políticas de los cuerpos lésbicos, de color, etnizados y empobrecidos de las mujeres periféricas. Cherríe Moraga escribe: «las mujeres de color no tienen que escoger entre sus identidades, porque un movimiento realmente revolucionario las incorporaría a todas».
2008. María Lugones, feminista descolonial, considera el feminismo de color como una sabia coalición política capaz, primero, de interseccionar las variables género, clase y raza y, segundo, no menos importante, de trascenderlas mediante la fusión. Si el poder se alimenta y nutre de nuestras separaciones, nuestra labor política prioritaria es superarlas. En efecto, el poder nos necesita en pedazos y la historia de los feminismos descoloniales nos ayuda a rearticularnos. Lo advertía Audre Lorde: «las herramientas del amo nunca desarmarán la casa del amo».
Actualmente, mujeres indígenas y musulmanas también resignifican el feminismo cuestionando las variables sexo-género y mujer como sus fundamentos exclusivos. ¿Dónde acaba la tolerancia liberal del pensamiento feminista hegemónico con el islam o la magia indígena?, ¿Dónde empieza el encuentro entre mujeres igualmente subordinadas y agentes según los contextos? ¿Quién se proclama liberada —y de qué—para enseñar a las otras cómo hacerlo? ¿Quién dice quién puede decirse qué? También transexuales y transgéneros, queer, hombres feministas, entre otros, disputan ese significante vacío —de tan repleto—que es ser feminista. El sexo-género, siempre performático, pero siempre etnizado.
Identidades necesarias, y necesariamente en movimiento, ante la generosa tarea política de repensar las líneas rojas de lo nuestro, de remodelar nuestras ficticias esencias y, de paso, las enemigas. Recomponer los trozos de la sangría histórica del poder. Pasar de la política identitaria como herramienta de lucha, a las identidades en política como lucha conjunta de diversas herramientas a la misma altura política.
Fusionarse, colorearse, liberarse del exceso de identificación, en definitiva, moverse del sitio todo lo necesario para que otros y otras participen. Hoy, de nuevo, a una generación marcada por un futuro improbable, el presente nos reclama el principio político y ético de encontrarnos en las fronteras. En esas fronteras nuestras que son también lugares de encuentros. ¿Seremos capaces de movernos del sitio? ¿Hay otras opciones para quienes no tienen ninguna? Después de todo, escribe Cherríe Moraga, «cuando nos extendemos como puente entre las diferencias nuestras, esta expresión mantiene la promesa de aliviar las heridas causadas por los siglos de nuestra separación».
1 Grupo feminista negro de Boston cuyo nombre fue tomado de la acción guerrillera de Harriet Tubman el 2 de junio de 1863 (Carolina del Sur). Se liberó a más de 750 personas esclavas y fue la única campaña militar en la historia norteamericana dirigida por una mujer.
2 Compilación de 39 textos de mujeres negras, migrantes, pobres, latinas, lesbianas, puertorriqueñas, chicanas, asiático-americanas, etc. (ism press, 1988).