Este es el cuarto año que Ecologistas en Acción coordina la Ecomarcha, una iniciativa que ha conseguido que cambiemos la playa y la sombrilla, los viajes mochileros o las cervecitas en el barrio —al menos durante unos días— por unas vacaciones diferentes. Unas vacaciones en colectivo, en la naturaleza, en lucha. Y en bici. Este año, un pelotón vestido con camisetas amarillas se abre paso por las provincias de Palencia, Burgos, Cantabria y Gipuzkoa al grito de «no toquéis la roca madre». El objetivo: paralizar los proyectos de fracking que están sobre la mesa.
Empezando el día: todo a punto y bien organizado
Amanecemos en el polideportivo de Lizarra, en Navarra. Más de un centenar de personas se desperezan entre sacos de dormir, esterillas, alforjas y camping gas. Las idas y vueltas al baño se mezclan con los que ya empiezan a calentar el café. Hay quien —en un exilio voluntario— ha dormido al aire libre para no perturbar con sus ronquidos el descanso del resto del pelotón.
Las bicis han pasado la noche junto a la fachada. De la puerta principal, cuelga un gran trozo de papel continuo en el que se enumeran las tareas del día: limpiar el espacio, cargar la furgoneta, participar en el equipo de bicis-escoba, contar chistes… Junto a cada una, los nombres de las personas que se han apuntado para realizarlas. En otro papel leemos las actividades y el itinerario de la jornada. Más abajo, en rojo y con líneas gruesas, está dibujado el perfil de la etapa de hoy. Es la etapa reina, al parecer, la más dura de toda la Ecomarcha. Días más tarde comprobaremos que nos esperaban otras tan reinas como esta.
Empezaremos subiendo el puerto de Urbasa, que durante unos 10 km acumula un desnivel de 500 metros. Nos preguntamos qué querrá decir eso. La respuesta la obtendremos un rato más tarde, cuando nos veamos dando veinte pedaladas para avanzar medio metro. Plato chico y piñón grande. Después descenderemos hasta Olazti, donde pasaremos la noche. Tenemos por delante 45 km y 8 millones de pedaladas.
Comenzamos
Mientras parte del pelotón comienza la marcha, otra se queda rezagada poniendo a punto las bicis. Menos mal que en el equipo hay personas expertas en mecánica que nos echan un cable y nos revisan los frenos. Quienes van en la cabecera van dejando pegatinas amarillas para indicar el camino. Las bicis-escoba cierran el pelotón, adaptándose a diferentes ritmos y apoyando a quienes pinchan o tropiezan.
Tras subir el puerto de Urbasa, hacemos una paradita para coger aire en el balcón de Pilatos y contemplar el paisaje de roca caliza. Un poco de agua, unas fotos, y continuamos la marcha bajando hasta la Fuente de los Mosquitos, donde nos espera una chistorrada y pimentada cocinada en un horno solar. Nos cuentan que el lugar en el que estamos es un ejemplo de cómo se puede gestionar el territorio y utilizar sus recursos, sin que la propiedad de la tierra sea necesariamente privada o estatal. Se trata de una tierra de tenencia y uso comunal, en la que algunos de sus vecinos y vecinas están apostando por una ganadería ecológica. En días anteriores, la Ecomarcha ha conocido otros lugares en los que, como en este, se dibujan alternativas al abandono del campo. Así nos lo explica Ana, coordinadora de esta edición, quien nos habla de la Finca Ecológica Biodinámica de Castilla Verde, en Frómista, y del proyecto integral del pueblo ecológico de Amayuelas, experiencias que apuestan por el impulso de un mundo rural vivo.
Después de una siesta en el hayedo, aprovechamos los tramos llanos para ponernos al día. Entre pedalada y pedalada, charlamos en busca de algo más de información sobre el fracking, un concepto que no alcanzamos a comprender del todo. Nos cuentan cómo activistas locales de las zonas en las que el fracking es una amenaza inminente, (Palencia, Burgos o Cantabria) les han explicado el funcionamiento de esta técnica de extracción de gases, también conocida como fractura hidráulica. A grandes rasgos, consiste en la perforación de la corteza terrestre hasta profundidades de entre 400 y 5000 metros, en donde se encuentran los gases «no convencionales ». Para que nos entendamos, gas natural y petróleo, pero que en lugar de estar concentrados en bolsas, se encuentran diseminados entre las rocas. Se utilizan explosivos para provocar pequeñas fracturas, en las que se inyectan miles de toneladas de agua a muy alta presión, mezcladas con arena y aditivos químicos. Esta técnica tan agresiva provoca graves impactos en el medio ambiente, como la contaminación de los acuíferos, movimientos sísmicos o la salida a la superficie de elementos radiactivos y metales pesados que provienen de la roca madre. Nos estamos quedando sin aire, así que hacemos un pequeño esfuerzo por subir este repecho.
Paramos en un bar y seguimos la conversación, ahora cerveza en mano. Nos cuentan que estuvieron en un patatal en Castrobarto (Burgos) con el grupo local antifracking, lugar señalado para uno de los sondeos de fracturación hidráulica. El hecho de recibir la visita de unos cien activistas en bici, les llenó de energía para seguir defendiendo su territorio. Ahora ya no se sentían tan aisladas.
Fin de la ruta y más: ¡Incineradora no!
Continuamos el camino en dirección a Olazti, municipio en el que una cementera ha obtenido el permiso para quemar residuos. La gente del pueblo lleva varios años organizándose para tumbar el proyecto. Una de las alternativas a la incineradora es la reducción de residuos, para lo que se ha implementado un controvertido pero eficaz sistema de recogida de basuras, el «puerta a puerta», que consigue pasar del 20% al 80% de residuos reciclados. Marchamos en masa por las calles del municipio vecino de Altsatsu, sumándonos al grito reivindicativo de «Ez, Ez, Ez, Errausketarik Ez» (no a la incineradora).
El día ha sido intenso, estamos agotadas y necesitamos reponer energías. En Altsatsu nos han preparado una enorme paella vegana que devoramos alrededor de un par de mesas en las que cabemos todos y todas. Seguimos aprendiendo de unas y otros, dándonos cuenta de cómo hay personas que repiten la experiencia por cuarta vez. ¿El secreto? Quizá la mezcla: conocer lugares y los colectivos que cotidianamente pelean por mejorarlos o paralizar las amenazas latentes contra el territorio y sus habitantes. Y tal vez el hecho de sentirse parte de una iniciativa que cose luchas, que acerca territorios, notar cómo cada kilómetro recorrido sobre la bici es una puntada más, que nos acerca y nos hace fuertes.