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Hacer la cama… – EL TOPO
nº2 | editorial

Hacer la cama…

«Echo de menos la cama revuelta», Kiko Veneno

«Hacer la cama» ofrece el anticipo de una situación de placer. El placer cotidiano que sientes justo en el momento en que te introduces en ella, toda ordenadita, normalmente para ponerle fin a un día que puede haber estado, o no, lleno de marrones, de alegrías o de momentos simples, unos tras otros.

«Hacer la cama» evita que, justo en el instante en que llegas más o menos perjudicada al lecho, tengas que organizar todos los elementos que la componen: bajera, altera, edredones… Sobre todo en invierno, ¡qué aparatoso es el invierno!

«Hacer la cama» dignifica, al menos en apariencia, el habitáculo donde, de manera solitaria o compartida, transcurren tus horas de descanso, durante las horas que no estás descansando, claro.

Y «hacer la cama» también es una expresión coloquial que significa «engañar a alguien para obtener algún provecho». Curiosa metáfora referida al trasto en el que se duerme.

El primer acto político que alcanzo a recordar fue el hecho de negarme a hacer la cama de mis hermanos mientras ellos jugaban alegremente en las calles.

Muchas camas hechas y deshechas se han sucedido desde entonces.

Después de haberme negado durante años a hacer camas propias y ajenas, no puedo evitar una certeza intranquila sobre  la existencia e insistencia de una serie de individuos que llevan mucho tiempo haciéndose, o haciéndonos, la cama; pero no precisamente para facilitarnos el momento de placentera introducción al catre.  

En este hacer deshaciendo, nos encontramos que después de 56 reformas laborales desde el estatuto de «los trabajadores», cada vez cobramos menos, trabajamos más, cotizamos menos, peligramos más, descansamos menos y nos tragamos más.

Los almohadones han ido acomodándose mientras aumentaban el presupuesto destinado a las unidades antidisturbios, los hombres de azul, las fuerzas del des-orden; mientras veíamos cómo desaparecían los recursos destinados al bienestar de las personas, a la educación, a la salud, a la libertad.

La Ley Mordaza, pretende penalizar los escraches, las pancartas colgadas desde los edificios y las acampadas en la vía pública. Pero ando preocupá, porque en Sevilla van a tener serios problemas a la hora de delimitar exactamente el delito. ¿Habrá de tener cuidado la Macarena, o más bien sus adoradores y adoratrices, a su paso por San Gil? ¿Se considerará un escrache? Desde luego, una multitud clama a la puerta de su casa. ¿Se supondrán pancartas los telajes que cuelgan de los balcones? Y lo que sucede en el Duque en la Madrugá, ¿lo interpretarán como un intento de acampada? ¿Somos todas iguales ante la ley?

Nos han vendido la moto, sí; y el coche, utilitario primero, todoterreno después; y el chalete en la playa; y la tele de plasma. A cambio, nos queda cemento por dehesas, la atmósfera podrida y el agua embotellada.

Y el agua, que cae del cielo, como dijo una sabia mujer. ¿Cómo nos están privatizando el agua? El agua, ¿no debería ser de todas y para todas? ¿Es un negocio o es un derecho?

Se les podría reconocer —si cayéramos en la trampa— que al menos han tenido el detalle de lavar de vez en cuando la ropa de cama, aunque usando suavizante de la marca «Santa Eufemia», que suaviza un poco y oculta (que no elimina) el olor a podrido.

Ponen nombres de instrumentos musicales a las terminaciones desgarrapersonas de las vallas que separan Europa del Sur del otro Sur.

Niegan la censura, cuando la censura existe e insiste.

Se han apropiado de nuestras mentes, de nuestros deseos y de nuestros cuerpos. Pero mi cuerpo es mío, o por lo menos nuestro, pero no de ellos.

En fin, que meticulosamente han ido haciendo la cama, una cama aparentemente mullida, pero llena de migajas —o de cristales, si me apuras— y en la que muchas veces parece que estemos dormidas.

Menos mal que, de la misma manera que estos individuos existen e insisten, otras personas deshacen la cama.

Ahí andan, alborotando las sábanas, quitando las mantas, tirando los edredones al suelo y dándole la vuelta al colchón. Las Corraleras, liberando edificios que estaban sin gentes, para llenarlos de gentes que estaban sin casas. Los Descentrados, que pretenden recuperar espacios públicos, disfrazados de privados. Los Mercaos Sociales, que están sensatizando y facilitando una toma de decisiones más justa, ecológica y social a la hora de adquirir los bienes que nos hacen falta para la más feliz de las subsistencias.

Habrá que ponerse y asumir que quizás no sea tan placentero que otros nos preparen el nido. Que más bien deberemos ser nosotras las que decidamos si sí o si no; cuándo, dónde y de qué manera organizar y gestionar el lugar donde descansen nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestros espíritus.

¡Ah!, hace poco leí un artículo que anunciaba que hacer la cama es malo para la salú. Para que luego digan.

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